sábado, 10 de mayo de 2014

El amor se equivocó (X)

Mientras, una helada segadora se presentó de forma inesperada: la noche hizo acto de presencia sin darse nadie cuenta.

Cesaron los animados cantos de las aves, los colores se ocultaron, los paseantes empezaban a abandonar aquél bellísimo lugar, y donde la poesía hablaba de un edén durante el día, la caída de aquél manto oscuro que cernía la escena, otrora idílica, hacía resurgir las leyendas que -entre la realidad y cierto romanticismo becqueriano- resucitaban fantasmas de los suelos de esa alameda.

Desangelada aquella extensa pradera urbana, las sombras acechaban confusas, jugando entre los muchos árboles que, en otras horas, eran aliviados paraguas o quitasoles. El silencio se hacía patente en cada rincón, el frío empujaba con brusquedad los últimos alientos de la apacible tarde.

La noche se hizo, una vez más, anfitriona de la lúgubre floresta que ahora dormitaba, invitando a los transeúntes que aún deambulaban por sus calles terrizas, a que apresurasen sus pasos hacia la inmensa portada de herrajería, buscando la salida y dejando a un supuesto baile de ánimas vagar con libertad. 

En el estanque de los Amantes, cubierto de buganvillas rosáceas desde la cúpula del techado del breve edificio que lo circundaba hasta casi donde sus cimientos tocaban el agua, se adivinaban dos siluetas esbeltas que parecían flotar más que caminar entre los lamentos que los huecos de ramajes y setos dejaban oir. 

Un crujido, desde el cerrojo de la puerta, anunciaba el próximo cierre de aquél paraíso cercado.

En el lago donde el amante desapareció, se asomaba curiosa una hermosa luna redonda que daba luz a aquellas dos figuras fantasmagóricas que aún dejaban sentir sus pasos por allí.

El inquietante paseo a la luz de la luna de aquellas sombras, concedían a la zona el
aire entre misterioso y tétrico que sus orígenes como camposanto improvisado le otorgaron tiempos atrás.

De lo oscuro, unas voces salían. 

- "¡Ana, compréndeme..! ¡Esto no tiene ningún sentido. No puedes pretender que yo tome esta situación como un hecho relevante!"- Sandra urgía con cierta vehemencia.

- "¿Qué quieres que sienta? ¿¡Y todo por...!? ¡Un beso! ¡Un instinto que no pudiste reprimir sólo por el hecho de creerte en la necesidad de hacerlo!"- el tono de Sandra pasó a recriminar aquél suceso.

Ana seguía el ritmo de su acompañante. Oía en silencio los argumentos que argüía, y no respondía a ningún comentario.

- "¡Hasta Santi sospecha! ¡Santi! ¿Qué quieres que le diga a él? ¿Y a mis padres? ¿Y a mis amistades? ¿Y a 'nuestras' amistades?- Sandra enfatizó en esa última frase el común denominador social de ambas. 

Sin duda, aunque sus palabras eran fruto de la incertidumbre que la situación le provocaba, esa mención final a los amigos que tenían las dos en aquellos círculos en los que se movían, pretendía ser el detonante preciso que bombardeara cualquier puente que Ana pretendiese mantener en pie y sirviera para enlazarlas de cualquier otra forma que no fuese la que, hasta hacía unos días, mantenían.

En la distancia se observaba cómo una de las grandes cancelas que preservaba aquél recinto se había cerrado. Aún salía gente de los recovecos de aquél inmenso jardín y, sin duda, no era todavía hora de cerrar. Pero las puertas colocadas de tal forma, ejercía a modo de toque de atención. 

Ana se detuvo, a pesar de que Sandra proseguía andando y exponiendo. 

- "Además, también está nuestra relación desde hace..."- Se dió cuenta que Ana ya no la seguía y se detuvo.

Ana hizo gala de cierta entereza. Con los ojos agachados aún tras ir escuchando los contras, los problemas, sin mediar palabra hasta ese momento, su gesto cambió. 

Por primera vez desde que intentara hacer comprender a su amiga los sentimientos que despertó un simple beso, tras asumir con gran sumisión las incesantes quejas de Sandra y dejarla explayarse hasta el punto máximo posible, la interiorista asumió el mando con su voz.

Ana entendió perfectamente la situación; comprendió sin duda los inconvenientes que apaleaban sus deseos, pero sabía que Sandra no las tenía todas consigo. Que grandes dudas la acuciaban. 

Ana, sin duda, aún tenía cosas que decir.

                                     (Continuará)