lunes, 31 de marzo de 2014

París conquistada por una isleña

La letras populares del Cádiz más castizo y guasón recogieron, a modo de mofa, la singularidad que se dió por estos lares cuando las tropas napoleónicas no lograron hacerse con el sitio donde, otrora, si llegaron los ingleses. Y no era raro oir aquello de "con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones".

El gabacho era, en Cádiz, el turista que nunca entró. La soldadesca francesa acampaba próxima a la Isla de León, en espera de poder asaltar la tierra que se le resistía. El ojo del puente que unía las islas gaditanas a España permanecía derruído; las venas salinas de donde manaba la vida de aquél lugar, eran un entramado tramposo que cercaba una porción de terreno entre caños de agua de mar; el pueblo alertado, siempre dispuesto a no ser conquistado, se enquistaba en retrasar el esperado fin que la historia, hasta entonces, había reservado al victorioso ejército francés.

En las amuralladas resentidas del incansable ataque,  se fraguaban historias de leyendas, donde oficiales de un bando y cortesanas del otro encontraban el fin a la guerra reprimida en aquellas tierras de la baja Andalucía. Mientras entre los muros de iglesias, convertidas en cortes, se fraguaba una carta de derechos inédita.

Quizás, solo quizás, se debió hacer caso a los afrancesados, que buscaban un ideal más elitista y menos campechano del pueblo español. Los revolucionarios que rodaron las cabezas de sus reyes porque su libertad fue consumida por los libertinajes de la nobleza, hoy luchaban por hacerse con un huequecito de toda una España.

Y aquellos conquistadores, derrotados, dejaron un pinar con su nombre en la afrancesada Chiclana. Y el pinar se hizo campo para cultivar hazañas de peleas y rencillas entre quienes con aquellas tierras se querían alzar. 

Y la Isla se llamó San Fernando, y Cádiz cuna de la libertad, y la historia le da a ambos hermanos un papel desigual: Cádiz se quedó con la historia, y San Fernando tan solo renombrá.

España cumplió así un papel considerado como heróico. Capaz de vencer al poderoso Goliat, David se hizo con la plaza donde Hércules se quiso endiosar. España, cosas del sarcasmo, entronó a un francés con acento castellano y su gobierno fue tan ruín que hizo de aquella carta magna un trozo de papel donde envolver las raspas.

Se fue el galo con el rabo entre las piernas y se quedó el otro galo de "borbontones" de ideas de antes de la rebelión por la libertad.

Y es que en España no aprendemos. 

Echamos al francés revestido de glorias para su pueblo, para quedarnos con el francés revestido de glorias para él mismo. En nuestra guerra civil, echamos con el odio y los asesinatos cubiertos por el halo de la venganza a quienes podían habernos enseñado de otra forma, podían haber sido otros nuestros políticos. 

De aquellos mimbres tristes de recuerdos a años de hambre; a trenes repartiendo, por la geografía europea, ilusiones que deseaban saciar el anhelo de sus estómagos, más que el del conocimiento. De aquello quedaron, entre la ciudadanía hoy documentada, con tan sólo el recuerdo en sus apellidos del origen de sus abuelos.

Echamos nuestras esperanzas y nos quedamos con los miedos.

De aquellas esperanzas huídas, surge una una gaditana, de La Isla, precisamente. De donde no pasaron sus paisanos; de donde las murallitas apartadas vivieron romances de óperas. De donde las venas salinas, de las que emanaba la vida, y hoy solo quedan senderos de paseos al sol. 

La gaditana se hace tirabuzones en el mismo París, que las bombas que hoy tiran los fanfarrones son salvas y no arreones. 

Que la pena de la guerra de los hermanos se convierte en alegría para los  que un día la recibieron entre miradas extrañas.

París bien vale una misa. Y, en España, no nos libramos ni por esas de políticos que ladran entre ellos y muerden la mano del que se gasta los cuartos en sacarlos del apuro en que nos meten unos y otros.

Enhorabuena a la de La Isla -Hidalgo se apellida la señora- que en París se adorna de ser elegida como principal gobernadora; que mientras aquí no encontramos un político que no deshonra, en Francia tuvo que ser que hubiese una gaditana por conquistadora. 


domingo, 30 de marzo de 2014

Un ejemplo a seguir: Francisco, el antipapa


Algo cambia en el Vaticano. Algo ha entrado por esas puertas que está dejando vacíos muchos argumentos ya descoloridos. Sin perder su esencia de poder de aquello que fue hace siglos -y que hoy sigue siendo, porque las cosas no se pueden negar- en su sillón papal se ha sentado un hombre.  

-"¿Es que antes no lo eran?"

¡Claro que lo eran! Pero no todos tuvieron ese amor por lo que tenían encomendado. No todos vieron su posición en aquellos aposentos como una misión de voluntad hacia quienes requerían un líder humilde y con carisma. Algunos creyeron que su ministerio era eso... Un ministerio, pero político.

Hoy, como muchos españoles que no se dicen monárquicos, sino "juancarlistas", puede decirse de muchas personas que no se consideran católicas (porque no lo eran) sino "francisquenses". Su impresionante impronta de cordialidad, coherencia, sencillez, humildad, valor... Que se refleja no solo en sus palabras, sino en sus gestos -los propios, y en aquellos que fueron comunes a otros que ocuparon su destino-.

Su vehemencia medida a la hora de ejercer como siervo de Cristo, no como representante remunerado de un rico potentado, le reporta la autoridad que sólo el humilde puede ofrecer a la hora de hablar, porque las palabras del sencillo son como gomas que borran aquellas del prepotente que caen por su propia vacuidad. 

El papa Francisco, el verdadero antipapa que rompe las reglas; aquél que no viene en nombre de Pedro, sino en el de Dios. Aquél que no es Dios, sino Pedro. Aquél que tiene la Palabra por palabra y la madera de un humilde sillón por asiento, como aquellas que el mismo Jesús hacía con sus manos de carpintero.

El hombre que viene a cumplir su función de servir, a cumplir su misión de dar ejemplo, a ofrecerse como ejemplo de sacrificio ante tanta humillación a la que ha de hacer frente la Iglesia por culpa de muchos de sus discípulos -ministros y fieles- que no son sino Judas dentro de los elegidos por el Señor, que incumplen con sus actos, con sus palabras envenenadas de la ponzoña de la misma víbora demoníaca, con sus enjuiciamientos basados en sus propios pareceres -o al haber hecho al entendimiento personal las enseñanzas y doctrinas del nazareno, del mismo Padre-.

En Francisco se presenta la palabra del Cristo, del ungido, del galileo que colmó las colinas para enseñar la nueva Ley. 

Francisco toma su obligación, no como un cargo privilegiado, sino como una cruz y, con su ejemplo, insta a muchos cristianos a cumplir con aquella frase del sacrificio: "Toma tu cruz y sígueme".


sábado, 29 de marzo de 2014

Elegía del Cristo Viejo

P

  La historia es tan variable como perenne cuando queda reflejada al socaire del tiempo. Los avatares del destino modifican el rumbo, como si de  vientos enfrentados se tratara, que mueven la veleta sin dejar de marearla.


Hace no mucho, porque el tiempo es tan relativo como inflexible, se iniciaba un proyecto de formación en la ciudad. La hermandad vieja -desde el respeto y el cariño- de la Vera+Cruz se sumergía más allá de lo que nos tenía acostumbrados. De su frase "no cree necesario estrenar nada este año", que aparecía eterna en cualquier publicación cofrade cerca del Miércoles Santo, saltaban a asimilar una escuela-taller, con la que ya estaba cayendo en este país.


Esperanzas, ilusiones, buenas intenciones, compromisos, fotografías y firmas con apretones de manos que auguraban un próspero desarrollo y un feliz desenlace de un maridaje entre instituciones públicas y privadas que, en todo caso, esperaban ansiosos ver el fruto de esa inesperada unión.


Sea como fuere, al poco, aquella insospechada relación empezaba a dejar caer sus primeras lágrimas de la piedra que sustentaba su motivación.


Lágrimas del Cristo Viejo, repicar de campanas que tornaron en plañideras campanas de duelo.


La veleta crucera, se movía agitada en un campanario que, sin ver su casa por dentro, adivinaba que esa agitación no era señal de buen augurio. Los hermanos de la señera, veían con esperpento cómo las luces que antes daban brillo e iluminaban un camino sin una losa más alta que otra, se volvían lúgubres, tenebrosas... Y el camino se tornaba tortuoso.


Se hacía real el momento mismo que, cada atardecida del santo miércoles, llenaba de nubarrones el ya atravesado pecho de la madre dolorosa. Como en el mismo monte Calvario, el Mayor Dolor se reflejaba en el rostro de los que, con el corazón encogido por las dudas y el temor, veían morir la esperanza, la luz y el amor; veían expirar una obra, un sueño de fervor que dejaba desnudo el torso de un Cristo hecho capilla.


La plata vil, que sirviera para pagar a Judas el servicio hecho al Sanedrín entregando al nazareno, es la misma que lanceó el costado de la fe de unos cofrades entusiasmados. De la lanzada traicionera, salió sangre en forma de lágrimas que a borbotones manaban del costado herido. 


Cálices de oro servían de recipiente en el cuál no desperdiciar el líquido vivo caído. Cálices de palabras de ánimo que recogían el pesar y el sentir de un Cristo Viejo, y guardaban con su recogido abrazo esa sangre de lágrimas derramadas.


"Y entre los que deseaban o no les importaban la muerte del herido lanceado, se sorteaban sus pertenencias, como buitres que arrancaban la carne del que yacía crucificado. Entre la multitud que contemplaba la escena, entre lo ruin y lo sarcástico, unos gritaban enfurecidos queriendo seguir lanceando, otros cortaban los harapos que habían sobrado, otros quedaban absortos en la escena cruel donde ultrajaban, ya muerto, al crucificado.


Telas de seda fina cosen para cubrir el cuerpo de un ensangrentado ajusticiado, que entre sus mismos discípulos, aquellos que lo habían alabado, aún reclaman que no sea enterrado, que su sufrimiento no acabe hasta que no esté destrozado.


En el duelo, Marías de San Fernando, las que hicieron el sudario, contemplan al Cristo Viejo como roto lo dejaron. Romanos que la sangre derramaron, fariseos que gritan al cielo replicando que no se les culpe de lo que está pasando. Santos pedros que niegan al Cristo Viejo haber amado y buscan que le liberen de ser por otros señalados. Buitres hacendados que se posan en la cruz de mármol, esperando poder seguir con su pico arrancando carne del Cristo Viejo que yace en su martirio colgado. Pilatos que se lavan las manos, que la justicia buscaron y juzgaron un culpable sin saber si también fue perjudicado. 


Mayor Dolor del Cristo Viejo, con el corazón atravesado, un barrio que se queda huérfano de la devoción a su crucificado. Plaza del Santo Cristo, Vera+Cruz de los hermanos que tras su hábitos negros arrastran las cadenas del condenado. 


Ya lo llevan trasladado a un sepulcro prestado, afligidos sus hermanos por verlo allí desahuciado. Amargura en el rostro de los que ven silenciosos cómo del corazón del barrio les han arrancado un trozo.


Que no se ha ido, que está en el tránsito lastimoso donde no le rezan sus hijos en la casa que fue su gozo. Que se trasladan errantes, buscando el responso que les sirvan de consuelo y alivien sus corazones llorosos, en la casa del hermano que los acoge venturosos."


Capilla del Cristo Viejo, con su cuerpo herido por dentro, con su piedra orgullosa por fuera que reclama lo que la historia de un pueblo le debe. Ahora te van a mostrar en la pena de tu abandono, dando clases de tu arte y tu importancia, recorriendo las venas endurecidas de tus muros lastimosos.


Triste destino el tuyo... ¡Ay, dolores del Cristo Viejo! Que te quieren mostrar vivo cuando ahora estás muerto.


(Fotografías de la página de la hdad de Vera+Cruz)

miércoles, 26 de marzo de 2014

Se vende alma

No. No es un título, es un anuncio. Un compraventa donde no se especula, sino se llora por un trozo invisible de uno mismo, al que no se le puede poner precio porque no se sabe si tendrá algún valor.

El valor del alma, ¿cómo se estima? ¿En acciones? ¿En pensamientos? ¿En deseos? ¿Cuánto vale el alma?

Si el alma es negra, ¿vale menos? Si está limpia... ¿Valdrá más? ¿Y si más vale que esté como el carbón? ¿Y si las almas sucias se pagan más caras que las almas blancas de Dios?



Se vende alma. Se vende el humo gris antes de la última exhalación. Se venden  pecados, pesares ... Se venden lujuria, traición... Se venden engaños, robos, desilusión... Se venden palabras sucias, golpes al corazón, miradas de odio y de rencor.

Se vende alma. No importa qué sea de ella cuando de mi cuerpo salga. Que la prostituyan o que la tengan en un caldero hirviendo eternamente, abrasada por cada momento que esa alma rompió. Aguantando clavos, suplicios, humillación, dolores de los mismos demonios a los que alguna vez imitó.

Si el alma fuera pura, blanca, el mismo sol... ¡Pero no! Ella tendrá los mismos pagos que una vez cobró; que no hay que olvidar que Dios es puro saldador, que a su morada se entra sin ser de nada deudor.

Se vende alma. Se vende sin corazón, que de ese músculo la sangre se envenenó. El corazón su peso vale según por lo que latió, que si lo hizo por maldades, su peso se devaluó. Así el alma vale lo mismo que aprendió; si la lección no aprobó, su castigo es seguir vagando buscando la redención. 

El alma que se vende está vacía de emoción, está rota por sus actos que hicieron daño al amor. El alma que se vende lo hace al mejor postor. Si es al diablo, que sepa que ya no sacará de ella más dolor.

El alma se vende porque no cumplió su misión, hacer del hombre un camino y no  hacerlo un error.


martes, 25 de marzo de 2014

Nana de la Pasión (solo un cofrade podría entenderlo)

Duerme tranquilo en un carro, arrullado por sábanas de un cielo blanco. Entre los algodones de su trono niquelado, suspira levemente, sonríe de soslayo, y su dedo pulgar asoma entre sus labios encarnados.

Su corazón palpita acompasado: -"¡Pom pom pom pompom! ¡Pom pom pom pompom!"-. Y el aire de sus pulmones sale racheado, al ritmo de un tambor en su pecho amarrado.

Duerme tranquilo, endiosado, no le pesa este mundo pesado, no tiene mayor pena que la de no ser acunado. Acunado se calma, y la calma se tensa si en su trono niquelado no hay mecío aliviado.

Sus ojos despiertan ante un sol de abril entusiasmado. Regado de fragancias, de mil aromas, de calles perfumadas por flores de hojas blancas y caliz dorado que rocía entre vientos un vino endulzado.

Duerme tranquilo, acostado entre paredes albas que lo tienen amurallado; pelea con sus pies descalzos, empujando el faldón blanco que cubre su cuerpo rosado.

En su cielo encalado -blanco inmaculado-, entre algodones jugando, se palpa en su pecho el fervor paterno inculcado: una medalla de fulgor plateado.

Duerme tranquilo, acurrucado entre  cuentas de un rosario que son las letras de su nombre bordado; cada hilado una oración, cada puntada un canto, cada fruncido un "Dios te salve" que su madre le hizo soñando.

Y una voz suena a saeta y otra a tambor replicando; y entre maderas y salmos, con ese mecío acompasado, el ángel cierra los ojos con sus manos posando sobre aquella medalla que su padre le había regalado.

"Duermete mi niño, descansa mi angelito, que ni cornetas ni voces de un capataz por sus hombres consentido, turben tus sueños benditos.

Duermete mi vida, entre olores a nardos, claveles e incienso, y agarra la medalla que tu padre te ha impuesto, que en tus sueños tiene los suyos de cofrade puestos.

Duermete mi cielo, que en el devenir del tiempo, en tus profundos recuerdos, no te serán extraños estos poemas de percusión y viento, acompañados de perfumes que huelen a sentimientos."

(Fotografía de José M. Martín de Celis. Archivo familia Cruz Valero)

lunes, 24 de marzo de 2014

El quinario no siempre se hizo en la Iglesia (un recuerdo a mi pasado)


Hace tiempo que buscaba hacer un homenaje a lo que hace años ya homenajeaba, haciendo costumbre de una reunión improvisada.


Se hizo tradición aprovechada lo que una vez fue un momento de parada, buscando la paz entre tanta algarada.


Entre cajas y libros de santos y santas, entre imágenes sacras que en la sacristía esperaban, se fraguaba la historia de una liturgia privilegiada.


Entre lectura y lectura de lo que a cada cuál aquejaba, día tras día la comunión se animaba, unos con más fieles, otros solo sus primeros devotos quedaban.


Acompañaban a esos días, de celebración esperada, lo que en la mesa del Señor en cada misa no faltaba: un pan de masa blanda. Pan de masa blanda, de dulce aromatizada, que confundía los olores de aquella breve estancia.


Idas y venidas a un convento más allá de la esquina que Colón y Rosario lindaban, hacia donde muchos parroquianos procesionaban recogiendo de las manos, con devoción artesana, lo que creaba para el pueblo: gloria bendita en hornadas.


Aquél convento que La Isla adoraba, se dejaba querer en fechas de fiesta santa, siendo en cuaresma lugar de inexcusable peregrinada, buscando una corona de canela y clavo trenzada.


De aquella casa bendita, de aquél convento que embelesaba, de su cocina venerada, de quien su pan amasaba y Quini se llamaba, entraban a la sacristía nombrada aquellas glorias horneadas.


Como quiera que aquellas reuniones, con dulces santificadas, acompañados de perfumes a ceremonias sagradas, se creó lo que el tiempo dio por historia bienaventurada.


En nuestra alma cofrade, en aquella trastienda "sacristizada", aquellas conversaciones, como homilías sin ser oficiadas, crearon un quinario por quien aquél pan enhornaba.


(Fotografía de la web "cosasdecomé.es")



 



sábado, 22 de marzo de 2014

La luna mordida


Las cosas no iban como había pensado. En un breve intervalo de tiempo pasó de la felicidad incontenida, promovida por un golpe de fortuna inesperado, a una caída libre en un barranco que, además de no verse un fondo, golpeaba y desgarraba su espíritu, ya dolorido, con ramajes de espino salientes.

Quizás las cosas debían haber sido de otra forma, quizás debió ser más previsor, quizás debió ser menos optimista y no fiarse de la bonanza del momento donde el gris tornó rosa, porque ese rosa se marchita como la flor a la que da color.

Era un hombre que creía que, en esta vida, todo se devuelve según hayas aportado. No en cantidad solo, sino en calidad. Su fe en un algo más allá de lo terrenal era, sin dudas, la auténtica fuente de alimentación que le hacía levantarse cada día, generándole la fuerza necesaria para un día más, y así muchos ya, seguir vivo en una carretera donde otros iban más seguros que él.

No se podía decir que fuese una persona descontenta de su realidad, pero ésta no era todo lo amable que él quería. Estimado en los círculos en los que se movía, que no eran muchos, su carácter y forma de ver las cosas les había granjeado muchas simpatías, a pesar de lo limitado de sus actuaciones en sociedad. De hecho, la ingrata verdad se desdibujaba cuando se hablaba con él. La que ofrecía eran tan distinta que nadie, jamás, podría imaginarse que la auténtica era tan cruel. 

En su recuerdo revivía de forma constante momentos pasados hace ya tiempo. Estampas de una niñez de felicidad inconmensurable, de una adolescencia donde la alegría era insultante, de una entrada a la madurez en la que se vislumbraba todo aquello que fue años atrás. Cuando retornaba de aquellos viajes al ayer, volvía lleno de paz.  Cualquier amargor se convertía en un dulce delicioso al que no quería perderle el sabor. 

A pesar de la crudeza del presente y la incertidumbre del futuro, aquello que insistía en no dejar volar, su "otra vida", le insuflaba el ánimo necesario para no caer en la desesperanza. Pensaba que sus recuerdos no eran un lastre; retumbaba en su interior las frases mil veces oídas que recomendaban, argumentaban, imponían abandonar lo que fue y mirar en la dirección opuesta. Pero aquello que decían que olvidara eran los vientos que lo hacían sentir libre, en un día a día en el que se tiraba con un paracaídas, sin saber si su mecanismo lo abriría a tiempo, pero que, en todo caso, con sus ojos cerrados, sabía que aquella sensación única de libertad mientras se dejaba acariciar por aquellos aires de levantes y ponientes de otras épocas no podía hacerle daño.

Alguien le dijo un día a sus padres, cuando contaba con no más de tres años, que ese niño sería alguien en la vida. En el cielo de su boca observó que se firmaba una peculiar forma crucífera y esta peculiaridad, como si del hechicero de una remota comunidad perdida en el tiempo se tratara, otorgó estas palabras al niño a modo de visionario encantamiento. Un Moisés en aguas de Egipto, una cenicienta viviendo su cuento en un palacio... Así lo creyó ver.

Las penas que le afligían lo derrotaban demasiado en los últimos meses. Maldecía, a pesar de todo, su desgracia, sus acciones pasadas. Esas que se hicieron sin pensar en sus resultados. Durante un tiempo quebrantó su propio evangelio, sus palabras, sus principios, aquello que seguía devotamente y lo ensalzaba como vitola de sí mismo orgulloso de ello. Mientras manchaba su alma, se iba arrepintiendo de sus actos, comprendió por primera vez qué era ser Judas y quiso dar cuenta de su inconsciencia. 

Por su mente pasaron ideas trágicas, pensamientos de obras griegas que mezclaban risas y lágrimas, contemplaba soluciones drásticas, pero en ninguna de ellas encontró el desenlace oportuno. Dejaría mucho atrás y todo seguiría igual. ¿Qué ganaba con eso? ¿La paz eterna? Su yo más cercano a Dios no creía en eso. Sabía que su alma sería incapaz de descansar sabiendo todo aquello y a todos aquellos que dejaría atrás, lamiendo heridas que no sanarían.

Lo único que podía hacer era luchar por seguir adelante, buscar, perseguir, insistir, perseverar en encontrar opciones que sirvieran de alivio a esa ingrata realidad que, como cuando salía a la calle, se ocultaba tras unas negras gafas, que tapaban ojeras de insomnio promovido por las dudas, el sinvivir, el desasosiego... 

Sabía que lo único que podía hacer era mirar hacia el frente y ser positivo. ¿Qué más podía hacer?

Cuando las cosas se enredan solo queda  tener paciencia y dedicarse a desenmarañar el nudo. A veces se quitarán unos, otras haremos uno nuevo donde ya deshicimos el primero. 

En las noches que vivía más que dormía, su mente se despejaba de los nubarrones que durante los días se acumulaban. El frescor se apoderaba de la tierra quemada por soles abrasadores que hacían pasto de las ilusiones, y se producía un inmenso alivio en su interior. En el cielo de las noches, la luna... Esa luna que una vez, en la inocencia de la infancia, le dijeron que podía coger si miraba entre el pulgar y el índice.

Esa luna, que fue icono de alcanzar cualquier cosa que deseáramos, en la que se reflejaban los sueños a conseguir, por muy imposible que parecieran; esa luna aparecía mordida, como si alguien hubiese arrancado de ella el trozo que le correspondía.

 Pero siempre saldrá una luna nueva...


jueves, 20 de marzo de 2014

Mi vida escribiendo

Miento si digo que jamás pensé en dedicarme a escribir por gusto, no por dinero. Con 8 años los Reyes Magos me regalaron un Olivetti blanca, de teclas negras y gruesas. Y me dejaron una cuidadosa nota escrita con la misma máquina que rezaba: "Si no sabes usarla, no la uses". Firmaba Melchor.

Como quiera que no veía lógica al regalo hecho y a la nota dejada, opté por obviar el escrito y en mi habitación sobre el escritorio, empecé a imaginar mi primera novela. Una obra de misterio, cuyo mayor logro, para mi, fue escribir el nombre de los protagonistas en inglés. Eran cuatro y solo recuerdo el nombre de dos de ellos: Dick y Bobby.

Tras ello, cualquier empresa impuesta en el colegio donde se atreviese a retarme la escritura era considerada una afrenta a batir.

Ya adolescente, buscando un hueco en una sociedad que no me consideraba ni niño ni hombre, me aventuré a ser partícipe de mi fe, inculcada desde pequeño por mis padres y el colegio religioso donde cursé mis estudios básicos. En aquella búsqueda hallé cobijo en una hermandad penitencial, a la cual pertenecía desde la edad de 7 años. Tuve la fortuna de formar parte de su Secretaría y con el tiempo fui un ordenador de la historia de esta entidad, a todas luces incompleta, desordenada y desubicada por el mal uso de sus archivos.

Me atreví a indagar, a rebuscar entre papelajos que casi eran papiros, y comencé a ordenar la cronología y acontecimientos de casi 50 años de vivencias de aquella hermandad. A sacar datos desconocidos, ocultos tras los años, como la misma fecha fundacional -equivocada por un error de comprensión lectora de su primera acta oficial-.

Ahí empecé a ganarme cierto "respeto" por mis actitudes y aptitudes para escribir y ser coherente con lo que pasaba de papel a papel o incluso de mi cabeza al papel, en un alarde de independencia de aquellos legajos.

La realidad de mi ser como aficionado a escribir me llamó a ser, ya adulto y fuera del día a día de aquella asociación, exaltador de María Santísima. Los ojos de la dolorosa Virgen de la Salud me trasladaron al estrado vil de la palabra y al micrófono y a mi parecer no supe dar la talla, a pesar que lo escrito fuese -creía- de cierta calidad. 

Tras aquella experiencia, de la que salí con ojos llorosos, no fueron las letras mi refugio. ¿Qué escribir? ¿Para qué? ¿A quién le importaba lo que fuera a decir?

Pero hoy tengo muchas ganas de ser yo desde mis letras porque, a pesar de los malos momentos, mis letras me evaden. No me alejan. No... Me alivian.

Hoy mis letras soy yo y yo soy lo que escribo.


miércoles, 19 de marzo de 2014

Tras las brumas de Sevilla

En Sevilla corretea la niebla entre las esquinas de sus rincones. La Giralda se regodea coqueta, poniéndose el manto húmedo sobre sus esbeltos hombros. El río, silente, pausado, solo sobresaltado por algún pez juguetón y el tenue oleaje de las barcazas. 


El azahar perfuma con doble intensidad al haberse bañado en un rocío inesperado ayer noche. El cielo azul, tiznado de negro golondrinaje, de blanco palomar, aún se despereza esperando el momento de asomar su alegre colorido entre las brumas que lo arropan.


Desde los puentes que hermanan Sevilla con Triana, Triana con Sevilla, se adivinan dos mundos ocultos: Santa Ana asoma a un lado, al otro la madre ciudad. Y se besan entre aguas, y las manos de San Telmo a Chapina tienen "enlazás".


Cantan pájaros alegres, que la espesura no asustan, trinan con fuerza en un parque de ensueños, donde se han detenido los tiempos, entre coches de caballos y jardines eternos.


En las calles de la urbe, en el mismo centro -y el centro de Sevilla es Sevilla entero- se huele a lo que se huele, a tamiz de vela de una iglesia, a incienso, a claveles, a nardos a lirios... Y sus calles se visten de carteles: "Se hacen capirotes para nazarenos".


Y las nieblas se disipan, y el cian del cielo se asoma, y la vida llega a la tierra en forma de rayo que hace colores donde antes habían grises, y el río se torna esmeralda, y la Giralda se quita las galas nebulosas que arropaban su hombros morunos, y en los puentes entre dos mundos -Triana, Sevilla; Sevilla, Triana- ya no se adivina, se asombra el propio y el ajeno de un paisaje que hechiza al solo contemplarlo. 


Y Sevilla se despierta al son de un "Buenos días", que repiten sus gentes por los barrios añejos que rezuman sevillanía; que ya salió Lorenzo, y se hizo hueco entre neblinas y,  ahora sí, despierta Sevilla con trazos de pintura de Murillo o de Velázquez, y se hace esta tierra un pedazo de cielo donde exiliarse.


martes, 18 de marzo de 2014

Rosario del Viernes Santo (El hijo pródigo)


Serán las fechas que, a momentos, me obstruyen los pensamientos más mundanos, más humanos, más necesarios, y solo veo por mi mente discurrir lo que mi espíritu cofrade manda.

Leo en San Fernando Cofrade una grata noticia, cuya protagonista única es la hermandad del Rosario: procesionará la noche del Viernes Santo sin abandonar, en este sentido, sus orígenes del último día santo de la semana, pues se recogerá la madrugada del sábado.

La noticia me alegró enormemente. Por fin se hacían buenos los cambios realizados, por fin se visualizaba el inicio de la normalidad, por fin la hermandad de la madrugada dominical iba a contemplar el sol de una resurrección a la que, otrora, precedía.

Atrás quedaron enmarañados asuntos personales, impensables comentarios entre iglesia y hermandad, gestos, mejillas no puestas por segunda vez -a pesar del Evangelio-; atrás quedaron desaires, desplantes, desafíos... Atrás quedó el útero que representa la parroquia del barrio del Parque, vacío de un hijo que adoptó la madre de todas las iglesias isleñas. Atrás quedaron unos hermanos prendidos a sus inicios, que vieron, con estupor y sorpresa, cómo apartaban de su vera al hijo más joven.

Sinceramente, no comprendo cómo en plena era de las comunicaciones puede haber tan poca entre quienes viven, comparten y rezan bajo el mismo techo del mismo Padre. Sinceramente, me da igual quién tuviese razón, porque cada uno tenía la suya, y la defendió según le venía en gana. Sinceramente, dudo que ninguno tuviese razón, cuando quien venció fue la sinrazón.

Sinrazón por creer en la victoria al desahuciar a quienes se debían guiar y no se supo encauzar; sinrazón por revelarse ante quien debía ser mentor y hacer más difícil la solución. Que me da igual quien llevase la razón... ¡Señores, ganó la sinrazón!

Ganó la ilógica de la vanidad, de la soberbia, de la inquina, de la terquedad, del rencor, de ambicionar aquello que no cabe entre padre e hijos: ser más. Cada cuál tiene su papel y su misión.

Se dio una imagen funesta, pueril, desasosegada, irresponsable y de una desestructuración a nivel fraternal que daba que pensar sobre ambos implicados, el sacerdote y la hermandad.

Insisto... ¡Me da igual quién llevase la razón! Porque la razón no ganó.

Gracias a Dios existe un obispado y un Consejo de Hermandades competentes, que son capaces de encontrar la medida, la media, la proporción justa para cada uno, a pesar que eso implique desarraigar de sus inicios a una de las partes. Si bien lo salomónico de la medida no quita mérito a lo justo de ella.

Desde los medios de información veía asombrado el circo que se había montado en la parroquia de San José Artesano -uno de dos pista, ¡nada menos!- y como, en cualquiera de ambas, no habían payasos, ni domadores, ni trapecistas... Habían leones que se enfrentaban en una lucha desigual, corriendo el riesgo de dañar, no solo a ellos, sino a quienes representaban y así ha sido. Ni uno ni otros han estado a la altura que sus deberes y condición les imponían. Ninguno ha practicado, al menos públicamente, su misión evangélica en este asunto. ¡Y me da igual quién llevé la razón! Y van tres veces las que he dicho esto.

Hoy uno, estimándose en su despacho parroquial, siguiendo con sus labores como pastor de la Iglesia (con i mayúscula); otros, rehaciendo su vida fraternal entre nuevos hermanos de la parroquial de San Pedro y San Pablo y una nueva dirección espiritual, se manejan por carriles distintos aún yendo por la misma carretera. Me pregunto si uno y otros habrán reflexionado sobre lo ridículo de sus antojos, sobre qué imagen de la Iglesia y las hermandades dieron, metiendo en el saco a sus feligreses, sus hermanos y, por extensión, a todo el cristiano cofrade isleño. Hay que darles las gracias por depauperar nuestra imagen, en una época donde ha tenido que venir un papa luchador a quitar vendas y sanar lacras.

Y, por cuarta vez. ¡Me da igual quién lleve la razón!

Ahora, la hermandad del Rosario tiene el arduo camino de retomar las riendas de su propio ser como tal. Trabajar para reconquistar lo que, con su particularidad, los hicieron únicos. Eso sí... Un poco más de HERMANDAD en COMUNIDAD y menos apartarse de aquello que nos aúna a todos: la COMUNIÓN. Está bien ser idiosincrásico, pero se forma parte de un todo. No por salir la madrugada del Sábado Santo (antes), y ser una corporación drásticamente sobria en todos los aspectos, implica que no sea una hermandad IGUAL a la de Cristo Rey, Ecce Homo, Gran Poder o Nazareno (por poner casos totalmente opuestos en visión en la calle)

Al otro triste protagonista... Qué decir. Insistiré en una frase personal que ya he citado otras veces... Doctores tiene la Iglesia y yo solo soy un monaguillo. La responsabilidad de ser quien guíe, aconseje, dirima sobre el cómo y el qué hacer para llevar una vida como asociación cristiana fundamentada en el mismo Evangelio, es una tarea compleja; sin embargo, a pesar de su dificultad, se necesita paciencia -muuuuuucha más aún-, humildad y un extra de amor y fe por el prójimo, muchas veces perdido o confundido.

Enhorabuena a la hermandad del Rosario por su renacimiento. Enhorabuena al Consejo de Hermandades, por su buen hacer y haber sabido llevar por aguas mansas lo que se temía acabaría hundido por las turbulencias. Enhorabuena al Obispado gaditano por cumplir con su misión salomónica y justa.

Si Dios quiere, en la madrugada santa sabatina, el hijo pródigo regresará a su casa, para dar cumplida cuenta de su misión catequética de mostrar los dolores de María tras la pérdida de Su Hijo, visitando el lugar donde descansan los justos, sin dejar de mirar de reojo el que fue su hogar más de 30 años: su barrio del Parque.

(Fotografía de San Fernando Cofrade)


domingo, 16 de marzo de 2014

Derecho a abortar



Es el gran derecho que piden, exigen y anhelan los defensores de esta práctica, y de quienes promueven las ideas de universalidad para todo, en contra de las ataduras sociales y que incurren en el otro derecho de la libertad individual.


Yo no voy entrar a discutir sobre mi parecer al respecto. Porque para medir este tema existen muchas varas, cada cual con una longitud diferente y que, en cada caso a favor o en contra, no son más que posiciones encontradas.


Estamos en la era de los derechos, donde se lucha por mantener los adquiridos y conseguir los deseados; todos nos levantamos en armas cuando consideramos que alguno se vulnera o se nos quiere dar gato por liebre al tratarlos. Estamos en la era de la libertad con más ancho campo que hayamos tenido en años (aunque yo opino que solo fuimos libres cuando dependíamos de nosotros mismos para sobrevivir, y de eso hace miles de años). Vivimos la sociedad desde la crítica a todo aquello que suponga normas, sujeciones, limitaciones, restricciones... Porque queremos pasar por este mundo disfrutando de nuestra capacidad de decidir, elegir y dirigir nuestra vida. Es, en definitiva, la necesidad de darle rienda suelta a lo más puro de nosotros: nuestro espíritu. Aquello que no se puede domar, no se puede encerrar, no se puede gobernar... Porque el espíritu no responde a nada que no sea ser libre.


Dentro de esta vorágine de libertades en un mundo sujeto -sujeto porque, a pesar de nuestra alma independiente, las condiciones de convivencia están impuestas, para bien o para mal-, una motivación para los grandes amantes del no a las obligaciones de las costumbres es pelear contra todo aquél movimiento o pensamiento contrario, siendo que el reconocimiento y victoria en sus batallas genera la sensación de haber avanzado en algo.


Traigo esta fotografía, a pie del escrito. Comentaba en otro sitio que es una imagen triste, no por lo que pide, sino por lo que ofrece. Se exige el derecho a no cargar con otras vidas, vidas no deseadas, vidas que das con la tuya misma, vidas que no se anhelan, vidas que no se reclaman, vidas que no se quieren defender. Se exige poder no dejar a la naturaleza seguir su camino.


¿Porqué se pide esto? Hay quienes lo consideran una atrocidad, otros una elección que hace bueno el slogan de quien pare (la mujer) decide (por otra vida). Los motivos, cualquiera de ellos son argumentos, no excusas. La cosa está en dirimir si el argumento tiene suficiente peso. 


Abortar por una agresión a la mayor intimidad natural del ser humano, abortar por no desear una carga en un momento determinado de nuestra vida, abortar porque no tener medios para sostener y dar sustento a una nueva boca, abortar porque se tuvo un desliz, abortar porque no se está preparado para sobrellevar la responsabilidad de ser padres, abortar porque no es momento de tener un hijo, abortar porque quiero. En todo caso prima el pronombre oculto (yo) y todo lo demás sobra. 


¿Quién es nadie para decidir sobre algo tan elemental como es el derecho natural a concebir? ¿Cómo puede juzgarse a una mujer por no querer seguir el curso biológico trazado para esto? ¿Qué exposición hay, justificada, para que terceros opinen y traten sobre el porqué otra persona no deba proseguir con un embarazo? ¿Qué derecho natural, universal, hay que, desde el mismo momento del agarre de la nueva vida, estime que estamos capacitados para destruirla? 


No soy quien, porque no me he tenido que ver nunca en la tesitura de tener que optar por sesgar una vida nonata, sea cual fuere el motivo, para señalar a nadie por esa causa. No soy quien para criticar a nadie por eso, porque cada vida es un universo distinto y, si no lo conoces, puedes perderte en él. No tengo argumentos de peso que refrende ninguna postura, porque lo considero un tema tan difícil que agradezco mi suerte de no tener que pasar por ello, no por ser hombre -que también-, sino porque en mi casa no caben dudas al respecto.


Felicito a los valientes -ellos y ellas- que se echan la manta a la cabeza en momentos de dificultad y luchan por conseguir dinero para mantener al nuevo ser, en vez de para irse a otro país a consumar el aborto. Felicito a quienes se atreven a ser padres (que ya comerán huevos). Felicito a quienes no dejan de buscar aquello que les falta en sus vidas para cumplir el sueño de perpetuar, una generación más, sus vidas. Felicito a las madres que buscan solas el pan de cada día para dárselo al hijo que ellas, sin mayor auxilio de nadie, son capaces de mantener. Porque todas estas personas tienen en común una ilusión, tengan los problemas que tengan. Y esa ilusión se hace regalo cuando te sonríe y te abraza.


No soy quien para oponerme a las libertades, derechos y opciones de nadie, pero que nadie se oponga a que yo, igualmente, piense como quiera



sábado, 15 de marzo de 2014

El informador digital

Abro Facebook, Twitter o, simplemente, busco en Google las primeras noticias del día, en el móvil o en el ordenador. Al actualizar las páginas -hablo del móvil- salen de inmediato las primeras notificaciones que me avisan de las novedades; como quiera que mis gustos son muy concretos, la información que necesito me es satisfecha puntualmente.

Tomo café mientras leo pausadamente, recopilo datos sobre aquello que realmente quiero saber, me mantengo al día acerca de lo que ocurre a 100 kilómetros de donde vivo, en Sevilla, y me preocupo de no desconectar de diversos entornos socio-culturales a los que soy afín. 

Esto, que es un placer sin gastar un solo céntimo, no es una labor reconocida, ni conocida. El esfuerzo, ilusiones y desafíos diarios a los que hacen frente estos informadores virtuales es un trabajo callado; es como el pan: debe salir a diario para alimentar y saciar nuestra curiosidad y nuestra hambre de conocimiento. Sus funciones de indagar la noticia, redactar y contar con imparcialidad aquello que se requiere como necesario para el conocimiento popular, son fundamentos imprescindibles para el buen fin de la empresa a acometer. Son, a fin de cuentas  -y algunos no en realidad- periodistas, voceros, juglares no pocas veces de las realidades que nos rodea. Su misión, autoimpuesta, es crear en el lector la necesidad de ser necesarios. 

A veces, estos medios, tan leidos, tan utilizados, tan socorridos (y esto es así), se encuentran puertas cerradas, se encuentran negativas institucionales a darles el lugar que, por trabajo realizado se merecen, como ocurrió recientemente en el COAC del carnaval de Cádiz. No entro en diatribas sobre si el ser o no periodistas licenciados da más derechos,  cosa que no entro a valorar, porque eso es agua de otro cántaro que se escapa a mi humilde e ignorante paladar.

No hace mucho se hablaba, se discutía o razonaba acerca de la función de estas pequeñas rotativas de la información en las redes. Sobre su utilidad, sobre aspectos básicos como la capacidad de interactuar con quienes se hacen adictos a leer, desde la libertad de expresión de otros, más allá de los medios convencionales; politizados unos, ensimismados otros, parciales en no pocos casos dependiendo de la vara que los dirigen. Hoy, a mi corto entender, creo que se les debe ir valorando positivamente, dentro de cada sector que corresponda. 

Positivamente porque prima la gratuidad al público a quien va encauzado, porque implica tiempo y esfuerzo que sólo puede recompensarlo las palabras de satisfacción, de compromiso y de participación de los consumidores finales de este producto de misión informadora.

-"¿Algún defecto tendrán?"- Pues supongo... Quizás perder la imparcialidad, alguna vez, participando en sus propios foros, posicionándose y olvidando su fin, que no es otro que comunicar sin intervenir en la decisión ajena (¿o quizás hay quien busca eso?).

Mi admiración a aquellos que dedican mucho más que tiempo para ofrecer, a personas como yo -entusiasmados de las tecnologías de andar por casa- todo aquello que es susceptible de ser noticiado, esquilmando hasta la última gota útil que sacie la sed del que quiere conocer.

Desde este rinconcito personal y de libre pensamiento, gracias.

viernes, 14 de marzo de 2014

Esperando un cambio

Es fácil en estos tiempos de controversias, donde la política es considerada un mal en lugar de una solución -y motivos hay para creer lo primero-, que los mesías surjan, que salgan Robín de los bosques apremiados por la oportunidad de ganar puntos, a pesar de no ofrecer más soluciones que palabrería bonita y barata (ya ni buena). Es lógico que salgan de debajo de las piedras quien, a base de darle cates al que ahora gobierna, dan lecciones de cómo habrían de hacerse las cosas. 

Es tiempo de hacerse con el personal cabreado a base de capotazos recordándoles que tienen banderillas clavadas de todos los colores. Es inevitable que desde partidos sin ideas adaptadas, recurriendo al descrédito gratuito, afanándose en salir en la fotografía de lado del necesitado, del vilipendiado, del utilizado (o sea, nosotros), busquen réditos que aumenten y beneficien aquellos pocos que solo les quedan de sus correligionarios más afines (véase a Cayo Lara o al mismísimo Rubalcaba, ambos con sus séquitos de loros repetidores, cuyos excrementos solo enturbian más aún el lodazal en el que ya nos encontramos).

Mientras un gobierno presenta un país en recuperación -o eso dicen- que, parece ser, sí ha cumplido con las expectativas impuestas, pero a costa de explotar la paciencia, las economías familiares y tenernos poco menos que acudiendo a comedores sociales y entidades solidarias para abastecer nuestras necesidades más urgentes. Un gobierno que le baila el agua a Alemania a base de sacrificios de su pueblo. ¿Necesarios? Puede ser... 

Ahora sale de la nada, desde la sencillez de una plataforma no independentista catalana, con la clara intención de vocear que en Cataluña (sí, con ñ) no todos ven la estelada estrellada, que ven un abuso los incontables efectos de la mafia catalana sobre escuelas y negocios. Y se proclaman españoles, amén de catalanes. Entre ellos su lider, director, compositor y hasta chef  es un tal Albert Rivera. Un chico apañado, con risa diáfana y maliciosa por igual que con un guión elemental defendido por ser el común pensamiento patrio español, habla con lógica, con tacto pero sin arrugarse, sin miedo a decir lo que la coherencia impone.

De la plataforma sale un partido que, incluso, aspira a Europa. De ese partido, gente que está aburrida del ostracismo político bipartidista, de ser parte de los aborregados del "sí porque no hay más", salen ilusiones de ilusos que buscan hacer realidad las ensoñaciones de un joven Quijote. El partido del movimiento ciudadano, el partido de todos los hartos, de todos los descreídos, de todos los abusados, de todos los esperanzados, de todos los que sueñan, en fin, con salir no ya de la crisis, sino de la pesadilla de las mentiras, corruptelas y aprovechados del bien público.

Yo me pregunto. ¿Este salvador, este nuevo Cid, este nuevo orador de las verdades, será capaz de no caer en las mismas redes que sus, hoy ya, adversarios en política? ¿Nos guía en un barco con puerto en la esperanza, o nos dejará naufragar al oir cantos de sirena?

Me pregunto si sus más fervientes seguidores no son sino meros adoradores de su icono mediático. ¿Seguirían en el movimiento si Rivera parara en seco este vaivén de sentido común, razones y sentir social? 

Soy un desesperado, un descreído, un desconcertado y un desilusionado de las políticas a dos bandas. Soy un renegado de estas y un fervoroso creyente en cambiar un sistema vil y antojadizo, que nuestras leyes permite, para que tal o cual accedan al poder, con la gravedad de obviar lo que el resultado democrático de los votantes ha decidido. 

Insisto... ¿Eres, Albert Rivera, consecuente y consciente del cambio que has iniciado? 

A sus fieles... ¿Sois realmente conscientes que el promotor visible de todo este entramado de acción social,  es tan humano como el resto? ¿Si cae Rivera, cae el grupo? En ese caso, ¿qué estáis haciendo ahora y en virtud de qué?

A los que no nos ilusionamos con las personas (que son volubles) sino con sus ideas, vemos en este movimiento un halo de esperanza. Que nadie se lleve por delante las esperanzas por un cambio. Que nadie olvide que el poder todo lo corrompe.

martes, 11 de marzo de 2014

El antipregón


Marzo. 34 días para la celebración religiosa por antonomasia: la Semana Santa. Hace nada aún festejábamos el año nuevo, esperábamos el día de Reyes, mirábamos lejanos los carnavales y hoy... Hoy quedan 34 días para el Domingo de Ramos. 

En estos días se renovarán las promesas estatutarias en multitud de eventos religiosos cofrades; habrán reuniones para calmar nervios tras los incesantes quehaceres cuaresmales; habrán reencuentros entre antiguos amigos que un día formaron parte de la misma ilusión y trabajo. Días primaverales que se repiten cada año; con el mismo protocolo, el mismo compás imparable, la misma liturgia de desmantelar aquello que, durante casi un año, se guardaba como joya que se expone con el mayor mimo.

Es la reiteración de la tradición. El guión formal que hay que seguir. Las calles quietas durante muchos meses en el año, ahora se vuelven intranquilas con el vaivén a las casas de hermandad. Es el esquema de cada año. Un esquema con pocas variaciones y muchas directrices, donde tan sólo varían los años y con estos las personas, pero pervive el camino trazado.

Hasta aquí lo hermosa que es esta época de transición para el cristiano. Donde la ceniza cae debe renacer un hombre nuevo. A fin de cuentas en este tiempo nos preparamos, no para quedarnos en el sufrimiento, sino para resucitar al nuevo ser. 

Particularmente siempre he sido muy escueto en mi intervenciones en cualquier ámbito, porque mi máxima siempre era la prudencia, aunque el tiempo me ha enseñado que la prudencia puede ir de la mano de la verdad. Y la verdad, por norma, genera controversia, normalmente porque las verdades son, no pocas veces, difíciles de digerir. 

La verdad de estas fechas también se oculta entre besos de Judas y abrazos del sanedrín; entre sonrisas de Pedros traidores y saludos de palmas que se convierten en flagelos. Porque somos humanos y no somos mejores que el mayor ateo proclamado. Nuestras debilidades, nuestro lado humano más visceral nos hace remover ese espíritu de fraternidad que debemos mantener como timón. Pero esto es así.

Te doy la paz frente al sagrario, en la liturgia divina, en el calor de una parroquia llena de devoción, pero no olvido, no perdono, no cedo. ¿De qué vale tender la mano si tengo el corazón cerrado por rencores?

Convertimos el sagrado acto del amor a la fe en un evento social, sin más fondo que el cumplir lo establecido. Soportando al que se sienta junto a nosotros para compartir al mismo Cristo en comunión. "La paz sea contigo..." Son las palabras del ministro que nos invita a desear la libertad del espíritu de aquello que lo oprime y lo envenena, para poder recibir el cuerpo eucarístico de Cristo. "La paz contigo". Y fundes tu mano con tu vecino, tu amigo, tu hermano en la fe y en la devoción, pero no liberas el espíritu maltrecho. En tu interior pensamientos críticos, calumnias incluso, deseos que deshonran tu condición de portador de la fe que dejaron a tu cargo los cofrades viejos, de los que muchos ya aprendieron sus lecciones. 

Casas de hermandad convertidas en lupanar, donde la palabra hermano se usa con tal frescura que la manchamos con vilezas impropias de quienes deben ser ejemplo de unidad en la fe a través del pasaje evangélico que represente su cofradía. 

Días santos de estación penitencial, de túnicas planchadas, de caminar silente por las calles en busca del destino deseado, de rosarios en manos enguantadas, de miradas al cielo en busca del azul tranquilizador... Días de abrazos mientras se abren las puertas del templo, con Ellos mirándonos desde sus altares caminantes; días de miradas cómplices que adivinan un saludo y un "buena salida", de aquellos mismos que no te quieren para nada, pero que absorbidos por la emotividad del ambiente desean, a diestro y siniestro, concluir el camino penitencial con buen resultado.

Este es el antipregón. Aquél que nadie quiere escuchar. El que es mejor ocultar. El que no se recita entre bambalinas. Para el que no se envía invitaciones. El que no habla de oraciones. El que no se viste de gala. El que habla de la ferocidad entre hermanos, de la lucha por el poder  de ser la junta que gobierne, del derrocamiento de unos y la campaña de votos para otros, del rencor, de la pérdida del sentido del término cofrade en su acepción más fraterna.

Lamento ser yo el antipregonero. Pero desde la libertad de mi balcón, desde el permiso que me confiere la distancia, que me aleja de lo que una vez fue mi vida -en el sentido más estricto-, me permito ser el malo. Porque la visión exiliada, pero no olvidada, de aquel entramado que fue tan querido por mí, me deja la experiencia, las sensaciones antes, durante y después, y el albedrío para ver las cosas con la frialdad suficiente del que lo ha sufrido, de facto o a posteriori, en lo personal y en las personas a quien estimabas.

Tú, que tienes en tu mano el poder de continuar con la tradición cofrade de conmemorar la pasión y muerte de Cristo y celebrar su resurrección, conviertete al espíritu de hombre nuevo que las cenizas que te cruzaron en la frente te recuerdan; porque si esas cenizas no representan más que la llegada de una semana de vello erguido al toque de sones de cornetas y tambores, mi antipregón es justo el pregón que el cofrade necesita.

  

Porque un cofrade no puede ser una pértiga y una tela vacía

domingo, 9 de marzo de 2014

La nota


"La esperanza es un camino largo que puede regalarnos nuestras ilusiones o hacernos caminar indefinidamente".


Sabía perfectamente que aquella solución era infantil. Pero la vida le había golpeado tantas veces en el mismo sitio que quería, por una vez, ser él quien le diera una bofetada al destino.

Recordaba, mientras sentado en una incómoda silla de una cafetería tomaba un café descafeinado y poco agradecido en aroma, aquellos momentos donde todo parecía cambiar. Su juventud de entonces le animaba a seguir el rumbo que se le antojaba. No tenía mayor compromiso que su trabajo; hoy ya con medio camino hecho, con sus casi cincuenta años, se veía incompleto.

Lo tenía todo planeado. Sabía lo que buscaba, sabía qué podía ofrecer. Pero desconocía qué podría encontrarse. Las dudas planeaban sobre su mente a pesar de haber tomado ya la decisión, pero no quería dar marcha atrás. ¿Para qué? 

Con aire taciturno, sorbía brevemente el café, aún caliente. Quizás pensase no acabárselo, pero el café le ayudaba a entonarse un poco y quitarse de encima una embriaguez mental que no le dejaba despejarse. 

Echó mano al interior de su chaqueta y sacó una cartera marrón. De ella, con sumo cuidado, sacó un pequeño trozo de papel bien doblado; lo extendió sobre la mesa y comenzó a repasar lo que había escrito en él. Cuando terminó su lectura, una sonrisa socarrona asomó a sus labios.

Mientras guardaba el papel con mimo, asió de nuevo su cartera. Quien estuviese cerca podía fijarse en el retrato de una mujer joven que estaba en uno de los compartimentos destinado a las fotografías; sus dedos pasaron sobre la imagen, sus ojos también. Y tacto y vista acariciaron el rostro en papel de la joven mujer. Se levantó con premura de aquél incómodo asiento, y apuró de pie lo que le quedaba de café.

Salió del local queriendo empezar su misión; el asunto al que llevaba demasiados días dándole vueltas. Dirigía sus pasos con firmeza, sin embargo, cada nueva zancada le ahogaba en confusiones. No las tenía toda consigo.

La calle estaba pletórica de gente, no sabía dónde acometer la labor. Sentía rubor por si alguien le veía, por si se paraban a curiosear mientras llevaba a cabo su empresa. No estaba seguro si esperar a que fuese más tarde, pero como quiera que la cantidad de personas en ese radiante día le aturdía, creyó oportuno buscar auxilio en el cobijo de la noche.

La noche. La eterna guardiana de secretos, de conspiraciones, de entramados, de confidencias; la noche se aliaría con él. Necesitaba, eso sí, encontrar un lugar que resultara efectista y efectivo, tenía que verse tras aquella velada; bo debía pasar desapercibido porque, en ese caso, habría fracasado. 

Salió andando desde su refugio particular, un parque cercano donde las parejas se ofrecían en amor etéreo. Él paraba muchas veces allí; le gustaba caminar mientras emulaba paseos pasados en otra compañía que no era la suya propia que, de hecho, le sabía mal. Era triste, sin conversación, le servía para culparse, para justificarse en su propia desolación. 

Tras una breve caminata llegó a su destino. La tranquilidad era dueña de cuanto se vislumbraba. 

Era ya tarde, la calle solo era transitada por algún taxi; las aceras, vivas en el día, permanecían mudas, sólo los papeles de la marabunta diurna las rondaban. Con ademán seguro dejó la esquina, se encaminó calle arriba; al fondo, la avenida seguía con ganas de no dormir. Tras una rápida ojeada ya tenía visualizado su objetivo, junto la pared de un banco que la crisis se encargó de clausurar. Al ir acercándose, sacó de nuevo el dobladillo de papel.

Días antes pensaba qué podía hacer para salir de esa situación en la que se hallaba. No quería recurrir a interesadas profesionales; tampoco las agencias le convencían: -"Gente fría"- Pensaba. A través de internet no le hacía mucha gracia, porque no quería que le volviesen a engañar. Tampoco la solución que él encontro le satisfacía, pero a pesar de su candidez le pareció la menos dañina.

Ya estaba frente a la pared del banco. Introdujo la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó un rollo anaranjado, desdobló la nota, la extendió y la fijó en el desangelado muro; y con las prisas de quien comete un delito, salió corriendo de aquél lugar. Quedaba esperar.

El papel era todo un canto a la soledad, a la desesperanza, al hastío del que nada espera. El recurso del solitario que no quería seguir en ese limbo. Era la solución infantil. Un alivio solo imaginable por la mente sana de un niño, capaz de ver las cosas desde el prisma de la simpleza. Así lo vio.  

¿Porqué no iba a ver más gente como él? ¿Porqué no iba a encontrar con esa nota otra alma en aquél purgatorio de la vida? 

La vida misma le había mandado a aquél espacio entre el cielo y el infierno, y quería resarcirse de tal condena. La única forma que encontró fue buscar otro ser perdido en ese mundo de confusión. 

La nota decía así: 

Busco corazón roto que quiera darse una nueva oportunidad. Ofrezco sinceridad y amor.



(N del A: Esta nota es auténtica. Encontrada en Sevilla, muy cerca del Arco de la Macarena)

viernes, 7 de marzo de 2014

El cortejo (Cuento poético de Cádiz y Sevilla)


En una primavera, el año da igual, se hablaban dos novios, que más que hablar se arañaban en palabras que eran un espinar.

Ella. Altiva, señorita, piropeada por todos y envidiada por más, de belleza inigualable y de sonrisa soleada que deslumbraba al asomar; discutía, brazos en jarra, porque se quería casar en la tierra donde sus padres le dieron su hogar.

Sevillana era ella, morena, ojos verdes y elegante como el satín. La hija mayor, la más bella, que protegía la torre,antes dorada, con espíritu de fortín.

Su novio, desparpajo y desvergüenza, decía que si se casaba sería sólo si la novia accedía a salir desde la Caleta. Que su madre no quería casar a su hijo fuera.

La novia, con un ademán valiente, le dijo al novio que si quería saborear de ese cuerpo las mieles, tendría que dejar a su propia madre en aquellos muelles.

El novio, gaditano de nacencia, le contesto socarrón, que para probar la sal  que de su boca salía, debía acercarse hasta el mar que le daba a él la “vía".

Mas la novia acalló y dejó entrever al querido las  gracias y encantos que lucía bajo sus hilos. Sedas y oros y platas sin un solo fruncido, demostrándole al saleroso cuáles de sus encantos le dejó prendido.

Pestañeaba él, acariciando con sus ojos el torso perfecto. Escudriñaba con devoción cada estrofa de ese verso que en la sevillana descubrió.

Se sabía ella vencedora de aquella discusión y notaba un escalofrío por querer sentir aquél amor. Amor de sal y de coplas, de espumita del mar en la arena, de miradores a un cielo que en las noches estrelladas son faros para los ángeles que vienen a una Cádiz encantada.

Los ojos esmeraldas de la hermosa sevillana se encontraron entonces con otros que la miraban. Azules iris brillaban,  y se enlazaban con las esmeraldas, y en esas dos miradas se veían olas enarboladas que querían morir juntas en la orilla de una playa.

Cerró los ojos cielo el novio frente a su amada, y se dió ella cuenta que del sueño despertaban. Que el ardor de sus miradas se habían transformado en agua, que si no respondía a tiempo aquél amor naufragaba.

Se ahogaba él en deseos de ser el ancla que a su amada dejara varada en un puerto de su mar salada. Se ahogaba ella en deseos de querer ser capitana y dejar aquél barco atracado en sus propias aguas; aguas para la poesía de poetas que emigraron y se refugiaban en su calma.

Levantó él la vista, buscando los ojos de la sevillana, y asiéndole de las manos su mirada quedó clavada. De su boca socarrona ya no salían chanzas, brotaban sentimientos que de pasiones hablaban.

Las palabras que asomaron desde el alma del enamorado lo hacían contando de amaneceres de un sol en la bahía flotando; olían a perfumes de parques tan gaditanos, que el arrullo del viento entre las hojas de sus plantas suenan a versos y guitarra de Pemán y de Falla. Rezumaban al aroma de tardes por la Caleta, por el callejón de los Piratas, por el Arco de la Rosa, de parada en la plaza... De las Flores, del Mentidero, de Mina, de la catedral... Con aires que juegan a besarte en la faz.

La letras engarzadas en poema del novio hizo escapar de la prometida sevillana lágrimas de azahar. Se veía ella ufana, con su donaire al andar, cogida del brazo de un caballero de la mar. Se veía orgullosa de haber sido capaz de arrastrar a tierra firme a quien sin el aire salino no sabe respirar. Se veía embargada por la felicidad de haber hipnotizado a su amado por su belleza sin par. 

Deseaba con toda su alma poderle enseñar las glorias y prebendas de su maravillosa ciudad. Pasear en las atardecidas, prendida, prendada, sabiéndose amada. ¡Qué hermosa vanidad!

Llevarle por rincones que huelen a albahaca, a alhucema, a tierra vieja y mora que en cada esquina desprende olores que enamoran.

Perderse por el laberinto de sus calles universales, cogidos de las manos como si fueran chavales, encontrándose de nuevo en miles de besos frugales.

Sevillana quiso ser quien en la discusión las espinas sacara en defensión, sin embargo esas mismas atravesaron su corazón, dejando una herida... Una herida de amor.

El novio y la novia cesaron en la reprensión, quedaron callados sin dar más razón y enlazaron las manos en señal de su devoción; que en la unión de dos amados no hay problemas sin solución, que cuando el camino acabe no todo se acabó, que aún queda el lazo que ambos destinos unió.

Ojos turquesas, señorial y guasón, que ama a su padre con locura y a su madre con pasión. Que viste con trajes hilados del mejor bordador y tiene coplas en su garganta del mejor trovador. Que tiene aire altanero y la gracia del ladrón, que sabe robar besos con estrofas al corazón. Que sale como la primavera, oliendo del naranjo su flor. Que camina con descaro, mirando con el frescor de sus ojos claros al sol. 

Sus ojos... ¡Ay, sus ojos! Fruto del amor de una sevillana hermosa y un gaditano soñador.





jueves, 6 de marzo de 2014

La tierra que no piso (a San Fernando)

"Pisamos todos la tierra y no echamos cuenta de qué tierra pisamos. No nos importa si esa tierra es nuestra u otra la que estamos pisando.

La tierra que no piso es la que llevo tiempo añorando. Una tierra, mil veces lo he dicho, que la sigo adorando."

Y así es. Pierdo mis pasos en otra tierra, que no me conducen a ningún sitio. Dando vueltas alrededor como el burro de una noria. Las doy porque he de darlas. Y conste que la tierra que ahora piso, no es mi tierra, pero sí es la de mis hijos, y por esta tierra secana voy caminando por ello agradecido. 

Pero no es la tierra que quiero pisar. Esta tierra es mi exilio, un exilio a voluntad. Esta tierra es distinta. No huele a mar. No huele a lo que huele el viento cuando juega entre los esteros. Huele a claveles, sí. Huele al aroma del incienso. Huele a narcisos. Huele a rio moro. Huele a torre musulmana junto a la catedral. Huele a rincones de sainetes cervantinos. Huele a pasos de Don Juan junto a la hostería por la plazuela de doña Elvira. Huele a universal. Pero no es la tierra que añoro pisar.

La tierra que no piso es otro cantar. Una tierra humilde. Una tierra sin vanidad. Una tierra emergida de la sal. Una tierra junto a mi mar. Una tierra de paseos. Una tierra de momentos. Una tierra para lamentarse. Una tierra que hay quien no la quiere ni "regalá". La tierra de mis abuelos, de mis padres y mia. La tierra de las torres azules. La tierra de la Carmela y el Nazareno. La tierra de un Cristo Viejo y uno nuevo. La tierra donde fray Diego de Cádiz hizo inventar un barrio con nombre de Pastora. La tierra donde "hormiguillas" no es en femenino y su trabajo era acarrear la sal. La tierra del pescado de estero. La tierra de los baños de luna en las aguas del Zaporito.

"La tierra que no piso es esa: la que quiero pisar. La misma que otros pisan y sólo saben aplastar.

La tierra que no piso es la de gobernantes que no saben gobernar, que pisan esa tierra sin saber por donde pisar.

La tierra que no piso no se puede comparar, porque como hay Dios en el cielo, esa tierra no tiene par.

La tierra que no piso, que no se confunda nadie, no es la mejor del mundo, es sólo la tierra de mis padres

La tierra que no piso es una tierra sin rumbo, una tierra de mil caminos y entre ellos ni uno sólo es de fiar. La tierra que no piso ya no tiene el empaque militar. La tierra que no piso tiene un espejismo de lo que fue la construcción naval. La tierra que no piso no tiene ilusiones y sí mucho penar. "

¡Ay tierra que no piso!





El monaguillo (Una carta de agradecimiento)

Cuando en la Iglesia no faltan doctores es mejor presentarse como un monaguillo. La imagen de esta figura recuerda la candidez de la infancia y la picaresca de la juventud -monaguillo viejo ya-. Es el sempiterno ayudante; aquél a quien se confía las labores menores, pero no por ello prescindibles; es el confesor del sacerdote, el recolector de las ofrendas, el primero en entrar, para arreglar y preparar, y el último en salir, limpiando y guardando. Pero, ante todo, es el más humilde de los trabajadores de Dios.

Hoy me uno, en el complicado y selecto mundo de las colaboraciones escritas, dentro del ámbito cofrade, a ese grupo de afortunados que puede expresar su parecer, sus inquietudes, sus razones, en sus columnas de opinión. 

Complicado y selecto, sí. 

Porque es lo que creo. Complicado porque no es fácil el dar con la tecla sobre qué escribir; no es fácil enganchar al lector, ponerlo en situación para que se interese, simplemente, por el  enunciado. Selecto, porque considero que sólo aquellos que tienen o han tenido una trayectoria ejemplar, prolífica, notable, en este entramado cofrade tienen la gracia, la facultad y la razón para tener su hueco entre las líneas de cualquier medio de comunicación, ya sea virtual o de papel.

No. No me la doy de selecto, ni de renombrado. Porque ese monaguillo del título soy yo. Ante todo, agradecido. Agradecido porque, de la nada, se interesaron por mis letras. Agradecido porque, a pesar de mi destierro en tierras sevillanas sigo apegado al quehacer cofrade en La Isla, y se ha sabido valorar eso. Agradecido porque, sin ser absolutamente nadie, un perfecto desconocido, me brindan su confianza para escribir unas sencillas letras en las hojas de un árbol viejo en esto de la información digital: ISLAPASIÓN.

Como dije, doctores tiene la Iglesia y yo solo soy un monaguillo -frase que ya he dicho alguna vez y me encanta repetir-. No vengo a hacer acopio de méritos, porque ninguno tengo y ninguno busco. No vengo a lucirme. No vengo a ser el garbanzo negro, el de la palabra fácil y pluma díscola que mancha más que escribe. Vengo a aprender de los doctos, de los galones, de la experiencia, de los que saben hacer las cosas con sentimiento y con letra fina. Vengo con la humildad por bandera y un libro en blanco para tomar notas.

Mi agradecimiento a Eduardo Albarrán, a ISLAPASIÓN, por confiar en mi.

(Fotografía de Antonio Armario Muñoz de la página Cuerpo de Acólitos "Aromas de Pasión")


martes, 4 de marzo de 2014

Inmenso

Hoy me ha dado por lo cósmico, lo universal, lo misterioso, lo infinito, lo insondable, lo que nos repercute y lo que hay más allá de las repercusiones. Quien haya soportado mi escrito en mi blog de Facebook de hoy, podrá entenderme.

Entiendo que ante tanta letra uno pueda esgrimir la excusa del tostón (esto es, mucha letra y poco contenido). Por eso no me extendí más en aquella publicación. Aquí la retomo y expongo la segunda parte.

Segunda parte porque, en la primera, terminé con el comienzo de un motivo para sonreir. Un motivo para olvidarse, por unos instantes, de aquello que aplasta nuestra alma. Terminaba mirando la luna; una luna plena, clara, deslumbrante... Pero hay más. Hay mucho más que la luna. Hay todo un universo, un incierto infinito, donde todo aparece o desaparece y todo está perfectamente conjugado. Donde mueren estrella y nacen otras, donde las galaxias son oásis de increíble belleza, donde todo es inmenso e ínfimo a la par. ¿Es eso posible? 

Es posible. Cuando en este mundo nos agobian los pagos, el trabajo, las facturas, los bancos, las deudas... Donde nuestra vida gira en función a papeles rectangulares y trozos de metal circulares; donde nos influye más el rencor que el amor; donde somos hijos de un Dios que hemos hecho menor a costa de atribuírle actos ideados por los hombres. Cuando elevamos nuestra mirada al cielo, creamos o no en algo divino, buscamos evasión. Buscamos salir de esta Tierra. Buscamos paz. Buscamos reencontrarnos con nuestro más oculto y originario génesis. Buscamos el perdón. Buscamos algo que no hallamos aquí. Buscamos... Sin más. Y puede parecer que no, pero encontramos algo que no creeríamos poder encontrar; encontramos una salida. La salida. La salida de nuestros problemas. La salida de nuestra parte menos humana y más eterna. La salida que nos da oxígeno. La salida que nos ilumina. La salida que nos hace sonreir, suspirar o llorar. Es una salida breve, pero eficaz.

Al bajar la vista, hallamos justo aquello que dejamos atrás minutos antes. Lo que nos ahogaba. Lo que nos exaltaba. Lo que nos dolía. Lo que nos hacía sufrir. Y es como si hubiésemos despertado del sueño más bello que jamás hubiésemos tenido. Todo lo que nos atormentaba sigue aquí, no podemos huir de la realidad -aunque hay quienes lo logran, dicen-, sin embargo nos damos cuenta que no todo va a ser igual siempre. Que la vida es una gran ruleta, que lo que hoy es negro mañana puede ser rojo, que lo que hoy es un número sin más premio que la desolación, mañana puede ser un premio a la esperanza. 

Aprendamos que la mirada, cuando la bajamos del cielo infinito, no puede ir más allá de donde haya alcanzado antes con nuestra cabeza erguida. Sólo así podremos seguir adelante, no abandonar la esperanza y ser, aunque sea por un poco más, felices dentro de aquello que nos aturde.

Sed felices. Alzad la mirada.