lunes, 3 de agosto de 2015

Carta de un padre aturdido

Nunca podré dejar de sentir emoción cuando me dicen papá, ni cuando me dicen te quiero, ni cuando me dan un beso, ni cuando me miran y veo en sus ojos algún deseo.

Jamás se me desanudará la garganta cuando me reflejo en sus lágrimas, ni cuando en su llanto me llaman, ni cuando sus voces se apagan y no he atendido a sus palabras.

Imposible que no estalle mi alma cuando no cumplo con ellos, ni cuando sus ruegos no comprendo, ni cuando me enfado y en su expresiones adivino el miedo.

Caótica mi mente cuando la noche me aplaca, cuando el ruido de sus juegos en una caja se guardan, cuando ya no hay gritos sino calma y me acerco a sus camas.

Arrepentimiento en el sosiego y lloro cuando los observo, y les pido perdón por lo mal que lo he hecho, y los beso con la ternura que solo da el corazón sincero.

Padre es una pesada gala, que a veces dobla mi espalda. Egoísmo de querer mi tiempo. Envidia de no tenerlo. De malos gestos mi cara tiembla. De expresiones funestas.

Si alguna vez leéis esto, que no os tiemble el pulso al hacerlo. Que este es mi testamento de arrepentimiento, de llamarme padre y no haber sabido serlo.

Pero quiero que sepáis, que cada <<papá>> que dijísteis, cada <<te quiero>>, cada beso, cada sonrisa empapada de vuestra infantil alegría, fue para darme alas.


PatrimoniArte

Parece que hablar de cultura, de manera ineludible, suena a pestiño made in La Mallorquina. Eso sucede cuando se considera de forma superficial, cuando se trata como si el saber ocupase más lugar que el que mereciera.

Tuve la dicha de participar en un evento el pasado día 31 de julio: Islacultura le denominaron.

Allá donde se pierde la noción del tiempo -y casi te pasas de largo a no ser que, a quien le corresponda, le dé por poner algún cartelito más que señale el camino-, junto a la playa del Castillo (para el de la tierra, Camposoto), pude disfrutar como un niño degustando cultura con sal. Sal, como la que nos arropaba en aquel paraje natural tan desconocido para el mismo isleño; sal, como la que se adivinaba en el aire y que el viento, fresco como él solo, nos arrimaba a la mismísima pituitaria. Sal, como la de los artistas que, hasta que no tuve más remedio que marcharme, destilaban en cada momento anunciado. Hasta yo mismo tuve el honor de poner un granito, aunque con más nervios que un bisté de a real (que diría mi padre).



Eran gente de La Isla. Gente de mi pueblo, o relacionado íntimamente con él. Gente que tenía el común denominador de exportar aquellas artes en las que se manejan, en sus distintas categorías, mostrándolas a un público con ganas de pasar un buen rato.Y a fe cierta que así fue.

Reconozco que entre tanto escritor, músico, escultor, artista gráfico..., yo desentonaba como una ficha de parchís en un ajedrez, pero allí me planté. Sin saber qué iba a hacer. Por un momento, incluso, estuve a punto de irme. ¿Qué hacía un mindundi de las letras en un acto así? De tal guisa me presenté, y así me considero en un mundo tan complejo como ese?

¡Juan Antonio Carrasco! -espetó Antonio Díaz, preguntándose quién narices era ese que, tras Daniel Fopiani, aún no se había acercado al atril.

Me aproximé con una expresión en el rostro de sí, soy yo. Llevaba dos folios doblados. Uno, con una poesía que, finalmente, no declamé -con seguridad, más que declamado, el poema me hubiera reclamado daños y perjuicios-. Otro, con un proyecto ilusionado que, al final, fue lo que leí.

Bueno... A fin de cuentas era para dar a conocer el patrimonio humano que San Fernando posee en el ámbito cultural.

Entre lecturas, cante, acordes, retratos, cine, esculturas, se distinguía un movimiento nervioso de los organizadores. Gente de La Isla (no me importa repetirlo, aunque sea una incorrección literaria), que tuvieron un anhelo y lograron hacerlo realidad



Visto lo visto y disfrutado lo disfrutado, como bien he oído, ya hay quien habla de un Islacultura 2016. No sé si los tertulianos de Rayuela, los responsables, considerarán repetir la experiencia -deseo que sí-, pero está claro que en esta tierra, donde han nacido afamados personajes de las diversas artes, hay que patrimoniarse.

Hemos tardado años en concienciarnos que tenemos un gran patrimonio desaprovechado, cuando no se ha perdido por mor de hacer crecer una ciudad sin mirar qué se derrumbaba, qué se ocultaba bajo nuevos cimientos.

Es una nueva percepción, nacida de la inquietud de cañaillas que aman su ciudad. Desde la creación de un Café-Lectura en plena callerreal, para más inri frente al mismísimo palacio consistorial -una grandísima obra de la arquitectura de la bahía gaditana-, hasta la consolidación de un grupo de amantes de nuestra herencia a lo largo de siglos, formado por especialistas en el mismo o relacionados con él de algún modo, como es Patrimonio La Isla, pasando por el hecho de contar con una Academia de las Ciencias y las Letras propia -la de San Romualdo-, un Observatorio, una impresionante biblioteca desconocida (otro expediente X) como la del General Lobo, y no sé cuanta cultura más derrochada por nuestra limitada geografía de esteros y mares.

Y no. No me importa seguir errando al repetir palabras como, por ejemplo, CULTURA.



Parafraseando, como bien dijo María del Carmen Orcero -una de las organizadoras y miembro de Rayuela-, hay que hacer notar que cuando se pisa La Isla, esta está alfombrada de cultura. 



PatrimoniArte es la mejor forma de colaborar.

¿Qué es patrimoniarse? Participar, hacer participar y ayudar con la simple presencia -el mejor activo del ciudadano es hacerse notar- a reclamar a instituciones públicas o privadas que este pueblo está, de nuevo, por descubrir. Aunque por embajadores de renombre no será.

(Imágenes de Leonor Montañés, Andalucía Información y El Castillo de San Fernando)