martes, 10 de junio de 2014

Una vida de sueños


Enamorada. Así sentía estar. 

En su mundo entre libros, su admiración se dividía entre héroes y villanos, príncipes azules y mendigos, bohemios y vividores...

Vivía en cada historia que escrutaba, era la dama rescatada, la chica en apuros, la reina del castillo, la amante perversa, la esposa ultrajada, la guerrera intrépida... Era lo que devoraba en cada lectura, y cada lectura la devoraba a ella.

Cada página que consumía era un castigo y un anhelo; sin duda, su sumisión al amo de tapa dura que la sometía era total. Su vida era un cúmulo de situaciones narradas, guionizadas y puntualizadas donde el destino estaba escrito. No tenía escapatoria; bien se dejaba vapulear por un final trágico, bien su espíritu se elevaba cuando el FIN era el de un cuento de hadas.

No había trama que desechara ni circunstancia que la doblegara. No existían miedos que la amilanaran ni aventura que no deseara correr. Para ella Dios escribía libros, y toda su creencia estaba en aquellas biblias apócrifas que reflejaban la fe de mil vidas salidas de las manos de ese autor divinizado.

En su mente liberaba batallas entre los tiempos, las épocas no eran sino trozos de su existencia. Con apenas 16 años conocía a Galileo y fue quemada como una bruja; luchó en la Francia de 1789 con los sans culottes; trabajó en las fábricas textiles en la Inglaterra del XIX cuando se produjo la revolución industrial; fue de las primeras mujeres que votó tras el sufragio universal; doncella de la zarina Alexandr;, padeció la persecución nazi en Cracovia, presenció el asesinato de JFK mientras lo vitoreaba...

En su universo conocía la desolación, el terror de la inhumanidad, las drogas, el sexo ruín, la venganza y el odio. Los horrores de aquellas páginas se asemejaban a aquellos otros que, de forma constante, padecía en paralelo en la realidad mundana. No necesitaba, no quería deshacerse de la verdad imaginaria que la evadía de aquella otra que la aturdía.

Los amores que confluían en su existencia vital no eran tan interesantes como aquellos otros donde sólo se interponía el papel. Los primeros creaban problemas, que a su edad suponía insalvables, y su corazón no soportaba los dardos ponzoñosos que lo mataban entre desaires y desencuentros. Sus apasionados escarceos entre negras tintas la llenaban de toda la adrenalina que precisaba, los de la carne la habían desangrado.

La muerte sólo era un tránsito pasajero que desaparecía cuando pasaba la ultima hoja del libro. No importaba el drama de su aparición, no era motivo de desesperanza porque sabía que ese trámite era la suerte decidida por el supremo Creador ante otras soluciones posibles. La resurrección era una costumbre, no un hecho extraordinario en el que algunos creen y otros no.

"La vida es un libro, un libro es una vida", era su lema.

 Con la juventud como aliada y la experiencia aún entre bambalinas, seguía retrasando un día más lo que la vida le tenía reservado, lo bueno y lo malo; porque el día que pasase la tapa de la última obra, sabía que ese mundo de fantasías se convertiría en una Atlántida imposible de recuperar.