viernes, 23 de mayo de 2014

Una historia en blanco

Unas hojas en blanco, una pluma y una flor.

Esa imagen que representaba lo bohemio de su existencia era la que, cada día, tenía retratada en su memoria.

Pulcro y ordenado hasta lo enfermizo, su escritorio era para él algo así como la camilla de un quirófano. Tenía que estar desinfectada de todo aquello que pudiera contagiar al paciente que tenía entre sus manos: su escrito. 

Su bisturí, camuflado en tinta negra, pretendía cortar con afilada perfección la carne misma de aquello a lo que intentaba dar forma.

Todo era milimétrico. Cada ruido en aquella casa estaba acompasado. El tic-tac de un antíguo carrillón, el canto ocasional de un jilguero enjaulado... Pocos sonidos que perturbasen, sólo aquellos que suponen un hipnotismo envolvente y oírlos llevasen a otros momentos atrás en el tiempo.

En su imaginación volaban, naufragaban, corrían, besaban, morían, revivían mil historias pero ninguna ayudaba a que el afinado estilete hundiese al fin su plateada cuchilla sobre la lechosa piel de aquellos folios.

Tras él, como si fuese un mundo distinto al que sus ojos veía cuando se enclaustraba entre la silla y el escritorio, su casa rezumaba una paz inmensa. Por la chimenea sólo el crepitar de alguna brasa que moría lentamente entre las cenizas de un fuego que, como la vida, fue apagándose por sí mismo. En toda aquella habitación, la luz de la mañana temprana concedía una visión irreal. Como si fuese algo que se estuviera soñando. Por los grandes ventanales, aún regados por imprecisas gotas que se deslizaban sobre ellos, se desperezaba la naturaleza dormida y se acostaba aquella otra, misteriosa y temida, que la noche amparaba.

Pero embargado en un universo en blanco, aquello no le importaba. No existía más que un gran espacio por conquistar. Galaxias enteras de personajes e historias tan similares a las del mundo de donde él venía y, a la vez, únicas. Quería vivirlas todas, conocer a cada uno de aquellos actores que de momento sólo eran desconocidos para él. 

Mientras los segundos pasaban, asomaban los primeros rayos de sol en aquella estancia donde las sombras creaban seres imposibles que la recorrían ocultándose entre los huecos. Duendes, trasgos, demonios, gnomos, espíritus todos se escondían ante la súbita aparición de aquellas cortinas que el astro rey extendía sobre su reino terrenal.

Con los codos apoyados en la mesa, el escritor se ahogaba en un mar sin fondo. De repente se encontró en una gran soledad y ante él, sin saber cómo, se adivinaban sus profundidades; no hallaba el consuelo de poder asirse a alguna tabla perdida en aquél océano de incertidumbres, no habían delfines que lo salvaran de hundirse, ni aparecían barcos a los que pedir auxilio, ni aves que indicasen la proximidad de alguna isla. Todo era vacío, silencio...

El creador de vidas, el dios que mueve los hilos de sus situaciones, se encontraba ante la terrible circunstancia de plantar las horas en aquél minúsculo rincón. Sin ideas claras, su deidad se consumía ante el desánimo.

Sin dudarlo retomó algunas notas olvidadas en uno de los cajones de su escritorio. Ideas que, en algún momento, pensaba utilizar.

Leyó con impaciencia esperando encontrar un salvavidas perdido de alguna tempestad que, otrora, hubiese vapuleado algún pausado navegar entre mares de letras. Pero nada... Aquella inmensidad se hacía insondable y no hallaba salvación alguna.

Cantos de sirena en sus oídos, que lograban que se sumergiese más y más envuelto en melodías inimaginables y ya el ahogamiento era inminente, imposible de recuperar el aliento mientras se asfixiaba en el gran charco de la desesperanza.

De repente, mientras aquellas aguas del vacío más insoportable cubría ya su cabeza abotargada de pensamientos inconexos, y el oxígeno que le daba la vida se acababa entre breves burbujas de ideas que se fundían y se convertían en parte de aquella infinidad que era la nada misma, contempló como entraba la luz del sol de la mañana entre el oleaje enmarañado de la confusión donde estaba inmerso.

No habían tablas, ni salvavidas, ni delfines, ni aves que indicasen la cercanía de la tierra... No... Pero sabía que tenía que alcanzar aquellos destellos luminosos. Tenía que impulsarse hacia arriba, salir a flote, tomar aire y nadar hacia donde la corriente empujase. La corriente lleva hacia la orilla y eso anhelaba hallar.

Se apartó de su escritorio con vehemencia, la silla quedó a un lado, fuera de su ordenada posición habitual; dejó su pluma sin cerrar y desperdigó por toda su mesa los folios en blanco donde no encontraba qué palabras trazar. 

¡El sol! ¡Aire! 

Buscó como enloquecido salir de aquello que consideraba su inspiración, su pequeño espacio divino donde él era ese dios que todo lo sabe, que rige destinos, que otorga o quita vidas... No quería ser génesis dador de todo y temido por sus designios.

Se dirigió a la puerta que lo apartaba del mundo y la abrió... Sólo eso.

En ese dintel que lo separaba de lo exterior se paró. Frente a él todo un universo del que se había apartado hacía tiempo buscando la perfección, la historia imposible con el fin de hacerla real, el relato embaucador, la poesía más hermosa que los sentidos pudiesen disfrutar y sentir... 

Cerró los ojos, respiró hondo y un perfume fresco invadió sus pulmones viciados del olor a la madera de aquella casa. Entre los árboles trinaban pájaros ávidos de endulzar aquella escena pastoril con sus cantos refinados y, a pesar de sus párpados sellados, se insinuaba la claridad de aquella mañana. La misma claridad que creyó ver mientras se hundía en la desesperación.

Sonrió mientras notaba como aquella luz ofrecía también un agradable calor que le reconfortaba del terrible frío que había sentido entre las dudas de sus hojas níveas. Una gran paz conquistó su, entonces, alma inquieta y entendió que para crear vida tiene que fundirse con ella, que para unirse a la vida tiene que sentirla, que para apreciarla debe amarla y que para quererla ha de ser parte suya.

Pisó la hierba aun húmeda que la noche regó y escribió en el aire: "... la profundidad se hizo orilla, y a su vista gaviotas volaban entre mesanas de barcas que atracadas esperaban un marinero que las desanclaran y en ellas navegara buscando historias nunca inventadas".