jueves, 22 de mayo de 2014

El poder de la palabra

Qué gran arma posee el ser humano. Dentro de sí. Alejado del armamento nuclear, de pistolas, de bombas, venenos y otros medios solventes para dañar, aunque pueda tener las mismas consecuencias metafóricas.

Es la palabra. El encadenamiento o asociación de fonemas junto a su uso inteligente y coordenado puede lograr que quienes sean agentes directos de su construcción (los destinatarios de esta) se estremezcan de emoción, de miedo, de alegría... Es tal su capacidad que nadie queda indiferente, por un motivo u otro, a su fondo final: a lo que quiere expresar.

Una imagen vale más que mil palabras. Frase cierta, pero incompleta. Porque la palabra junto a la escena convoca a ángeles y demonios por igual. Podemos ver a un niño de tez negra adormecido y moribundo y damos por hecho la gran pobreza y deshumanización que sufren en aquellos lares, sin embargo un adjetivo, un verbo, un sustantivo o un anagrama corroborará o volcará nuestra idea impuesta sólo por la imagen. Lo mismo ese niño que duerme es la imagen de la ternura misma si en algún lado reza, por ejemplo, Nenuco. Ya ha cambiado algo.

Así, la palabra, aún sin imagen física es capaz de modificar percepciones, alterar pensamientos, alienar ideas, remover conciencias, cambiar actitudes... Y ello nos lleva a la gran fragilidad del hombre: la facilidad de otros para hacernos ver las cosas según su opinión. Es difícil escribir o hablar y no exponer nuestra versión de las cosas sesgando, de forma positiva o negativa, la información que damos. Facilitamos interpretaciones a nuestros lectores u oyentes según queramos incidir en ellos, buscamos que se afilien a nuestras ideas, a nuestro compromiso, a nuestros fines... Buscamos, en cierta medida, vender lo que queremos promocionar y vendar los ojos de aquellos a los que llegamos valiéndonos de subterfugios que alienten la complicidad que anhelamos conseguir de nuestro destinatario.

Gandhi o Lennon, por ejemplo, buscaban la paz para un mundo en guerras -como sigue- y existen hoy frases que son paradigma de ese movimiento que buscaba justicia y humanidad, a pesar de los años que distanciaban a ambos. Sin embargo, en sus discursos, en aquellos párrafos que quedaron como ejemplo de a qué debe llegar el hombre, se habla de rebelión, de ir a contracorriente, de luchar para conseguir esa meta. 

Qué curioso, ¿verdad? No entro a dirimir sobre si el fin justifica los medios, sino que expongo cómo la palabra remueve mentes y, a su vez, masas.

Hitler abogaba por un cambio drástico que conminara al fin de una decadente Alemania consumida y empobrecida tras la I Guerra Mundial, y fueron muchos los países que apoyaron su inicial discurso que arengaba a los alemanes a la unidad para salir de aquella crisis nacional. No digo más.

La palabra puede ser poesía y crear sentimientos que alienten ternura o desolación. Puede ser un cuento que tenga final feliz o una moraleja catastrófica. Puede ser un discurso que busque soluciones o cree problemas. ¿Qué más puede ser la palabra? ¿Qué puede hacer o deshacer? Lo dejo en el aire.

Entiendo, desde mi humilde punto de vista, que lo difícil de manejar esta arma no es apuntar y dar en el centro de la diana, sino saber manejarla de tal forma que sea capaz de generar opinión y dejar  al libre albedrío de quien la lea o la oiga la decisión final. Es como cuando un terapeuta te dice que dejes la mente en blanco. Su fin es que no te contamines con ideas ya establecidas y sí facilites una nueva visión de las cosas que, otrora, eran perjuicio o yugo. Que seas capaz de ver, con la libertad que otorga el pensamiento descontaminado, con mayor objetividad y menos prejuicio.

No existirá nunca una versión sobre cualquier hecho, habrán más y siempre mordidos por rabiosos cancerberos de cada idea. Para mí, la virtud del orador y del escritor no reside en convencer según su credo, y sí en alentar al pensamiento libre de sus seguidores.

La palabra puede ser aprovechada para  alimentar a la humanidad de coherencias, o ser la herramienta que remueva los excrementos más pestilentes. ¿De manos de quién nos dejamos sujetar? ¿De quien te guía y te aparta de las piedras del camino o de aquél que en vez de sortear socavones deja que metas el pie en él y haga torcer tu caminar?