domingo, 21 de diciembre de 2014

Regreso de un desconocido

Andaba hacia donde me aguardaban, sin prisa, sin pausa, aparcando mi mirada, que no mis pasos, en aquellos rincones que me vieron crecer. 

Detenía mis oídos, que no mi camino, voces que se me antojaban familiares y me di cuenta cuánto las añoraba, sin cuento alguno de falsas nostalgias.

Retornaba a mí conocidas formas de expresión, casi olvidadas en el cementerio de la memoria, y asomaba a mi cara una sonrisa sin ser forzada; sincera y natural, como la de un niño.

Acudían ajadas estampas de otros tiempos, reflejadas en los rostros avejentados de aquellos con los que alguna vez compartí algo.

Comprobé que yo también había cambiado, ganado en pliegues sobre mi piel y en blancos en mi sien. Y comprendí que era un extraño entre la mayoría de la que una vez me rodeé. Entonces la sonrisa se tornó en una mueca de tristeza, de melancolía, de resignación.

Mientras intentaba pasar inadvertido entre quienes dudaban de si el desconocido que discurría entre ellos era tal, preferí seguir adelante con la mirada perdida, sin llegar a estarlo en realidad, camuflando el verdadero sentimiento que pretendía mandar en mi alma, casi deshojada: El de la emoción de querer ser reconocido y bienvenido, como el hijo pródigo que regresa al hogar.

Pero mis pies no hacían caso al corazón, sino a la cabeza y prosiguieron sus andares hacia el destino que tenían previsto. Pero era inevitable, casi ineludible, pasear mis ojos por aquellos pasajes de mi niñez, mi adolescencia, mi juventud y mi incipiente madurez, y como si de una traicionera trampa se tratara mi espíritu, que se hallaba revuelto, golpeó mis pupilas hacia unas losas en un albo muro que dibujaban una de las pasiones de mi vida, una de las primitivas motivaciones que me hicieron como soy y que, por la maldad de mis acciones, me recrimino cada día no haberla seguido con el mismo afán de entonces. En la piedra fría, un nombre: el mío. 

La triste mueca recobró su original fuer, y volvió a alumbrar mi cara una sonrisa disimulada que calmaba la desazón de mi ser.

Volví la vista atrás, como queriendo deshacer el mal trago del momento pasado deteniéndome, esta vez sí, asistiendo a mi memoria momentos de un ayer que no me sonaba tan lejano, aunque sin duda ya lo es. 

Encaminé de nuevo mi rumbo, y pensé satisfecho que en aquella nívea pared quedaría de alguna forma grabado el recuerdo de aquella vez que formé parte del lugar aquél.



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