viernes, 13 de noviembre de 2015

Voló la poesía

Discutían los poetas por quién escribía mejor poesía. Mientras, la poesía se escribía sola sin letras. ¡Ay, cuartetas!

Discutieron entonces los poetas por haber abandonado a la poesía. Y la poesía se declamaba sola. ¡Ay, tristeza!

Se enzarzaron los poetas en acusaciones sobre quién se olvidó de la poesía. Y la poesía volaba ya sola. ¡Ay, cometa!

Lloraron los poetas al ver marchar la poesía. Y la poesía ¡ay, mujer! viajó en busca de aquel que solo la amara a ella.


El gato


Maullaba junto a la puerta de su casa. Un lamento. El sollozo de un plañidero felino. 

Era ya de madrugada. Sonaban las campanadas de una iglesia lejana. La lluvia arreciaba y el trueno removía los cimientos de la calma. El gato clamaba incesante. Doloroso.


El reloj en la mesa de noche parecía languidecer con su tictac. En la habitación contigua había gente que charlaba sin alzar la voz. La luz se apagó de repente, y la quietud se sobresaltó por un instante. Solo quedaron encendidas las luces titubeantes de dos lamparillas en un vaso desgastado que contenía agua y aceite.


Las sombras de la sala de estar eran lúgubres presagios. Un estertor se oyó desde el dormitorio que todos velaban. Un suspiro. Una expiración. La luz de una de las lamparillas se ahogó de súbito. No se oía más que llover con vehemencia sobre el techado de la casa. Un silencio sepulcral se hizo de repente, y en la penumbra de la única luminaria encendida parecían conjurarse las sombras.


Tétrica la despedida entre lágrimas y el responso de las viejas vecinas. Marcaba más de las dos en el reloj, y maullaba el gato que avisaba que la Muerte visitaba la casa para señalar la hora precisa.