viernes, 23 de enero de 2015

Barriendo mi casita

A la comparsa de Sevilla: "Los que barren pa'casita".



 De la educación de mis padres aprendí a ser correcto cuando visitaba casa ajena, que ni los niños, por serlo, se libran de cumplir esa condena.

Con los años comprendí la razón de tal postura, cuando salía con mis amigos sin tutores que corrigiesen mi compostura, demostrando saber tener mesura.

De ese aprendizaje quise creer que los demás también sabían, y que en mi casa con el mismo respeto me tratarían sin tener que sufrir el desprecio del que venía.

Hoy he visto con desilusión cómo a quienes con los brazos abiertos he recibido, me han herido con palabras que parecían cuchillos.

Venían vestidos de lo mismo para lo que han llegado, barrenderos que desde su casa han traído la misma porquería de la que tanto se ha maldicho.

Con sus gargantas afiladas de aceros, destrozaban con mandobles de sarcasmos todo aquello que tanto se había denunciado de dejar de ser enemigos y convertirnos en hermanos.

¡Ay hermano! Hermano de donde la alta torre vigila, y sus campanas te avisan de que esa tierra bien vale una misa. Hermano de donde la tierra de María. Hermano, te perdió tu codicia.

No te prohíbo que me hables de tu madre en esta casa que visitas; ni de lo bonita que es, que si luce mejor que la mía, pero no voy a permitir que le escupas como una arpía.

Si quieres decirle piropos, criticar lo que la envídian por ser solo la más afortunada mora de la morería, acunarla sin descanso entre coplas de comparsistas ¡Adelante! Pero no te atrevas a ensuciar mi espejo de sal con tu sonrisa viperina.

Hermano, que vienes desde Sevilla, cantando a los vientos de Levante y de Poniente, que querías adorar solo a la ciudad donde viniste a la vida.

Hermano con tus letras sin ironías, insultando con la falsa modestia de quien se cree dueño de la palabra solo por estar ahí arriba, pisando las tablas del templo de la valentía.

No te confundas, hermano, que no es valor lo que has echado, sino burda bravuconería, que para cantar a Sevilla no hay que servirse de chulería.

Si treinta años llevas, porque te picó el gusanillo de esta Cádiz mía, vistiéndote por febrero de todo aquello que imaginas, ¿no será que lo que tienes es envidia?

¡Ay, comparsista del tres al cuarto! Que para cantar al compás que querías, has cometido el error de insultar a quien oirte venía, y en vez de aplausos te llevas su rebeldía.

Yo también barro para mi casita, pero que sepas, que la porquería que aquí has tirado, lo siento, te la llevas a Sevilla.