lunes, 3 de agosto de 2015

Carta de un padre aturdido

Nunca podré dejar de sentir emoción cuando me dicen papá, ni cuando me dicen te quiero, ni cuando me dan un beso, ni cuando me miran y veo en sus ojos algún deseo.

Jamás se me desanudará la garganta cuando me reflejo en sus lágrimas, ni cuando en su llanto me llaman, ni cuando sus voces se apagan y no he atendido a sus palabras.

Imposible que no estalle mi alma cuando no cumplo con ellos, ni cuando sus ruegos no comprendo, ni cuando me enfado y en su expresiones adivino el miedo.

Caótica mi mente cuando la noche me aplaca, cuando el ruido de sus juegos en una caja se guardan, cuando ya no hay gritos sino calma y me acerco a sus camas.

Arrepentimiento en el sosiego y lloro cuando los observo, y les pido perdón por lo mal que lo he hecho, y los beso con la ternura que solo da el corazón sincero.

Padre es una pesada gala, que a veces dobla mi espalda. Egoísmo de querer mi tiempo. Envidia de no tenerlo. De malos gestos mi cara tiembla. De expresiones funestas.

Si alguna vez leéis esto, que no os tiemble el pulso al hacerlo. Que este es mi testamento de arrepentimiento, de llamarme padre y no haber sabido serlo.

Pero quiero que sepáis, que cada <<papá>> que dijísteis, cada <<te quiero>>, cada beso, cada sonrisa empapada de vuestra infantil alegría, fue para darme alas.


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