domingo, 9 de marzo de 2014

La nota


"La esperanza es un camino largo que puede regalarnos nuestras ilusiones o hacernos caminar indefinidamente".


Sabía perfectamente que aquella solución era infantil. Pero la vida le había golpeado tantas veces en el mismo sitio que quería, por una vez, ser él quien le diera una bofetada al destino.

Recordaba, mientras sentado en una incómoda silla de una cafetería tomaba un café descafeinado y poco agradecido en aroma, aquellos momentos donde todo parecía cambiar. Su juventud de entonces le animaba a seguir el rumbo que se le antojaba. No tenía mayor compromiso que su trabajo; hoy ya con medio camino hecho, con sus casi cincuenta años, se veía incompleto.

Lo tenía todo planeado. Sabía lo que buscaba, sabía qué podía ofrecer. Pero desconocía qué podría encontrarse. Las dudas planeaban sobre su mente a pesar de haber tomado ya la decisión, pero no quería dar marcha atrás. ¿Para qué? 

Con aire taciturno, sorbía brevemente el café, aún caliente. Quizás pensase no acabárselo, pero el café le ayudaba a entonarse un poco y quitarse de encima una embriaguez mental que no le dejaba despejarse. 

Echó mano al interior de su chaqueta y sacó una cartera marrón. De ella, con sumo cuidado, sacó un pequeño trozo de papel bien doblado; lo extendió sobre la mesa y comenzó a repasar lo que había escrito en él. Cuando terminó su lectura, una sonrisa socarrona asomó a sus labios.

Mientras guardaba el papel con mimo, asió de nuevo su cartera. Quien estuviese cerca podía fijarse en el retrato de una mujer joven que estaba en uno de los compartimentos destinado a las fotografías; sus dedos pasaron sobre la imagen, sus ojos también. Y tacto y vista acariciaron el rostro en papel de la joven mujer. Se levantó con premura de aquél incómodo asiento, y apuró de pie lo que le quedaba de café.

Salió del local queriendo empezar su misión; el asunto al que llevaba demasiados días dándole vueltas. Dirigía sus pasos con firmeza, sin embargo, cada nueva zancada le ahogaba en confusiones. No las tenía toda consigo.

La calle estaba pletórica de gente, no sabía dónde acometer la labor. Sentía rubor por si alguien le veía, por si se paraban a curiosear mientras llevaba a cabo su empresa. No estaba seguro si esperar a que fuese más tarde, pero como quiera que la cantidad de personas en ese radiante día le aturdía, creyó oportuno buscar auxilio en el cobijo de la noche.

La noche. La eterna guardiana de secretos, de conspiraciones, de entramados, de confidencias; la noche se aliaría con él. Necesitaba, eso sí, encontrar un lugar que resultara efectista y efectivo, tenía que verse tras aquella velada; bo debía pasar desapercibido porque, en ese caso, habría fracasado. 

Salió andando desde su refugio particular, un parque cercano donde las parejas se ofrecían en amor etéreo. Él paraba muchas veces allí; le gustaba caminar mientras emulaba paseos pasados en otra compañía que no era la suya propia que, de hecho, le sabía mal. Era triste, sin conversación, le servía para culparse, para justificarse en su propia desolación. 

Tras una breve caminata llegó a su destino. La tranquilidad era dueña de cuanto se vislumbraba. 

Era ya tarde, la calle solo era transitada por algún taxi; las aceras, vivas en el día, permanecían mudas, sólo los papeles de la marabunta diurna las rondaban. Con ademán seguro dejó la esquina, se encaminó calle arriba; al fondo, la avenida seguía con ganas de no dormir. Tras una rápida ojeada ya tenía visualizado su objetivo, junto la pared de un banco que la crisis se encargó de clausurar. Al ir acercándose, sacó de nuevo el dobladillo de papel.

Días antes pensaba qué podía hacer para salir de esa situación en la que se hallaba. No quería recurrir a interesadas profesionales; tampoco las agencias le convencían: -"Gente fría"- Pensaba. A través de internet no le hacía mucha gracia, porque no quería que le volviesen a engañar. Tampoco la solución que él encontro le satisfacía, pero a pesar de su candidez le pareció la menos dañina.

Ya estaba frente a la pared del banco. Introdujo la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó un rollo anaranjado, desdobló la nota, la extendió y la fijó en el desangelado muro; y con las prisas de quien comete un delito, salió corriendo de aquél lugar. Quedaba esperar.

El papel era todo un canto a la soledad, a la desesperanza, al hastío del que nada espera. El recurso del solitario que no quería seguir en ese limbo. Era la solución infantil. Un alivio solo imaginable por la mente sana de un niño, capaz de ver las cosas desde el prisma de la simpleza. Así lo vio.  

¿Porqué no iba a ver más gente como él? ¿Porqué no iba a encontrar con esa nota otra alma en aquél purgatorio de la vida? 

La vida misma le había mandado a aquél espacio entre el cielo y el infierno, y quería resarcirse de tal condena. La única forma que encontró fue buscar otro ser perdido en ese mundo de confusión. 

La nota decía así: 

Busco corazón roto que quiera darse una nueva oportunidad. Ofrezco sinceridad y amor.



(N del A: Esta nota es auténtica. Encontrada en Sevilla, muy cerca del Arco de la Macarena)