sábado, 27 de diciembre de 2014

Una luz en el firmamento

Me decía un amigo, de los que ya se dicen viejos, que de donde sacaba él las musas para remover corazones sin tener que moverlos del asiento.

"Las musas, amigo -le animé-, son como en el verano el fresco viento; solo hay que aprovechar su vuelo para sentir su aliento".

Me insistía, como preocupado, por no saber cuál sería el propicio momento, ese en el que como hacen las hadas del cuento, varita en mano, declaman sobre él el anhelado sortilegio.

"No te preocupes -le insté- y abandona tu desconsuelo, que sin entender cómo esa lluvia que no llega te caerá del cielo".

Le agarré del hombro y señalé con el dedo enhiesto a cualquier rincón de un trozo del universo, pasó fugaz una estrella y me miró sonriendo.

Incluso allá en lo negro, donde la oscuridad domina el firmamento, hasta la luz más insignificante es capaz de dejarte sin resuello.

(Imagen personal de la playa de Camposoto, en San Fernando -Cádiz-)



viernes, 26 de diciembre de 2014

Versos desde el corazón: una feliz reflexión

Una reflexión para ayudar salida de una satisfacción personal

"... se hace camino al andar".



La vida misma en palabras del poeta, así es el destino. Un paso no es la meta, pero nos acerca a ella.

Intento, como puedo, lograr alcanzar aquello por lo que sueño sin desprenderme de la realidad, a veces dolorosa, otras indiferente, no pocas cruel, algunas como balsa de aceite, pero siempre sorprendente, aunque nos parezca que los días que se suceden son calcos unos de otros.

Hoy, desde la editorial "Diversidad Literaria", me comunican que, por segunda vez -tantas como he participado-, un escrito que remití ha sido seleccionado para ser incluido en la antología poética "Versos desde el corazón".



Es solo una losa más en el camino de baldosas amarillas que me he propuesto recorrer. Ser elegido entre mil ochocientas obras presentadas da, cuanto menos, el valor suficiente para seguir intentando llegar a Oz.

Pero nada de crecerme, porque nada he logrado. Si acaso degustar el buen sabor que deja la satisfacción de saber que, al menos, no divago ciego. 

Me quedo con una frase que dije al empezar: "Un paso no es la meta, pero nos acerca a ella". Soñar es gratis y, haciendo referencia a mi "Prohibido soñar" http://latardetranquila.blogspot.com/2014/12/prohibido-sonar.html , hago bueno lo escrito: "Prohibido soñar si no sabes disfrutar de tus sueños".

Así pues, disfruto mi sueño: sigo soñando, "golpe a golpe, verso a verso".


lunes, 22 de diciembre de 2014

Prohibido soñar




Prohibido soñar si hoy no te ha tocado algún premio importante en la Lotería.

Prohibido soñar si no puedes comprarte ese coche impresionante que has visto en el concesionario.

Prohibido soñar si no puedes permitirte ese maravilloso crucero.

Prohibido soñar si tus vacaciones de verano no son en aquél hotel tan especial en el que anhelabas alojarte.

Prohibido soñar si no puedes comprarte el último teléfono móvil que salió al mercado.

Prohibido soñar si la ilusión termina donde tus sueños se desilusionan.

Prohibido soñar si al hacerlo todo se queda en un quiero y no puedo.

Prohibido soñar si tus deseos son como libar un caramelo, que desaparece después de tanto succionar.

Prohibido soñar si no sabes disfrutar de tus sueños.




domingo, 21 de diciembre de 2014

Entre mil almas

La mañana animaba a disfrutarla. Un inmejorable domingo de invierno que rememoraba aquellos otros primaverales que tanta felicidad solían regalar sus soles.

Pasear por el parque animaba siempre su ánimo, de cuando en cuando, cabizbajo. Aquella alameda sin muros colindaba con el cementerio, y no era raro verlo transitar de recinto a recinto, como deseando encontrar en vida el sosiego que solo en la muerte se puede hallar. 





Ese día decidió visitar aquella ciudad de los silencios. Entrar a través de la portada centenaria con el Alfa y el
Omega como bienvenida causaba en él una profunda sensación de tranquilidad. Sentía como, si tras aquellas murallas de antiguo adobe, acabaran todos los problemas para él. Y, en cierto modo, así era.



Al pisar el grisáceo enlosado del camposanto, su respiración agitada por una extraña emoción se volvía pausada, como si la lúgubre calma del lugar lo aplacara. Quizás era verdad eso que alguna vez escuchó sobre que los muertos, en ese terreno de la podredumbre, absorben la vitalidad que solo la vida da. Quién sabe...

A sus pies una melodía que sonaba a fúnebre; sus pisadas, que se hacían eco entre las calles de nichos.

"Buen padre y esposo. 1903-1962" Leía en uno de los mármoles en tanto continuaba su procesionar. Recapacitaba, casi sin querelo, acerca de aquél hombre que ya llevaba medio siglo allí apostado. Se preguntaba quién sería, qué habría conseguido, qué sueños dejó sin poder alcanzar, qué fue para quienes le conocieron, cuántas penurias resistió.



Una batería de cuestiones que le llevaban a una realidad: la que se mostraba ante él. Daba igual si la persona que se ocultó entre aquellos ladrillos ya eternos era catedrático de Matemáticas o un simple trabajador sin más. A partir de ese punto solo era importante su memoria, el recuerdo que dejó, las risas que regaló, las lágrimas con las que bañó mejillas -da igual su porqué-. Era el ejemplo máximo que a él le bastaba para animarse tras las desazones de la existencia.



No estaba loco, no. Filosofaba con la muerte, porque la vida era demasiado práctica: "Tanto tienes, tanto vales. Tanto vales, tanto te admiran. Tanto te admiran, tanto te consideran. Tanto te consideran, tanto eres". Aunque la realidad no fuera tal y resultases ser un auténtico estúpido engreído sin corazón ni sentimientos por lo que no fuese tú o tu círculo más íntimo. 

En su vuelta por las avenidas, para muchos de la desesperanza, se detenía a contemplar las lápidas de los pequeños ángeles que, por su inexperiencia en este mundo, no les valía otro trato que ese: ser portadores del mismo espíritu de Dios por sus almas blancas.



Inhalaba el aire, a veces viciado, de ciertos callejones que parecían escondidos y obscuros y olían ciertamente a muerto. Un hedor rancio que no resultaba, a priori, desagradable, sino insólito; desconocido para no pocos que no sabrían definir lo que respiraban, suponiendo que eran las flores marchitas lo que reconocían.


Ese perfume agrio, que le era familiar, le indicaba que en aquél sitio escondido y sombrío se reunían aquellas ánimas que antes de serlo fueron malhechores de alguna u otra forma y, tras el tránsito de la muerte, continuaron sin encontrar el camino hacia la luz, persiguiendo sin duda las nieblas de lo incierto, quedándose vagando y perdidos en un mar sin faros.



El recorrido por el museo de los tributos a los que se fueron culminaba frente a la capilla y los panteones de ilustres personalidades, que procuraron mostrar el esplendor de sus actos en sus tumbas. Se encaminó hacia la salida y cierta melancolía se apoderó de él, así como una inconmensurable paz.

 Al reencontrarse con el día más allá de los entristecidos cipreses, contempló un parque infantil que se erigía como Meca de peregrinos niños, que se apoderaban de las atracciones que aguardaban como si fuese el mismo maná. Sonrió condescendiente, y acudió a su mente la imagen de un querubín serigrafiado en una alba losa encastrillada en el funesto hueco hecho de la pared.

"La vida es demasiado práctica -se insistió- y no concibe la felicidad sin la pena".

Se abrochó un poco más su abrigo, y con la mañana despidiéndose en una solana tarde que recién llegaba, suspiró, exhalando el último aliento de aquella quietud que dejaba atrás entre mil almas, y se resignó a seguir deambulando en el pragmatismo de lo vital.




Regreso de un desconocido

Andaba hacia donde me aguardaban, sin prisa, sin pausa, aparcando mi mirada, que no mis pasos, en aquellos rincones que me vieron crecer. 

Detenía mis oídos, que no mi camino, voces que se me antojaban familiares y me di cuenta cuánto las añoraba, sin cuento alguno de falsas nostalgias.

Retornaba a mí conocidas formas de expresión, casi olvidadas en el cementerio de la memoria, y asomaba a mi cara una sonrisa sin ser forzada; sincera y natural, como la de un niño.

Acudían ajadas estampas de otros tiempos, reflejadas en los rostros avejentados de aquellos con los que alguna vez compartí algo.

Comprobé que yo también había cambiado, ganado en pliegues sobre mi piel y en blancos en mi sien. Y comprendí que era un extraño entre la mayoría de la que una vez me rodeé. Entonces la sonrisa se tornó en una mueca de tristeza, de melancolía, de resignación.

Mientras intentaba pasar inadvertido entre quienes dudaban de si el desconocido que discurría entre ellos era tal, preferí seguir adelante con la mirada perdida, sin llegar a estarlo en realidad, camuflando el verdadero sentimiento que pretendía mandar en mi alma, casi deshojada: El de la emoción de querer ser reconocido y bienvenido, como el hijo pródigo que regresa al hogar.

Pero mis pies no hacían caso al corazón, sino a la cabeza y prosiguieron sus andares hacia el destino que tenían previsto. Pero era inevitable, casi ineludible, pasear mis ojos por aquellos pasajes de mi niñez, mi adolescencia, mi juventud y mi incipiente madurez, y como si de una traicionera trampa se tratara mi espíritu, que se hallaba revuelto, golpeó mis pupilas hacia unas losas en un albo muro que dibujaban una de las pasiones de mi vida, una de las primitivas motivaciones que me hicieron como soy y que, por la maldad de mis acciones, me recrimino cada día no haberla seguido con el mismo afán de entonces. En la piedra fría, un nombre: el mío. 

La triste mueca recobró su original fuer, y volvió a alumbrar mi cara una sonrisa disimulada que calmaba la desazón de mi ser.

Volví la vista atrás, como queriendo deshacer el mal trago del momento pasado deteniéndome, esta vez sí, asistiendo a mi memoria momentos de un ayer que no me sonaba tan lejano, aunque sin duda ya lo es. 

Encaminé de nuevo mi rumbo, y pensé satisfecho que en aquella nívea pared quedaría de alguna forma grabado el recuerdo de aquella vez que formé parte del lugar aquél.



sábado, 20 de diciembre de 2014

El soñador enjaulado

Soñaba con ser alguien, porque nadie ya era.

Esa era su premisa, su ilusión y en ello gastaba sus fuerzas cada día, en cada oportunidad brindada por el azar cuando se disponía, bolígrafo en mano, a trazar un mundo de historias y cuentos.


Idealista, pretendía lograr metas que solo veía alcanzadas por otros. Se convertía, por decisión propia, en prófugo de una cárcel de mediocridades que el destino había provisto para él, pero no preveyó éste que no se conformaría con una celda apática. Toda mazmorra tiene su ventana, su respiradero por donde el aire se cuela alegre antes de envilecerse de la podredumbre de lo ordinario. Y ese oxígeno le empujaba a querer más, a ansiar poder respirarlo sin cortapisas.


Para muchos un iluso, un mindundi con ínfulas. Un quijote rodeado de molinos inexistentes, gigantes realidades que superar. Un errante sin rumbo. Un intento de camaleón, camuflándose en cada rama, en cada roca, queriéndose confundir con una naturaleza que le era esquiva o traidora. Era la transitividad hecha ensayo en el hombre: el ser, estar y parecer. Las tres formas que dibujaban un esquema de los que los demás veían en él: "Un proyecto de..." sin suerte.



Habían quienes, sabedores del talento que escondía y que pocos reconocían, confiaban que su suerte cambiaría, pues por día afianzaba más sus destrezas, competía consigo por superar marcas fijadas por sí mismo. Pero el camino era tan extenso como tramposo, ofreciendo atajos inútiles o equivocados con lejanos cantos de sirenas perdidos entre sus horizontes.

Un ilusionado inventor que lo mismo creaba de la nada partituras de melodiosas palabras, que templaba vídrios para concebir espejos mágicos donde poder hacer que el mundo se mirase y se transformara en lo que él quisiera; o hacía una pócima tal que con una pizca de ajo, de cebolla, de azúcar y sal convertía las penas en alegrías, el odio en deseo, la ira en lágrimas y con éstas se confabulaba el deseo del hechizo de aquél brebaje: apoderarse de los sentimientos de quien deseara tomarlo. 


Iluso de nobles intenciones que anhelaba llegar a proclamar. Un espectador empedernido del triunfo ajeno que, como un niño, se reflejaban en sus ojos esperanzados. Unos ídolos a los imitar, a los que adorar, a los que plagiarles su halo de suntuosidad.

Era la Alicia que se encontraba con el conejo que iba aprisa al País de las Maravillas, sabiendo que si lo seguía encontraría un mundo lleno de aquello que la haría sentirse especial. Era Peter Pan deseando no crecer jamás dejando a un lado la realidad, siendo el niño que era capaz de volar; pero siempre habría un Capitán Garfio, una reina Roja que le apearían de sus fantasías, que le
arrebatarían sus alas...


Acostado en su cama, como cada noche, intentaba escapar de la mezquindad. Soñaba con ser alguien, porque nadie era ya.




miércoles, 17 de diciembre de 2014

La importancia de la tierra mía (Reflexión)



(Imagen La Voz de Cádiz)


He aquí una realidad que se va haciendo grande. Una oportunidad enorme para hacer, hiperredundando, algo grande en pos del futuro de San Fernando. Más allá de inciertos intentos comerciales. Más allá de indecisiones sobre lo que ha de hacerse para convertir a La Isla en referente de algo.

No podemos competir -porque así lo han logrado distintos ayuntamientos a lo largo de nuestra historia más reciente- con ciudades cercanas que tienen grandes alicientes a niveles culturales y de ocio -aunque esto ya lo sabemos todos-, pero nuestra tierra, literalmente, nos brinda un regalo, para muchos desconocido: nuestro legado (como ya dije, y reitero, en #LosmuertosdeLaIsla en mi blog latardetranquila.blogspot.com.es)

¿Sabrán, quienes correspondan, actuar en consecuencia?

http://www.lavozdigital.es/san-fernando/201412/17/tumbas-colocan-fernando-como-20141217092731-pr.html



martes, 16 de diciembre de 2014

La realidad de lo inespecífico (Reflexión sobre La Isla)

Lo dije en la última entrada en mi blog, "Los muertos de La Isla" ( #LosmuertosdeLaIsla ), lo reitero y apoyo las palabras de esta autoridad, en más de un sentido.

"Urge un plan estratégico de recuperación para esta maltrecha ciudad convertida en paripé. Un espantapájaros que no hace huír aves, sino inversores, turistas y hasta a sus propios hijos. La idea de no saber qué hacer con ella, por parte de casi todos los gobernantes que hemos tenido desde hace muchos años, recobra gran impulso a título personal." Esto es lo que yo decía, y corrobora mi pensamiento José Carlos Fernández.

"... la sospecha es temible. No me sirven, como isleño, las medias tintas a las que estamos acostumbrados por parte de Administraciones locales, regionales y estatales, sobre todo en lo que se refiere a inversiones." Continuaba así, y de nuevo se reafirma mi planteamiento.

No es cuestión de querer hacer algo, cosa que debe ser obligada para cada equipo de Gobierno, y oposición, que gestione nuestra ciudad, sino de ejecutar acciones.


sábado, 13 de diciembre de 2014

¡Los muertos de La Isla!

Así, y con énfasis. ¡Los muertos de La Isla! Y creo hacerme con el titular de otro artículo o anuncio que se presentaba así. En ese caso, mis disculpas.

No me voy a retractar en nominar así esta entrada, por más soez que suene. Porque solo es soez si se busca el agravio, y no es el caso.

De nuevo mi Isla, mi tierra, se haya en la cuerda floja de su futuro -siempre incierto- al descubrirse una necrópolis (y algo más parece ser) bajo el desaparecido Tiro Janer. Años dando bombazos y petardazos, perturbando la paz de quienes encontraron bajo aquél suelo el descanso eterno. Miedo da pensarlo.

Pero alejándome de elucubraciones fantasmales tipo Polstergeist, la película, queda la realidad palpable. Y , de corazón, me da más pavor esa que la de los espíritus (al menos de momento).

San Fernando está, de forma irremediable, unida a aquellos que pisaron estas benditas arenas hace ya tres milenios y, a tenor de lo ya hallado, mucho más atrás. Es el precio por haber sido un paraíso y un lugar estratégico hace siglos para quienes desembarcaron en nuestras costas, o se atrevieron a apostarse aquí salvando la escasez de terreno firme, llegando a convertirse en isleños hasta la muerte.

Todo muy bonito esto, cierto. Pero ahora llegan las consecuencias. ¿Qué hacemos con sus restos, con sus obras y su legado? Nuestro legado. 

Urge un plan estratégico de recuperación para esta maltrecha ciudad convertida en paripé. Un espantapájaros que no hace huír aves, sino inversores, turistas y hasta a sus propios hijos. La idea de no saber qué hacer con ella, por parte de casi todos los gobernantes que hemos tenido desde hace muchos años, recobra gran impulso a título personal. Si bien no soy un alelado, he dicho que la idea recobra gran impulso, reitero. 

Insisto en mi pregunta. ¿Qué hacer con ese legado que se encuentra bajo nuestros pies? 

Visto como se ha descuidado el visible (castillo de San Romualdo, Lazaga, Cementerio de los Ingleses, Penal de Cuatro Torres, el mismísimo palacio consistorial, diversas casas a lo largo de la calle Real, TorreAlta...) la sospecha es temible. No me sirven, como isleño, las medias tintas a las que estamos acostumbrados por parte de Administraciones locales, regionales y estatales, sobre todo en lo que se refiere a inversiones.

Ahora, a la lista de espera de estos pacientes, muchos realmente críticos, se unen los restos del extinto Polígono de Tiro. Las expectativas, más o menos realistas, previstas para actuar sobre estos terrenos se detienen. El centro de ocio, o lo que quieran que digan que vayan a hacer (otra idealización de un desconcertante mañana), se lleva un gran varapalo. ¿Sabrán sacarle partido a este hallazgo? ¿Ocultarán bajo las piedras, de nuevo, nuestra historia? ¿Será  nuestra memoria otra vez borrada en pos de defender una oferta turística y comercial indefinida?

Ay... ¡Los muertos de La Isla!


(Imagen de Andalucía Información de "Los enamorados", en San Fernando)

sábado, 6 de diciembre de 2014

La ciudad amortajada (a San Fernando)

De cuando en cuando regreso a mi tierra, junto a mi familia, para disfrutar de esa bocanada de aire de la patria chica que tanto llevo en mis recuerdos.

Intento siempre estar al tanto de lo que se cuece en sus mentideros, no alejarme de sus introítos, porque para mí es importante no desprenderme de lo que sucede en ese rinconcito que es el centro de su propio mundo. Me gusta saber que aún formo parte de él de alguna forma.


Vaya por delante que nunca he sido un derrotista de mi tierra. Siempre he abanderado la idea del trabajo en común de aquellos que nos sentimos en la obligación de cambiarle la cara a esa Isla entristecida y amorfa que hoy se nos presenta, como a modo de engendro de circo, que lo mismo vale para mofarse que para asustar.


Os expongo sin demora. Era domingo, treinta de noviembre. Siete de la tarde. Regreso junto a mis padres, mi esposa, mis hijos, mi hermana y una amiga de tomar un café en un local en el San Fernando Plaza. Me dirijo por Almirante Faustino Ruiz dirección Real. Desde hace años, cuando decidieron que las luces amarillas beneficiaba en nosequé al paseante isleño, las noches de La Isla  me recuerdan a esas escenas de la ciudad de Gotham, ¿la recuerda alguno? 

- ¡Sí hombre! ¡La de Batman! Que parece que vivan en Groenlandia, con más horas de luna que de sol.


Pues si esa es la imagen que tenía de cuando La Isla tenía vida -que la tuvo-, la que presenta hoy es de película polaca de esas que pretenden ser un entuerto filósofo-psicológico que no llega a comprender nadie. Y, grosso modo, eso es en lo que se ha transformado San Fernandoen un complejo espectáculo, con una trama más complicada aún y un desenlace incierto.


Departía con mi padre, mientras paseábamos por esa acera exacerbada en la que se ha difuminado lo que fue una vía bien delimitada, acerca de lo que queda por hacer en esta parcela de esteros que ha de helarme el corazón -que diría Machado-. Comentábamos cómo las cosas no se hacen todo lo bien que se debiera y qué grandes y graves atrasos provoca ello en el marchito y paupérrimo lanzamiento turístico y comercial de esta zona, tan necesitada de respirar inversiones nuevas.

Argumentábanos causas y me fijaba qué oscuridad sesgaba aquella inmensa planicie de losas grises, colocadas con tan poca gracia que hasta ellas mismas se levantaban para huir de aquél funesto intento de revitalizar la ciudad. La arteria principal de una población que roza las cien mil almas era un dibujo a carboncillo. Sombras y contornos. 


Bombillas que brillaban -qué ironía- por su ausencia en horribles farolas-catenarias que venían a pertrechar un crimen estético al que, al parecer, ningún interesado creador de tal obra le sugirieron que aquello fuese un atentado a la coherencia arquitectónica.


Pensaba cómo en otras ciudades colgaban adornos que anunciaban las fiestas que quedan por llegar, pero no aquí. Daba la horripilante impresión de estar caminando en una ciudad amortajada.Triste. Sin esperanzas.


El pueblo que más ahorra en energía eléctrica pública debe ser el mío, sin duda. 

Ya lo dije. No me va ir despotricando sobre aquello que me duele, porque eso es como ir soltando pestes sobre tu madre. Y como se quiere a una madre, así quiero yo a mi Isla. Por eso me apena comprobar que su apagón no es solo lumínico, ofreciendo una visión desalentadora, en un inconsolable desorden donde han hecho más daño los años de demora que otra cosa. Por las redes se difunden a decenas las fotografías que muestran, en detalle y desesperación, la agonía de un estado deplorable que ha infectado la sangre misma que da vida a aquello: los isleños.


Este sociedad que tanto discrepa e increpa hasta la saciedad, lo hace por derecho propio. Porque le lastima lo que ve y lo que aún no han podido atisbar. Hablan unos de elecciones, y de lo poquito que les queda a los ahora gobernantes, pero me preocuparía también por los que esperan ávidos las cabezas cortadas en las urnas para lanzarse buitreando a por el sillón consistorial. No solo es importante el cambio, sino qué aportan en beneficios, ideas y realidades esas alternativas.

A día de hoy me quedo con ese último paseo por mi San Fernando, envuelto en las penumbras obligadas por los ciegos que no ven, al parecer, la imperiosa falta que hace de darle color a pesar del tránsito de la noche. Y recordar que, en breve, están aquí los turrones y que, de momento, esa tradición no escrita de alegrar las calles con los mil colores de las bolas, papanoéles, Reyes, arbolitos y otras figuras que nos evocan que hay que salir a disfrutar también de nuestra tierra por Navidad, parece ser, no se va a cumplir.


(Imágenes tomadas de YO SOY CAÑAILLA, EL OJO CRÍTICO, DIARIO DE CÁDIZ, ISLA VIVA)

jueves, 4 de diciembre de 2014

Caridad se llama Ella (a la Hdad de la Caridad isleña)

Te miraba a lo lejos, de pequeño, bajando por Colón, entre humos de inciensos que semejaban una artesanal cortinilla, de  aquellas que cubrían las puertas de las  casas de tu barrio y sólo dejaban adivinar; con tu blanco jardín de clavel y la luz fría desde los guardabrisas de tu paso de plateado. La estampa del desconsuelo de una Madre que clamaba al cielo. ¿Quién decía que rogando? Dolorosa, rabiando, con el corazón encogido y de lágrimas rebosando.

Caridad fue Ella suplicando, desde el Cedrón hasta el calvario, para un hombre sentenciado a sufrir el tormento de los malvados. 

La pena se consumó. Entre los paños, el Hijo. Perfecto andrajo. Deshilachado a latigazos, agujereado entre espinos y clavos, roto por el odio de quienes lo alabaron entre palmas y ramos. 

Desde la brevedad de entendimiento que la edad me brindaba, me decía al verlo pasar: ”¡Ahí viene el Cristo de la Caridad!”. Y no dudaba en quedar contento con aquello que pensaba, que Caridad le decían a Ella y al Señor así se rezaba, siendo el vástago de María, vecina de Esperanza, esa que también vivía en la corrala franciscana.

Pasaron los años, y aquél tapiz blanco de la tarde del Martes Santo se transformó en alfombra encarnada, de la que brotaba una rosa de sangre bendita regada. Y con ellos pasaron los míos, que no faltaron a la cita de ver aquél sudario colgado de las maderas sagradas.  

María seguía con su vista alzada en una angustia eternizada; Su Hijo, aguardando su mortaja. Mientras, lo mecen entre los arrullos de sus Callejuelas, las de las Siete Revueltas, donde le lanzan saetas; de esas que cruzan el alma, las que la sangre hiela mientras nuestros ojos miran el paso de la suma tristeza.

Caridad se llama Ella, y al Señor así se le reza.

Pero fue el amor, el de una Madre con un puñal que el pecho le punzó, quien tras gritar de desesperación, sentada en el suelo aguantando la vida que de su vientre salió, la que con sus labios entreabiertos musitó: Salvación

Salvación para quienes cada día te entregamos. Salvación para quienes csda día te renegamos. Salvación para quienes cada día te defraudamos. Salvación para quienes cada día te enjuiciamos. Salvación para quienes cada día te culpamos.  Salvación para quienes cada día te matamos.

¡Salvación, Señor, Salvación!

Caridad se llama Ella. Salvación el fruto que parió.