viernes, 18 de julio de 2014

La ciudad enamorada

Paseaba por sus calles respirando los olores que tan especial hacían su ciudad. Sus pasajes eran las venas mismas por donde corrían sangres de siglos, de pueblos que vieron en su ribera el lugar perfecto donde emplazarse. Cada esquina era una historia que mil poetas contaron, que mil trovadores cantaron, que mil músicos plasmaron en pentagramas. 

Alameda non plus ultra donde Hércules quedó enmarcado mirando al horizonte. Trozo de cielo que María Santísima bajó. Puerta del Paraíso por donde se cuela el mismo Dios que se hace hombre cada madrugada de Viernes Santo en aquél barrio de fervor.

Parque que respira la armonía decimonónica de cuidados jardines, de paseos para enamorados y rincones donde los corazones unían sus emociones. Encuentro de embelesados es aquél vergel que se abre en abrazo y esperan en él barquillas que navegan entre brillantes trazos.

Cigarreras que viven inmortalizadas en obras de artistas, dejando su imagen grabada a fuego en la memoria del pueblo mismo. Cigarreras que aún se ven, misterios del universo, saliendo etéreas por las puertas de aquella fábrica -donde hoy surge el conocimiento- con su artesano liaillo luciendo.

De costumbristas maneras, dando fe de su idiosincracia, de su orgullo por vivir y sentirse hijos de Heliópolis -donde mandan las horas de sol- con calles resolanas -muralla para los vientos-. Por bandera su torre, vigía en otros tiempos; fortísima, esbelta, símbolo de la prosperidad de una ciudad por donde paseaban barcos entre sus aguas esmeraldas. 

Ciudad de veladas señeras en las anochecidas estivales a orillas de una triada santa rodeada de ángeles marineros que las custodian.

Contemplarla al arrimo de las estrellas, alumbrada por los brillos de su propia luz reflejada en el espejo que la engalana y la  viste de aires como de sal... ¡Qué forma más endiablada de morir! Cerrar los ojos y que en la retina quede la misma visión que el propio diablo tiene de la Gloria.

¡Así..! ¡Así se ensueña una ciudad! Puerta de la Eternidad, por donde entra Dios desde su blanca catedral y después... Después que se quede donde se quiera quedar, que Cádiz es -para qué hablar- entrada y salida celestial. 

Paseaba por sus calles admirándola en su quietud, temprano en la mañana, inspirándose de perfumes que no se podían confundir con los de ningún otro lugar, que es la ciudad enamorada de quien de ella se quiera enamorar.

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N. del A. Hay ciudades que se dicen sin par y no siempre caen en verdad, y para muestra este botón de parrafadas que intentan amarrar Sevilla y Cádiz separadas por su propio amar.

Quien conozca ambas ciudades me comprenderá. Que no todo es único, aunque a algún suspicaz crispará.