lunes, 3 de marzo de 2014

El maletilla

Convulsión es lo que desde hace unos años remueve las tripas de este país. Unas tripas apretadas por el cinturón del "aguántate". Los unos -capullos por devoción- y los otros -pájaros de vuelo inseguro-, se enzarzan en luchas mediáticas arropados por el sumiso seguidor del pressing catch político al que estamos ya acostumbrados, peleas de mentiras y golpes de efecto premeditados. Lágrimas fingidas. Y en el exterior del ring, gritando  desaforadamente, queriendo ofrecer el alivio de la ayuda, el amigo fiel, el compañero salvador; ese que ofrece una mano mostrando su avidez por salir a pelear, pero que también sus golpes ya han sido ensayados antes.

Mientras, con pancartas de apoyo, sus incondicionales vitorean, animan, aupan en cánticos y aplausos a los protagonistas de la contienda. Uno, el malo; al que más rabia le tenemos, simplemente porque la organización del juego así nos lo marca. Cartelón en alto y... ¡Aplausos para uno! ¡Abucheos para el otro!

Es el circo de la política. Circo de leones, osos y serpientes ataviados de supuesta docilidad, pero que son auténticos depredadores si los dejas salir de sus jaulas. Esas jaulas de oro, de oro tuyo, mío... De oro que liman con sus garras esos buitres; aquellos cuervos que te sacan hasta los ojos cuando ya no te queda más carne, ni más plata que te alumbre. -"¿Bancos?" No. Buitres he dicho.

Y en este galimatías de intereses, de fondos públicos desfondados, de estancados -"¿Corruptos?" No. Estancados. Como el agua que se pudre e infecta a quien la bebe. Pues eso...

Como decía... Tras todo este entramado de mentiras enfundadas en progresía de perogrullo, en morales descuidadas, en honrados ladrones, salta al ruedo un maletilla. -"¿Pero no era esto un circo?" Sí. O un ruedo, donde las banderillas, los capotazos y las humillaciones sólo se las lleva el mismo cornudo. Y hete aquí al maletilla. Pero no vayamos, de momento, a otorgarle al espontáneo la vitola de torero. -"No entiendo". Pues verás, vamos a darle a ese valiente capaz de meterse entre pitón y pitón, por el momento, el papel de héroe insospechado. El maletilla no quiere matar al toro, quiere darle buenas cambiadas, un pase de pecho exponiendose al máximo posible y dar el golpe de efecto necesario para que la afición vea que otra forma de torear es posible y, como mucho, si llega, darle al toro una estocada imaginada, dejándolo con vida. Una mejor vida.

No. No me pillo los dedos. La política es lo que es: llevar al pueblo a capotazos. Y el maletilla aspira a ser un buen torero. Eso no hay que olvidarlo nunca. Pero hay que confiar en que tenga buenos lances, que sea capaz de sacarle partido al cornúpeto, que su trabajo sea tan encomiable que al toro le den el indulto.

Ese aprendiz. Esa querencia por ser maestro tiene nombre catalán y apellido en español. Puede ser que, como otros jóvenes de otros tiempos que soñaron con reverdecer la seca España, también se una al grupo de regaderas vacías. Al grupo de las promesas incumplidas. Al grupo del buenismo conformista. Al grupo de la crítica fiera, pero con dientes de plástico (perro ladrador...) Puede ser. Porque el poder convierte en ceniza cualquier joya.

Me extraño a mi mismo escribiendo esto. No apoyo a líderes políticos, ni soy devoto de partidismos. Creo que el poder del gobierno debe ser en consenso, y no un baile cada cuatro años. Soy de los que opinan que todos formamos parte del conjunto y el conjunto debe influir en cada uno. Sólo así entenderíamos la unidad del país y al país como unidad. Pero en este escrito me desquito de izquierdas y derechas y doy paso a la posibilidad, ¿porqué no?, de un país centrado, de una política coherente y de una democracia realista, fuera de la manipulación, incluso, de aquellos que dicen defenderla.