viernes, 20 de febrero de 2015

La entrevista


El joven alumno de periodismo sale a la calle para hacer un trabajo de campo. El tema que debe abordar es libre, y decide llevar a cabo uno sobre la pobreza.




Su propuesta era confirmar que tal hecho era cuestión de un mal uso de la economía particular.

Al azar se dirige a un hombre sentado en el banco de un parque cercano. La apariencia de éste era bastante común, desde luego no parecía un mendigo.




Tras las apropiadas presentaciones, y el visto bueno del caballero, el joven comienza su entrevista.

- ¿Alguna vez se ha sentido rico?

Cuando he comprobado que otros tenían menos riquezas de nada que yo, entonces ahí me sentí pobre de todo.

- No entiendo...

No lo haga. La riqueza, si me habla de capital, es evidente. Cuanto más poseas, más rico eres, si posees menos... 

He comprendido que he sido un millonario toda mi vida. Sí, sí, no me mire así. 

Hasta ahora he tenido una fortuna de una gran falta de cosas: la mayoría tangibles. He dilapidado en querer conseguir; me he jugado los ahorros de pretensiones a la ruleta del vete a saber. He invertido cada moneda de cambio que lograba en acciones que resultaron ser un fraude. He robado cada minuto que dejaban a mi cargo intentando sacar provecho de ellos.

¡Sí señor! ¡Sin duda he sido un auténtico magnate del pozo negro!

- Pero... ¿Qué comparaciones son esas? 

Querido amigo... No todo el mundo tiene el don de la pobreza.

- ¿¡El don!?

Así es. No poseer, no poder, desear y no hallar es una facultad con la que no es fácil convivir. 

No me entiende, ¿verdad?

- Lo cierto es que estoy confuso.

Estamos tan habituados a que no nos falte lo  que queremos, o a intentarlo al menos, que cuando nos falta, o no lo logramos, nos ofuscamos; nos entristecemos, incluso nos enfadamos. Nos falta la magia de la improvisación.

- Magia...

Sí, bueno... Entiéndame. No hablo de magia como un hecho maravilloso, sino excepcional en un sentido de complejidad.

Ese don, amigo, consiste en vivir con las carencias y querer seguir adelante cada día.

- Comprendo. 

¿Seguro?

- Creo que sí.

Cree. 

- ...

¡Jajajaja! Al igual que quien no dispone de dinero en cantidad tal que no pueda satisfacer el capricho más nimio, no puede saber que es no necesitar; el que sí lo tiene no comprende qué es sucumbir a conformarse con su miseria.

- ¡Vaya trabalenguas!

Yo no sé que es que no me falte de nada, dentro de unas posibilidades, y usted desconoce qué es no poder comprar una barra de pan por no tener unos céntimos. ¿Cierto?

- ¡Ah! Pero... ¿Quién no tiene unas pocas monedas en sus bolsillos como para no poder ir a por pan?

Le invito a un café. Hay una cafetería que ponen uno bastante bueno a solo cincuenta céntimos.

- Bien.

(Se dirigen a una cafetería próxima)

¡Dos cafés! Uno con leche y... ¿Usted?

- Sí. Yo igual.

¡Dos con leche, por favor!



- Soy de los que piensan que hay personas que sobrevaloran las necesidades, y ello causa una forma psicológica de penuria.

¡Qué interesante! ¿Cómo ha llegado a esa conclusión?

- Considero que se quiere vivir bien; todos pretenden vivir al mismo nivel, pero ello depende del que uno se pueda permitir.

Cierto.

- Entonces, si no te puedes comprar un gran chuletón, confórmate con pollo. Si no puedes hacerte con un vehículo, usa el transporte público. Si no puedes adquirir una vivienda, alquila una según dispongas. Si tus hijos no pueden acudir al mejor colegio, que cursen donde les convengan. Si no puedes...

... Si no puedes comprar pan, usa el mendrugo de ayer; si lo tienes.

(Sopló el hombre el humeante vaso)

- ¿¡Otra vez!?

No se altere. Comparto su punto de vista, sin duda. 

La sociedad está construída sobre ciertas necesidades que, para algunos, son prohibitivas. Sin embargo, tenga en cuenta que cuando te las venden no disciernen sobre quienes las perciben; y es tanta el hambre de querer ser, que nos olvidamos de la realidad, la triste verdad, que acompaña a algunos.

- Pues sí.

¡Vaya! Va a tener que pagar usted los cafés. (Mientras, rebusca en el bolsillo de su pantalón)

- ¡Claro! No se preocupe.

(Salen del local)

Disculpe este vergonzoso suceso.

- No tiene importancia, en serio.

Muchas gracias.

¿Dígame? Si tuviese solo un euro, solo uno, ¿qué haría con él?

- Pues no sé... Supongo que si tuviera que invertirlo lo haría en aquello que me fuera más necesario.

Es usted muy coherente

(Los dos hombres entran en una tienda de comestibles, y el joven periodista titubea ante ello)

¿Me pone una pieza de pan y una de esas latas de atún? (Al tendero)

- "Son noventa y cinco céntimos"

(Saca un pequeño monedero marrón, y lo pone boca abajo, cayendo una sola moneda)

Gracias.

(Salen de la tienda)

- ¡Pero hombre de Dios! ¿Cómo no me dijo que solo tenía esa moneda?

Porque, a veces, para creer sí hay que ver, querido mío. La vida es un escaparate para unos, y una batalla para otros.