jueves, 7 de agosto de 2014

Una ventana a La Isla


Rebuscando entre las innumerables páginas que existen en internet, nos alegra y sorprende encontrarnos con alguna dedicada a nuestras raíces. Al lugar donde nacimos o de donde venimos, en el caso de los exiliados o errantes que salimos de ella.

Es el caso de mi tierra: San Fernando. Un lugar pequeño, perdido entre la propia historia de Cádiz, comido por la vehemencia turística de otras poblaciones que lo circundan, abandonado por la propia desidia de quienes sólo parloteaban criticándolo, humillado por los que les quisieron vender oro y se fueron ellos con sus bolsillos llenos, dejándolo cariacontecido.

San Fernando, es una de esas nubes que vemos pasar por el cielo. Hermosa, solitaria, de pasar sigiloso, y llena del humo con el que le engañaron mil veces. 

San Fernando, La Isla, el apellido con el que el castizo, el flamenco, el torero, el orgulloso de su origen usa para definir su linaje geográfico, es un sitio donde la paz se instala para morir. Los más aviesos y sarcásticos me dirán que de pena, aquellos que como yo echan en falta pasearla y sentir los sonidos que reverberan entre los muros de sus calles encaladas, acordarán que la paz va a buscar allí su retiro. 

San Fernando, La Isla, como se guste llamar a este pedazo de tierra anclada en el centro de la bahía gaditana, donde la visión de su perfil dibujado sobre el lienzo azulino es una imagen de cartel que de forma inevitable permanece en la retina de sus hijos, es un emplazamiento particular que parece no tener nada y sin embargo, entre sus venas de sal, se oculta un tesoro de Historia que ni sus habitantes conocíamos y por tanto fuimos incapaces de expandir. De aquellas tierras estos lodos.

La ciudad de los monumentos incógnitos, la que fue capital de España, la que mantiene sus tradiciones a pesar de aquellos que se ríen de ellas (alguno incluso tildándonos de catetos por el mero hecho de defenderlas). La ciudad a las que muchos tanta pena les da, pero no tienen mejor forma de animarla que acusándola de aquello de lo que adolece. El isleño es, a todas luces, el mayor derrotista. Pero eso ya lo sabíamos.

Sin embargo, retomando el párrafo inicial, qué satisfacción cuando encontramos en la red páginas y cuentas dedicadas a nuestra ciudad. Y te fijas que en la mayoría se muestran recuerdos de lo que fue no hace tanto y añoramos -ahora, echamos aquello en falta-. Comentarios de muchos deseando volver aunque sea a pasar unos días, y otros para el resto de sus días. Rabias porque no la ven salir a flote. Siempre el tema de la política local (según una gran mayoría los culpables directos del estado entristecido y deficitario en que se encuentra San Fernando). Pero ante todo nostalgias. Lógico, se pensará. 

Lógico...

Porque al que vive en La Isla o la piensa desde la distancia no deja de importarle su futuro, y le gusta acordarse de aquella vida que dejó en sus calles, en sus barrios. Y desde Facebook o Twitter muchos de los que la añoramos podemos asomarnos a través de sus imágenes a esas estampas inmóviles, que a más de uno nos gustaría que fuesen uno de esos cierros desde donde admirar el movimiento que las fotografías nos hacen imaginar. Participar de su realidad y seguir formando parte de ella. 

Es de agradecer ese esfuerzo de los promotores de estas ideas por hacer realidad el sueño de algunos de mirar por la ventana y respirar sus aires, que por más que me digan no... No son los mismos que los de fuera de sus fronteras.