sábado, 21 de febrero de 2015

Marca "La Isla"

Cuestión de gustos. Dicen que de prioridades.

Hablo del patrimonio de la ciudad.


Se balancea La Isla en un barco sin capitán, aunque los que deben serlo no lo son y han salido al auxilio gente del pueblo, marineros con no pocos galones más de uno, que intentan enderezar de alguna forma el rumbo de la nave y que, como ya ha pasado en otras ocasiones, no naufrague. Las aguas de la cultura en esta ínsula son peligrosas, y equivocar las coordenadas puede suponer darte de bruces con una inesperada roca.

Por fortuna, siempre me gustó el arte y tuve la ocasión de estudiarlo, aunque no terminé decantándome por él. Soy de los que apuestan por la necesidad de investigar, desarrollar, recuperar, dar a conocer toda la riqueza que en ese aspecto tenemos en San Fernando, muchas veces desconocida, pero también opino que ese tesoro no es solo tangible.

La Asociación de Jóvenes Cargadores Cofrades (JCC), como ya sabrán, abandera un proyecto inédito hasta ahora en la ciudad: proponer que el estilo de andar de nuestros pasos -la carga, vamos- pase a ser parte de ese valor intangible -como lo es el flamenco-, y se conforme como un exponente más a considerar dentro del abanico cultural local.

Sobre esto, puntos a favor y en contra. Quizás no sea tanto lo último, sino estimar que hay otras preferencias. Y puestos a mojarse, lo hago -y con conocimiento de causa-.

No quiero contradecir a quien piensa que  esta causa no se merece la prioridad del propio ente municipal, con el alcalde y otros grupos municipales como grandes aliados. Pero puestos a exponer sirven cada uno de los criterios, ya que, a mi parecer, no es algo que dependa en exclusiva de un sector concreto.

No voy a utlizar el manido argumento de recurrir a otras localidades como referencia en lo cofrade -véase Sevilla-, y lo que este movimiento representa y qué potencial representa. Me quedo con el propio efecto que el mundo de la almohada imprime en San Fernando.

Cuando la infancia era nuestro único universo, nos  atraía aquello que nos rodeaba y veíamos tan común. Así solíamos imitarlo, ayudando, sin saberlo, a consolidar la tradición (esa palabra que tanto cuesta tener en cuenta en esta Isla nuestra), ya sea disfrazándonos en los carnavales, preparándonos para ir a la feria, o convirtiendo unas maderas, unas latas de pintura vacías, y muuuucha imaginación en toda una procesión (con un tembloroso Cristo arrodillado -por si acaso- inclusive).

Cuántas cosas debiéramos tener como patrimonio. Algunas de ellas ya aclamadas, otras sin pretensión y en el caso que nos ocupa, ya se mueven los hilos.

He sido cargador, he sentido lo que significa que la maera te clave al suelo; he podido conocer al pueblo emocionado cuando he podido mirar a través de los respiraderos. He comprobado qué es que tu compañero haga un sobreesfuerzo cuando ha notado a otro flaqueando. He visto eso y más.

En nuestra historia particular -esa que solo nos pertenece a nosotros-, han quedado nombres como Nicolás Carrillo, Tinoco, Milupa, Manolo "el Bigotes", Pepe "el Mella", Pepe "el Rubio"... Y hasta calle tiene el primero. No pocos en esta tierra, que tantos y conocidos nombres ha dado, habrán oído alguna referencia acerca de ellos, porque son parte de una forma de vivir La Isla.



Lo son tanto como el levante y el poniente, la sal, los aromas de estero, las tortillitas de camarones, las panizas, las poleás, los roscos de La Victoria, la jerga salinera, las torres azules de la Iglesia Mayor, la Carraca, la biblioteca Lobo, el cerro de los Mártires o el castillo de Sancti Petri.



La particularidad en la forma de portar los pasos en esta Isla de Dios es, por derecho propio, un monumento a la tradición no edificada, esa que hay que resanar porque se caigan las piedras. Esta no... Este monumento es difícil de derribar. 

No hacen falta doctores, licenciados o técnicos que den el visto bueno o reclamen su estado. No requiere de permisos para que se ejecute su obra. El único martillo que acepta no tira, levanta. La única voz de mando que admite es la del capataz, que es capaz de hacer trabajar a cuarenta hombres como si fuesen uno. 




Es "Marca La Isla". Así como suena. Como lo es Camarón, el castillo de San Romualdo, el molino de mareas del Zaporito o el mismísimo Puente Zuazo

El estilo de carga isleña es una seña de identidad. No hay un estilo igual, no imita otros modelos más o menos cercanos, se ha autoregenerado, ha resistido la importación de otras costumbres, se ha amoldado -sin perder su génesis- a cada hermandad, otorgando propiedad al discurrir procesional. 

Hay quien defiende que es aburrida, de técnicas monótonas e insulsas. Pero ese es un tema, personalmente, sin importancia. Sin embargo, es algo nuestro; desde el argot hasta las herramientas, la carga isleña es peculiar.



El patrimonio inmaterial es algo a lo que no nos terminamos de hacer. Parece que declarar como bien algo tan autóctono como es la carga, implica que dejen en desventajas otras reivindicaciones que en el aspecto material ya pesaban para la ciudad, si bien esto solo conlleva al beneficio común, por mucho que no seamos creyentes (hasta detractores), o que la Semana Santa la usemos para hacer turismo fuera de nuestra pequeña frontera.

Las singularidades que tanto aclamamos, a veces, no las estimamos por considerarlas algo que está ahí. Le damos un valor personal, pero no a otro nivel.

La JCC ha dado un paso muy valiente. No ha priorizado su papel, aunque haya sido la voz, y ha dejado al estilo ser el protagonista.

Pienso que somos ricos en el patrimonio innecesario de la sonrisa sarcástica cuando se habla tan a la ligera de arte cofrade, Semana Santa (catalogada de Interés Turístico Nacional), cofradías, cargadores... No somos conscientes de su importante influencia cultural y lo que implica para la economía y el turismo de San Fernando. 

Si La Isla puede enorgullecerse de tener una de las pocas playas vírgenes de Andalucía, un templo mitológico; de haber sido capital de España y haber sido vientre donde se gestó La Pepa. Si entre sus gentes se han encontrado científicos y literatos. Si en las entrañas de su mar se hundió por primera vez el submarino de Isaac Peral. Si contamos con uno de los observatorios más relevantes de España... ¿Por qué vamos a tener que desechar mostrar con el mismo orgullo de patria chica, que somos los herederos de un legado, los guardadores de una tradición que nació de la necesidad de un pueblo, y que debemos custodiar como algo inherente a nuestra idiosincracia como pueblo?



Otra cosa es cómo se haya tratado el legado material. Que se trabaje para mantener el que nos queda y cuidarlo. Eso sí necesita de doctores, antes que el virus de la incompetencia o la ignorancia debilite, más aún, nuestros ya mermados bienes.


(Fotos de YO SOY CAÑAILLA, ISLAPASIÓN y PATRIMONIO LA ISLA)



viernes, 20 de febrero de 2015

La entrevista


El joven alumno de periodismo sale a la calle para hacer un trabajo de campo. El tema que debe abordar es libre, y decide llevar a cabo uno sobre la pobreza.




Su propuesta era confirmar que tal hecho era cuestión de un mal uso de la economía particular.

Al azar se dirige a un hombre sentado en el banco de un parque cercano. La apariencia de éste era bastante común, desde luego no parecía un mendigo.




Tras las apropiadas presentaciones, y el visto bueno del caballero, el joven comienza su entrevista.

- ¿Alguna vez se ha sentido rico?

Cuando he comprobado que otros tenían menos riquezas de nada que yo, entonces ahí me sentí pobre de todo.

- No entiendo...

No lo haga. La riqueza, si me habla de capital, es evidente. Cuanto más poseas, más rico eres, si posees menos... 

He comprendido que he sido un millonario toda mi vida. Sí, sí, no me mire así. 

Hasta ahora he tenido una fortuna de una gran falta de cosas: la mayoría tangibles. He dilapidado en querer conseguir; me he jugado los ahorros de pretensiones a la ruleta del vete a saber. He invertido cada moneda de cambio que lograba en acciones que resultaron ser un fraude. He robado cada minuto que dejaban a mi cargo intentando sacar provecho de ellos.

¡Sí señor! ¡Sin duda he sido un auténtico magnate del pozo negro!

- Pero... ¿Qué comparaciones son esas? 

Querido amigo... No todo el mundo tiene el don de la pobreza.

- ¿¡El don!?

Así es. No poseer, no poder, desear y no hallar es una facultad con la que no es fácil convivir. 

No me entiende, ¿verdad?

- Lo cierto es que estoy confuso.

Estamos tan habituados a que no nos falte lo  que queremos, o a intentarlo al menos, que cuando nos falta, o no lo logramos, nos ofuscamos; nos entristecemos, incluso nos enfadamos. Nos falta la magia de la improvisación.

- Magia...

Sí, bueno... Entiéndame. No hablo de magia como un hecho maravilloso, sino excepcional en un sentido de complejidad.

Ese don, amigo, consiste en vivir con las carencias y querer seguir adelante cada día.

- Comprendo. 

¿Seguro?

- Creo que sí.

Cree. 

- ...

¡Jajajaja! Al igual que quien no dispone de dinero en cantidad tal que no pueda satisfacer el capricho más nimio, no puede saber que es no necesitar; el que sí lo tiene no comprende qué es sucumbir a conformarse con su miseria.

- ¡Vaya trabalenguas!

Yo no sé que es que no me falte de nada, dentro de unas posibilidades, y usted desconoce qué es no poder comprar una barra de pan por no tener unos céntimos. ¿Cierto?

- ¡Ah! Pero... ¿Quién no tiene unas pocas monedas en sus bolsillos como para no poder ir a por pan?

Le invito a un café. Hay una cafetería que ponen uno bastante bueno a solo cincuenta céntimos.

- Bien.

(Se dirigen a una cafetería próxima)

¡Dos cafés! Uno con leche y... ¿Usted?

- Sí. Yo igual.

¡Dos con leche, por favor!



- Soy de los que piensan que hay personas que sobrevaloran las necesidades, y ello causa una forma psicológica de penuria.

¡Qué interesante! ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?

- Considero que se quiere vivir bien; todos pretenden vivir al mismo nivel, pero ello depende del que uno se pueda permitir.

Cierto.

- Entonces, si no te puedes comprar un gran chuletón, confórmate con pollo. Si no puedes hacerte con un vehículo, usa el transporte público. Si no puedes adquirir una vivienda, alquila una según dispongas. Si tus hijos no pueden acudir al mejor colegio, que cursen donde les convengan. Si no puedes...

... Si no puedes comprar pan, usa el mendrugo de ayer; si lo tienes.

(Sopló el hombre el humeante vaso)

- ¿¡Otra vez!?

No se altere. Comparto su punto de vista, sin duda. 

La sociedad está construída sobre ciertas necesidades que, para algunos, son prohibitivas. Sin embargo, tenga en cuenta que cuando te las venden no disciernen sobre quienes las perciben; y es tanta el hambre de querer ser, que nos olvidamos de la realidad, la triste verdad, que acompaña a algunos.

- Pues sí.

¡Vaya! Va a tener que pagar usted los cafés. (Mientras, rebusca en el bolsillo de su pantalón)

- ¡Claro! No se preocupe.

(Salen del local)

Disculpe este vergonzoso suceso.

- No tiene importancia, en serio.

Muchas gracias.

¿Dígame? Si tuviese solo un euro, solo uno, ¿qué haría con él?

- Pues no sé... Supongo que si tuviera que invertirlo lo haría en aquello que me fuera más necesario.

Es usted muy coherente

(Los dos hombres entran en una tienda de comestibles, y el joven periodista titubea ante ello)

¿Me pone una pieza de pan y una de esas latas de atún? (Al tendero)

- "Son noventa y cinco céntimos"

(Saca un pequeño monedero marrón, y lo pone boca abajo, cayendo una sola moneda)

Gracias.

(Salen de la tienda)

- ¡Pero hombre de Dios! ¿Cómo no me dijo que solo tenía esa moneda?

Porque, a veces, para creer sí hay que ver, querido mío. La vida es un escaparate para unos, y una batalla para otros.











jueves, 19 de febrero de 2015

El diablo en el espejo

Su supuesta candidez, su aire de niña que ya dejaba de serlo acompañado de esos uniformes del colegio religioso donde había comenzado a estudiar Secundaria, y sus costumbres de joven perfecta y educada, le habían otorgado una imagen alejada de aquellos mitos irreverentes y de carácter independiente que ahora tanto adoraba y deseaba imitar.


La tentación era grande. Aquello era un pecado que no se limpiaba con agua. Pero pensó que quería dejar atrás a esa ñoña, y aceptó la  idea de una compañera dos cursos mayor que ella, con la que contrajo una casual amistad, la cuál le planteó una especie de juego para deshacerse de la timidez timorata que parecía asfixiarla. 

La muchacha era lo que ella anhelaba ser. Triunfaba entre los círculos masculinos, y rompía con el molde de niña bien. Parecía mostrar un aura de libertad insólita que deseaba sobremanera.

Entre las chicas se decía que había hecho algún pacto perverso, y corría el rumor -extendido como una mecha de pólvora cuando se enciende- que, en una reunión en el patio del instituto, prometió que vendería su alma si hiciera falta para desasirse de lo plastificado de su existencia.


La devota adolescente, absorbida por ese deseo irrefrenable de dar un giro a su personaje en la sociedad, resolvió guiarse por el mismo camino que su admirada conocida.

Tan solo una regla: No podía faltar un espejo donde poder verse en toda su integridad


El fin era que fuese capaz de contemplarse, dejándose llevar por sus instintos más básicos, y se conociese como no lo había hecho hasta entonces. 

Para la hastiada chica, la propuesta en sí no resultaba una solución: sexo en soledad y un espejo, ¿a modo de...? Sin embargo, aunque ese acto de autoafecto carnal no resultaba novedad alguna, sí estimaba que faltaba a algo cuando lo ejercía. La moralidad paterna era, sin dudas, otro de esos muros entre los que se veía enclaustrada. 

Tras cenar temprano y poco, se fue a su cuarto y siguió unas normas simples que debía cumplir de manera previa y que, a pesar de todo, le pareció absurdas.

Se veía, en un espejo que dominaba la habitación desde un rincón, recostada en su cama; vestida solo con una sábana, mantenía encendida la luz de una vela sobre la mesa de noche. Una claridad titubeante, escasa y provocadora que confería al lugar un aire de cierta suciedad moral


Las ventanas cerradas. Las persianas apenas dejaban entrar el reflejo que la luna, llena de esplendor, regalaba aquella noche. Reforzó la puerta con un pequeño cerrojo, que hacía las veces de defensa de aquél reino de un solo habitante; quería estar a solas con ella misma. No quería perturbaciones que la enajenaran del sacrificio al que pretendía ofrecerse. 

Bajo la suavidad de la tela que la cubría, rozaba sus rodillas con cierto nerviosismo, pero no eran dudas lo que tenía, sino ansias. Acariciaba sus piernas con los pies, y notaba la seda de su piel. La tersura de aquella envoltura de juventud hizo que, por un momento, la hiciera temblar extática. Recorrían sus dedos las pantorrillas. ¡Duras! ¡Atléticas! Y terminaban por entrelazarse entre ellos, causándole tal sensación de aprisionamiento que el corazón le latía tan fuerte que lo notaba en lo más íntimo de su ser. Así pareciera que recorría su cuerpo una corriente eléctrica desde su pelvis hacia cualquier dirección.


Agarrada a su paño de pureza, que la guardaba de sentirse descubierta, aquella fuerza que la hizo tambalear desde dentro, logró que sus manos se abrieran espasmódicas, quedando al descubierto su torso, limpio de frivolidades con encajes que limitaran la visión de un paraje bellísimo: Dos breves llanuras, del color de un campo de rosas rosas, de las que brotaban sendas rocas tintadas de una sonrojada palidez.


El demonio mismo se asomaba a aquél cristal, gobernador de la estancia, que reverberaba la imagen de la pureza misma, y quiso que aquél ángel fuese suyo. En el inmenso ventanal que absorbía cada mínimo detalle de la sala, tenía a su gran aliado. Sabía que ella no podría resistir probar el bocado que veía reflejado.

Tentada, encogida levemente, empezó a estirar sus piernas. Largas, firmes. Dejando a la vista un perfecto atuendo: su cuerpo.

Inclinó la rodilla izquierda, aún elevada, hacia la misma dirección, y el tesoro de su inocencia quedó al descubierto. Sabía que no tenía que buscar mucho para encontrar lo que quería, pero no le interesaba hallarlo tan rapido. Sumergió su mano derecha hacia la lisa entrada, y con delicadeza descorrió el tenso telón aterciopelado, notando como las yemas de sus dedos indice y anular se embadurnaban como de miel. Comenzó a acariciar el pequeño cáliz que halló, provocando que se derramara, aún más, aquél contenido meloso.


Intentaba no demostrar abiertamente la emoción ante tal hallazgo, y se mordía con fuerza el labio inferior para que de su boca no saliera el secreto que había encontrado, y se mantenía muda, pero sabía que era cuestión de minutos que se explayara en expresar su gozo.


Miró de soslayo al espejo. Pareciese como si la observaran desde él. Lo sabía. Le gustaba. Pasó de sentirse indefensa a mostrarse dominante. Indagaba, con permiso de nadie, cada palmo que sus manos alcanzaban a disfrutar. Sus labios, blanquecinos de los grilletes de sus dientes que los apresaban, comenzaron a colorearse de nuevo, y sus cadenas empezaban a dar de sí



No podía dejar de regodearse en el omnipresente vídrio. 

Apostada en el cabecero de su cama, sus piernas se abrían en un abrazo que clamaba ser correspondido. Sus extremidades, como Shiva, parecían multiplicarse para llegar a cada zona de su cuerpo que le provocara un mínimo estremecimiento. En sus manos, látigos de seda que lograron que de su garganta surgieran suspiros, mientras azotaban con fruición la carne trémula.

Por el desfiladero que discurría entre las llanuras, ahora tintadas de fuego ante la excitación, ríos de sudor que conferían a su busto la impresión de un delirante y apasionado baño, que salpicaban más allá de su vientre, rodeando el ombligo elipsado y vertiéndose entre los dedos, ya húmedos, que no cesaban de fustigarla en su interior, en una incesante y estimulante escena de posesión.


De repente, quedó paralizada. No era capaz de responder a nada. Aturdida por una sacudida que le recorría cada músculo, sentía cómo manaba abundante líquido del frenesí desde la profundidad donde había sido castigada de placer. La piel tersa se erizó, y de sus pechos surgieron enhiestas dos lanzas que le provocaron mayor perturbación, si era eso posible.

Se dejó resbalar hasta el mismo centro de la cama, y desde allí observó a la chica del espejo. No. No era ella. Aquella muchacha que veía no se le parecía en nada. Con más interés que fuerza, se acercó hasta él, y se contempló. Sonrió, denotando una mueca de satisfacción mientras reconocía la desnudez que se le presentaba. En cierto modo, le pareció como si no hubiese disfrutado a solas del todo.

La joven dio media vuelta y se dispuso a entrar en la ducha. Sin embargo aquella figura del espejo no dejaba de mirarla con una expresión de maldad.


Al final, el diablo consiguió hacer suyo a aquél ángel.



jueves, 12 de febrero de 2015

Eres (a Cádiz)

Eres ese verso que se recita al suspirar, ese que se escapa en las lágrimas de quien se va. 

Eres el retazo que se ultima al pintar, ese detalle que el artista no quiere relegar.



Eres la pasión del enamorado, el brillo de sus ojos al contemplar la mirada eterna de quien dice amar.

Eres veleta que señala al ventear, el faro que ilumina el camino en el mar, la campana que alegre repica y anuncia qué hay que celebrar.



Eres un pedazo del cielo que no se quiere marchar, donde cada febrero sus ángeles tornan altar un estrado de bombos, cajas y guitarras y un 3x4 de compás

Eres un edén que saluda al mar, un limbo donde quedarse mientras puedas respirar.

Eres, Cádiz, diosa tierra para adorar, de aquellos que se fueron y los que no se quieren marchar.

Eres, Cádiz -tacita plateá-, cuna de la luna que en tus aguas mansas quiere descansar.



lunes, 9 de febrero de 2015

A mi barrio (breve poema a La Pastora, San Fernando)

Entre la arboleda desnuda, con la única música de las pisadas rompiendo el sonido quieto, las calles de un barrio que yacía durmiendo.


Tesoro el suelo que sostiene los muros de tu templo, joya de la corona de este breve reino.

Barrio y universo, que quien te descubre se deslumbra de tu sencillo secreto:    

       -"¿Secreto?"
       
       - ¡Shhhh! Silencio...