lunes, 28 de julio de 2014

El brazo del Gran Poder

Habían pasado muchos años... Muchos, desde su paso por tierras complicadas. Cumplió con dolor la labor que le encomendaron y los más terribles sentimientos terminaron con él.

De su obra quedó la necesidad de tantos de poder contemplarlo, y como quiera que el hombre tenía el don de ser tan vil como asombroso, fue este mismo quien terminó inmortalizando su gloria y su padecimiento.

En aquél camarín de dorados, con la vista puesta en el abrazo que simulaba las paredes de la basílica a todos los que se acercaban buscando cobijo, aguantaba en perenne suplicio su propio patíbulo, con la zancada eterna en una calle de la Amargura siempre presente. 

Sus pies, inmóviles y desgastados, querían andar sin la ayuda de sus costaleros. Bajar por las mismas escaleras que conducían hasta lo más cercano de Él a las almas pesarosas que anhelaban su intercesión. 

En su rostro, que no hace tanto limpiaron como ya hiciera la piadosa Verónica con su paño, se reflejaba el cansancio, la pena máxima, la extenuación, la resignación... 

Quienes se acercaban a orarle, a suplicarle, creían que sólo reflejaba lo que su autor quiso plasmar. ¡Qué poco conocían esos que le iban a rezar!

Su cabeza mil veces mordida por la áspid que la coronaba, sus manos encalladas por las caídas soportadas, desgarradas por las astillas del madero; sus rodillas tumefactas, imaginadas desolladas, ensangrentadas. Su espalda cincelada a golpes de latigazos, sus hombros tallados del peso crucero.

Aquellos dolores labrados de gubia humana, tan sólo soñados algunos tras su túnica morada, alabados otros en letras pregonadas, seguían siendo angustias que le condenaban.

En la paz del santuario, tras el tamiz del humillo de las velas recién apagadas,   con  la esencia del incienso aún perfumando la monumental estancia oscurecida, suspiraba. Un hálito de desesperanza asomó a su boca entrabierta que dejaba escapar palabras que nadie escuchaba. 

A sus oídos esculpidos llegaban cada día gritos ensordecidos de sufrientes que se desahogaban en lágrimas que de los ojos se escapaban. 

A sus pies se postraban lo mismo pordioseros que grandes damas -que las miserias son humanas-, y besaban su talón tras la breve ventana esperando encontrar alivio a lo que les apenaban.

Después de tanto, pensaba, su tarea no estaba finalizada. Que el martirio que padeció no terminó en su crucifixión, sino que fue el principio de otra pasión.

Eterno guardián de vidas y sueños, en la quietud de su templo, en la esquina misma del cielo, bajó el Señor su brazo buscando algún consuelo, y de entre sus labios divinos salió un suspiró, un lamento.

Sevilla entera se hizo eco que a Jesús del Gran Poder se lo encontraron al día siguiente con la mano tendiendo hacia la peana de su suelo, y culparon de ello a un pequeño defecto. Pero nadie imaginó que el Señor de San Lorenzo solo quiso descansar de su perpetuo sufrimiento.

sábado, 26 de julio de 2014

La yihad de la nueva izquierda



(El por qué de mi artículo en IslaPasión)

En este país cebado a base de engaños, corrupciones, tropelías, etcétera, sobrevenidas de una alternancia en el poder que se ha aprovechado para lo personal (es así), venir con aires renovadores haciéndose pasar por Robin Hood es fácil.

El pensamiento de izquierdas de España está vapuleado por sus propios partidos, que ya vendan rosas o las corten con hoces, han demostrado una gran demagogia. 

Sale Podemos y se fragua en el 15M (supuestamente un colectivo que surgió apolítico -y así se reconoció- por un pueblo que reventó). Una vez hecho el trabajo de reunir en razones a parte del pueblo surge el partido. El 15M (como movimiento) pierde su ser global y se posiciona -como era de suponer-.

Hoy, Podemos tiene entre sus simpatizantes muchos izquierdistas descontentos con sus partidos de siempre (entre ellos muchos personajes conocidos) que han visto en la fuerza teatral de este grupo un asidero donde engancharse en dirección a un nuevo planteamiento -más duro, más facistoide y rancio (esas palabras gustan mucho)- de la izquierda. 

Dicen defender al pueblo obrero (que salvo excepciones somos casi todos los curritos, ya ese pueblo no es sólo el de azada y campo) y contemplan propuestas que no se cómo serían capaces de realizar y cumplir sin hundir al país en basura (eso sí, con mucho ambientador de pino para que no notáramos el tufo).

Esto de la Semana Santa y lo que escribí como artículo de opinión en la web cofrade de San Fernando IslaPasión: "¡A las borricadas!" (http://web.islapasion.net/noticia/827/opinion-barricadas-la-trastienda), es sólo una esquirla más de un todo, demostrando de qué pie cojean.

"No son Podemos los de esa cuenta de PodemosRev. Son un fake", me dicen. "No hay que darles publicidad".

Reitero dos frases particulares que en estos días he usado mucho: que en un puchero todo se riega del mismo caldo, y que de oídos sordos está llena la Historia.

No. No será la cuenta oficial de la corporación de Pablo Iglesias, pero son sus bases, quienes comulgan con ellos, sus satélites. Son los bocazas de aquellos que no pueden decir según qué a boca llena, porque saben que cometerían un grave error. Se puede hablar de laicidad del Estado, pero no de reprimir sus celebraciones -para eso están los voceros de las cuentas paralelas- Si una página como esa de cualquier partido dice algo sobre los musulmanes y cercenar sus tradiciones, más de uno abogaría por la yihad (y eso que dicen no ser religiosos).

viernes, 18 de julio de 2014

La ciudad enamorada

Paseaba por sus calles respirando los olores que tan especial hacían su ciudad. Sus pasajes eran las venas mismas por donde corrían sangres de siglos, de pueblos que vieron en su ribera el lugar perfecto donde emplazarse. Cada esquina era una historia que mil poetas contaron, que mil trovadores cantaron, que mil músicos plasmaron en pentagramas. 

Alameda non plus ultra donde Hércules quedó enmarcado mirando al horizonte. Trozo de cielo que María Santísima bajó. Puerta del Paraíso por donde se cuela el mismo Dios que se hace hombre cada madrugada de Viernes Santo en aquél barrio de fervor.

Parque que respira la armonía decimonónica de cuidados jardines, de paseos para enamorados y rincones donde los corazones unían sus emociones. Encuentro de embelesados es aquél vergel que se abre en abrazo y esperan en él barquillas que navegan entre brillantes trazos.

Cigarreras que viven inmortalizadas en obras de artistas, dejando su imagen grabada a fuego en la memoria del pueblo mismo. Cigarreras que aún se ven, misterios del universo, saliendo etéreas por las puertas de aquella fábrica -donde hoy surge el conocimiento- con su artesano liaillo luciendo.

De costumbristas maneras, dando fe de su idiosincracia, de su orgullo por vivir y sentirse hijos de Heliópolis -donde mandan las horas de sol- con calles resolanas -muralla para los vientos-. Por bandera su torre, vigía en otros tiempos; fortísima, esbelta, símbolo de la prosperidad de una ciudad por donde paseaban barcos entre sus aguas esmeraldas. 

Ciudad de veladas señeras en las anochecidas estivales a orillas de una triada santa rodeada de ángeles marineros que las custodian.

Contemplarla al arrimo de las estrellas, alumbrada por los brillos de su propia luz reflejada en el espejo que la engalana y la  viste de aires como de sal... ¡Qué forma más endiablada de morir! Cerrar los ojos y que en la retina quede la misma visión que el propio diablo tiene de la Gloria.

¡Así..! ¡Así se ensueña una ciudad! Puerta de la Eternidad, por donde entra Dios desde su blanca catedral y después... Después que se quede donde se quiera quedar, que Cádiz es -para qué hablar- entrada y salida celestial. 

Paseaba por sus calles admirándola en su quietud, temprano en la mañana, inspirándose de perfumes que no se podían confundir con los de ningún otro lugar, que es la ciudad enamorada de quien de ella se quiera enamorar.

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N. del A. Hay ciudades que se dicen sin par y no siempre caen en verdad, y para muestra este botón de parrafadas que intentan amarrar Sevilla y Cádiz separadas por su propio amar.

Quien conozca ambas ciudades me comprenderá. Que no todo es único, aunque a algún suspicaz crispará.


domingo, 13 de julio de 2014

La firma de Dios (a Cádiz)

Era la rúbrica a una perfecta creación.

Su trabajo incensante por crear una obra que diese que hablar necesitaba un final entre lo melodioso y paradisíaco. Y le costó. No podía firmar aquél trabajo sin haber puesto el punto final necesario.

En su labor estuvo en la duda de acabarlo antes. Ingentes cantidades de borrones quedaron plasmados en sus bocetos. Borrones que se hicieron desiertos. Tierras de nadie que dejó así bien porque el guión que tenía en mente así lo merecía, bien porque los propios personajes así bifurcaron su historia.

Sin embargo sabía -quería- que el resultado último debía rozar la maravilla. Vislumbraba un horizonte donde se confundiera el cielo con la tierra, que quien lo viera no supiera si volaba o andaba. En su mente creativa diseñó un laberinto con mil salidas que embaucasen en cada cual a quien osase introducirse en él, logrando atrapar en el enmarañado puzzle a quien intentara resolverlo. 

Qué ser más perverso. Tanto como genial.

Pensaba en imprimirle la vitalidad de los vientos, la calma como de las tardes estivales, la alegría de miles de horas de sol, la magia de los reflejos plateados de una luna entre montañas de agua y sal.

Imaginaba una escultura enorme que se pudiera pasear. Anhelaba pintarle rincones que se pudieran inmortalizar. Añoraba esbozar con sus manos siquiera  breves trazos que asemejaran lo que veía desde su propia atalaya. Suponía que esa perfección era imposible de realizar.

De entre sus dedos salieron otras escenas maravillosas, lugares para conjurar, sonidos para embaucar, olores para enjugar de fragancias incontables pasajes de tal belleza que recelaba si aquello que había expresado no debiera ser, al fin, el sitio donde estampar su firma. Pero no las tenía todas consigo.

Cuando parecía que su fruto había madurado lo suficiente, justo en el instante que pretendía guardar sus útiles de crear y descansar después de casi una semana de incesante labor, supo cómo terminar su gran invención. 

Estaba convencido que algo le faltaba a aquél ensalmo de sentimientos y sensaciones que quiso expresar. 

Y la inspiración se hizo realidad.

De sus manos creadoras salió una estrofa en verso, unas notas de guitarra acompañadas de acompasada percusión, una escultura de piedras ostioneras, una pintura de colores pasteles que se fundían en un horizonte infinito...

- "Sólo unos trazos más..."- sonrió.

Era ya el séptimo día de trabajo y Dios terminó. En su gran mural todo era hermoso, armonioso... Y en una esquina entre azules y blancos, apartado, como reservado para quien quisiera encontrar la misma paz, respirar el mismo aire y gozar la misma luz que Él disfrutaba firmó: Cádiz. Y descansó.




viernes, 11 de julio de 2014

Amor de plata

 Tomaba la joven las telas entre sus dedos. Su piel suave se confundía con la seda que la cubría de brillante y deslizante pátina.

En su dormitorio, mientras recogía lo necesario, asomaba por el único ventanal que poseía las primeras luces plateadas de la noche. Una luna generosa, embarazada de su propio sortilegio, plena de un blanco radiante, simulaba ser el sol que iluminaba las sombras y entraba sigilosa pero apabullante a través de los vidrios del tragaluz.

Entre sus manos, útiles de coquetería femenina que guardaba con mimo en una escueta bolsa de mil lentejuelas que reflejaban, como diminutos espejos, la luz argéntea de la indiscreta espía que entre cristales curioseaba. Se revelaba ante ella su propia imagen en un espejo que engullía toda la estancia, que la hacía suya en su cuerpo nitido, reverberando la belleza que imitaba. 

Extendió en una caricia infinita su cabello del color de la miel, mientras el peine surcaba con suavidad las finas hebras cobrizas que se prolongaban más allá de sus breves hombros. Y sonreía. Sin duda la cita lo merecía.

En un lago cercano de agua limpias que obsequiaba a sus escasos visitantes con reflejos esmeraldas, esperaba a la muchacha su amante para vivir un romance furtivo donde no existía lo prosaico, donde todo era conjunción, armonía, belleza; la tosquedad quedaba velada y vergonzosa ante la poesía que ambas emanaban en sus frugales encuentros.

¡Sí, ambas!

La chica conoció ese amor como se conocen todos los amores: de forma inesperada. Y quedó hechizada al saberse sorprendida de una mirada que no se ocultaba, que suspiraba cuando bajo aquél espejo de aguas claras no podía contemplar a la niña que desnuda se bañaba.

De pensar en ese instante donde la magia embargaría todo, dejó el cepillo que araba su cabello y buscó presurosa el camino que la llevara hasta el sitio preciado. Una imagen digna del mejor autor, capaz de reflejar un edén celestial

Llegada al paraíso descalzó sus pies y buscó con sus plantas el frescor de ese estanque en aquella noche de verano. Y como cumpliendo la costumbre por nadie dictada, dejó caer el vestido que tapaba un cuerpo como de cera esculpido. Tersa al tacto, su piel se erizaba mientras se arropaba entre aquellas sábanas mojadas, y con una mueca malvada marcaba de soslayo un gesto indecente y sus manos cubría con delicadeza el lecho prohibido de su torso desnudo.

Y allí estaba su amante con su sonrisa de plata, con ojos de enamorada y sin mediar palabra. No se escondía. La muchacha nadaba mientras se sentía observada. En aquél paraje que pareciese único se encontraban sin nadie que las molestara. Solas, únicas en un mundo creado por ellas.

La chica se alzó. Con medio cuerpo fuera del agua parecía una sirena de aquellas que con sus cantos atrapaban las almas de los marinos. Permanecía silente. Tan sólo miraba. Levantó sus brazos y provocó dos cascadas que en aquél silencio sonaban a melodía encantada, y entre los hilos de agua, que simulaban ser alas de ángel, aparecieron unos brazos que pretendían agarrarla.

Unas manos etéreas la asían de su cintura e iban acariciándola como si le dieran besos. Poco a poco... Saboreando el aroma de aquél cuerpo empapado de laguna y sudores que creaban un éxtasis de dulce y salado. Al abrir sus ojos -que gozaban cerrados- vio a su amor mirándola, esbozando siempre su sonrisa de plata. Sus dedos irreales la modelaban mientras se dejaba inmortalizar entre las sombras que la amparaban.

Salió de aquella quimera líquida sorbiendo el olor de flores que eran un jardín entero. Se tumbó entre ellas, sobre la hierba fresca, y entornando de nuevo sus verdes pupilas dejó ser cortejada. Halagada por una amante, la de la sonrisa de plata, la de las manos abstractas, la que la besó mientras la tocaba...

La adoradora le hablaba en versos de aires, con estrofas de ráfagas de dama de noche perfumadas... Y mientras le recitaba, la arrullaba y la cubría con su cuerpo que era manta estrellada. 

La joven recuperó la mirada y admiró aquella sonrisa plateada, la misma que contempló tras la vidriera de su alcoba mientras se peinaba.

Y sonreía... 

Sonreía pensado que la cita lo merecía. Que enamorarse de la luna todo el mundo podía, pero no todos dirían que fue la luna quien quedó prendía.