domingo, 4 de octubre de 2015

#MemoriasdeaquellaIsla: Juan "el Caña"

¿Saben qué es un ultra? Esa definición señala el afecto exacerbado sobre algo. Pues he aquí que les traigo a un ciudadano que, sin duda, es un ultra de su pueblo. Pero no un ultra de estos, tipo tifosi italiano, ni nada parecido. Un amante de su pueblo hasta lo impensable. 

Les presento a Juan. Como comprobarán, por una vez, no hablo en pretérito.

Juan es un isleño -de esos que nacieron en la posguerra- que trabaja en un bar de la Zona Franca gaditana. Todos en su trabajo le llaman 'el Caña', pero no porque despache cervezas, ni por ser de La Isla. No. Sino porque así se apellida: Juan Cañas Román. Pero es cierto que su apellido y el que le denominaran por este, le enorgullece.

Más cañailla que las torres de la Iglesia Mayor, más capillita que el cerrojo de la parroquia de la Pastora y más carnavalero que febrero, Juan es un enamorado celoso de su tierra. De hecho, lo que más le gusta de Cádiz es volver a su casa.



Acérrimo defensor del sentimiento cañailla, en los remites de los sobres -al escribir su dirección- nunca indica la provincialidad de San Fernando. Quien no supiera por dónde caía este bastión de la hispanidad, que le puso la cara colorada a los franceses, no tenía idea de Geografía ni de Historia. De hecho, para él -aunque no fuese  esa la razón- que la calle Real tuviese tal título, era marca de fuego en la memoria local de que, una vez, La Real Isla de León fue capital del Reino, allá cuando los de la erre vaga intentaron entrar por el Puente Zuazo y exclamaron: "¡Merde spagnol!".



Socio del CD San Fernando desde que tenía dos años de edad, no comprendía como teniendo equipo propio había quien se hacía seguidor del Barcelona, del Real Madrid ¡O del Cádiz! De lo que se queja, eso sí, es de lo lejos que le queda el estadio ahora, con lo cerquita que estaba el Marqués de Varela

 

De católicas maneras, cree que un buen isleño debía rezarle al Nazareno y colgarse el escapulario del Carmen, que libraba de caer en el purgatorio. Costumbre obligada era, camino de ida y vuelta de su trabajo, cada día, pasar por el callejóncroquer y persignarse bajo el arco del que penden sendos cuadros de estos fervores populares.



En su personal cruzada por dar a La Isla el lugar que los políticos locales no supieron darle, acudió incluso al obispado para que este promoviera ante la curia vaticana hacer del collado ursoniano (véase Cerro de los Mártires) un sitio de peregrinación, al haber sido lugar de martirio y de promulgación de la fe cristiana "un día que los romanos pasaban por aquí" -asevera con convicción y algo de sorna- y dieron hierro a los dos díscolos hermanos, Servando y Germán. A día de hoy, sigue acompañando a la romería de los santos, y comiendo piñones, almendras y nueces donde el muro lateral de la ermita.



El hombre se considera devoto de tapeo diario en Los Gallegos, donde se consagra a su ensaladilla, acompañada al gañote por un Ribeiro, aunque echa de menos las reuniones parroquianas en La Diana o La Alhóndiga; recuerda nostálgico el famoso "sacaculos" -a base de carne mechada en aceite- que servían en el Patio del Maestro Luis.



Según él, en lo gastronómico, los chocos de la Casería, las doradas de Gallineras, las tortillitas de camarones, las bocas y ostiones, el bienmesabe, los fideos con caballa... Son Bien de Interés Cultural y Gastronómico

Aboga por la lingüística isleña: él no dice pisha, sino vieho. No va a El Deán, sino al Ardeán. Cuando iba a pescar no compraba gusanas, sino biñocas. No usa el autobús, sino el Chulo o la Carterilla. No paraba en bares, sino en, güichis. Ahora todo es más moderno, y han cambiado el anglicismo isleñizado por el de pub, pero no tiene nada que ver.

Alardeaba sobre aquello de que San Fernando posee el coso taurino más grande de España, pues no hay forma de llenarlo hasta la bandera.



Juan tenía la ciudad delimitada en sectores perfectamente identificados.

 - La Isla, que iba de la Pastora a la Casería, y de la Bazán hasta la citada Gallineras.

 - El Pentágono. Así denominaba a los cinco puntos claves militares situados en la población (La Carraca, Capitanía, Camposoto, San Carlos y los polvorines de Fadricas). 

 - Cádiz, la nueva. Esto comprendía, en esencia, las urbanizaciones más allá de lo que se denominaba La Isla.

Él no se cambia de acera cuando ve aparecer a Antonio -ese que unos dicen el Loco, el Profeta o el Garve (¿Gálvez quizás)-. Se para a charlar y hasta apoya el razonamiento cuando el susodicho personaje le dice lo de la correa de los japoneses, o lo de las jaulas para los langostinos ¿Quién sino uno de La Isla sería capaz de aguantarle una cháchara? Como bien sintetiza Antonio: Lo que no es, no es.

¡Ah! ¿Que no saben lo de la correa esa ni lo de las jaulas? Pues... Pregúntenle a Antonio. Pregúntenle.

 
Espíritu abierto, no era anti nada -no como aquellos exaltados en el fútbol, que veían a sus contrincantes como enemigos de guerra-. No. Él era proisleño. Crítico, por defecto, con cualquier político que ocupara con sus posaderas los sillones del palacio de la Plaza del Rey, pues desde siempre ha considerado que no habían sabido cuidar la ciudad. Aunque -mención aparte- sentía cierta predilección por Avelino, el primer alcalde que llegó con la democracia, allá por 1979.

Todavía recuerdo cuando Avelino llegó al ayuntamiento y prometió cambiar la ciudad, y solo cambió de sitio la feria y los gitanos, el nota. -Decía en tono jocoso.



 
Ese es Juan Cañas Román, " el Caña". El paroxismo del isleñismo. Seguro que muchos se han encontrado con él por la calle. Si es así, salúdenle de mi parte, que ya hace tiempo que no lo veo.