martes, 18 de marzo de 2014

Rosario del Viernes Santo (El hijo pródigo)


Serán las fechas que, a momentos, me obstruyen los pensamientos más mundanos, más humanos, más necesarios, y solo veo por mi mente discurrir lo que mi espíritu cofrade manda.

Leo en San Fernando Cofrade una grata noticia, cuya protagonista única es la hermandad del Rosario: procesionará la noche del Viernes Santo sin abandonar, en este sentido, sus orígenes del último día santo de la semana, pues se recogerá la madrugada del sábado.

La noticia me alegró enormemente. Por fin se hacían buenos los cambios realizados, por fin se visualizaba el inicio de la normalidad, por fin la hermandad de la madrugada dominical iba a contemplar el sol de una resurrección a la que, otrora, precedía.

Atrás quedaron enmarañados asuntos personales, impensables comentarios entre iglesia y hermandad, gestos, mejillas no puestas por segunda vez -a pesar del Evangelio-; atrás quedaron desaires, desplantes, desafíos... Atrás quedó el útero que representa la parroquia del barrio del Parque, vacío de un hijo que adoptó la madre de todas las iglesias isleñas. Atrás quedaron unos hermanos prendidos a sus inicios, que vieron, con estupor y sorpresa, cómo apartaban de su vera al hijo más joven.

Sinceramente, no comprendo cómo en plena era de las comunicaciones puede haber tan poca entre quienes viven, comparten y rezan bajo el mismo techo del mismo Padre. Sinceramente, me da igual quién tuviese razón, porque cada uno tenía la suya, y la defendió según le venía en gana. Sinceramente, dudo que ninguno tuviese razón, cuando quien venció fue la sinrazón.

Sinrazón por creer en la victoria al desahuciar a quienes se debían guiar y no se supo encauzar; sinrazón por revelarse ante quien debía ser mentor y hacer más difícil la solución. Que me da igual quien llevase la razón... ¡Señores, ganó la sinrazón!

Ganó la ilógica de la vanidad, de la soberbia, de la inquina, de la terquedad, del rencor, de ambicionar aquello que no cabe entre padre e hijos: ser más. Cada cuál tiene su papel y su misión.

Se dio una imagen funesta, pueril, desasosegada, irresponsable y de una desestructuración a nivel fraternal que daba que pensar sobre ambos implicados, el sacerdote y la hermandad.

Insisto... ¡Me da igual quién llevase la razón! Porque la razón no ganó.

Gracias a Dios existe un obispado y un Consejo de Hermandades competentes, que son capaces de encontrar la medida, la media, la proporción justa para cada uno, a pesar que eso implique desarraigar de sus inicios a una de las partes. Si bien lo salomónico de la medida no quita mérito a lo justo de ella.

Desde los medios de información veía asombrado el circo que se había montado en la parroquia de San José Artesano -uno de dos pista, ¡nada menos!- y como, en cualquiera de ambas, no habían payasos, ni domadores, ni trapecistas... Habían leones que se enfrentaban en una lucha desigual, corriendo el riesgo de dañar, no solo a ellos, sino a quienes representaban y así ha sido. Ni uno ni otros han estado a la altura que sus deberes y condición les imponían. Ninguno ha practicado, al menos públicamente, su misión evangélica en este asunto. ¡Y me da igual quién llevé la razón! Y van tres veces las que he dicho esto.

Hoy uno, estimándose en su despacho parroquial, siguiendo con sus labores como pastor de la Iglesia (con i mayúscula); otros, rehaciendo su vida fraternal entre nuevos hermanos de la parroquial de San Pedro y San Pablo y una nueva dirección espiritual, se manejan por carriles distintos aún yendo por la misma carretera. Me pregunto si uno y otros habrán reflexionado sobre lo ridículo de sus antojos, sobre qué imagen de la Iglesia y las hermandades dieron, metiendo en el saco a sus feligreses, sus hermanos y, por extensión, a todo el cristiano cofrade isleño. Hay que darles las gracias por depauperar nuestra imagen, en una época donde ha tenido que venir un papa luchador a quitar vendas y sanar lacras.

Y, por cuarta vez. ¡Me da igual quién lleve la razón!

Ahora, la hermandad del Rosario tiene el arduo camino de retomar las riendas de su propio ser como tal. Trabajar para reconquistar lo que, con su particularidad, los hicieron únicos. Eso sí... Un poco más de HERMANDAD en COMUNIDAD y menos apartarse de aquello que nos aúna a todos: la COMUNIÓN. Está bien ser idiosincrásico, pero se forma parte de un todo. No por salir la madrugada del Sábado Santo (antes), y ser una corporación drásticamente sobria en todos los aspectos, implica que no sea una hermandad IGUAL a la de Cristo Rey, Ecce Homo, Gran Poder o Nazareno (por poner casos totalmente opuestos en visión en la calle)

Al otro triste protagonista... Qué decir. Insistiré en una frase personal que ya he citado otras veces... Doctores tiene la Iglesia y yo solo soy un monaguillo. La responsabilidad de ser quien guíe, aconseje, dirima sobre el cómo y el qué hacer para llevar una vida como asociación cristiana fundamentada en el mismo Evangelio, es una tarea compleja; sin embargo, a pesar de su dificultad, se necesita paciencia -muuuuuucha más aún-, humildad y un extra de amor y fe por el prójimo, muchas veces perdido o confundido.

Enhorabuena a la hermandad del Rosario por su renacimiento. Enhorabuena al Consejo de Hermandades, por su buen hacer y haber sabido llevar por aguas mansas lo que se temía acabaría hundido por las turbulencias. Enhorabuena al Obispado gaditano por cumplir con su misión salomónica y justa.

Si Dios quiere, en la madrugada santa sabatina, el hijo pródigo regresará a su casa, para dar cumplida cuenta de su misión catequética de mostrar los dolores de María tras la pérdida de Su Hijo, visitando el lugar donde descansan los justos, sin dejar de mirar de reojo el que fue su hogar más de 30 años: su barrio del Parque.

(Fotografía de San Fernando Cofrade)