martes, 11 de noviembre de 2014

Pero mientras...

Un país "pimpinilesco". Tirándose los trastos a la cabeza para terminar siendo aplaudidos por sus fans #Españaesasí 

Esto es como "el clásico". Un Barsa-Madrid, pero en política: PP-PSOE. Toma y daca... El PSOE elige campo... La izquierda. Al PP no le queda más remedio: la derecha.

Sacan los populares (que últimamente, viendo como juegan, más a tirar el balón fuera que a presionar e intentar llegar a portería, son más bien los "impopulares"). Se pasan la pelota, en la defensa María Dolores y Soraya, siempre atentas por si hay que sacar de apuros al portero (Mariano). 

El centro del campo y la delantera están más bien flojitas. No saben muy bien qué hacer cuando les llega el esférico -el problema-. Fijan su mirada en algún compañero pero o están marcados, o mal posicionados o tan solo piden (ruegan) que no les manden a ellos la bola. Así que ocurre lo que debe acaecer cuando hay indecisión: ¡Pérdida de la posesión!

Ahí siempre atenta la defensa. ¡¡Bien, Sori, bien!!

Al portero se le han subido los vapores mientras retiraba telarañas de las esquinas de la meta, que se supone que defiende, y se ha fijado cómo el contrario parecía que iba a la carga. Sonríe nervioso y aplaude a sus torres que han despejado el peligro ("¡Vaya fichajes buenos!" -piensa Mariano mientras mira al cielo).

El partido sigue. Nada destacable. Los contrarios se limitan a dar "pepinazos" a diestro y siniestro; el fin es no dejar que les hagan un gol. No juegan a nada. El capitán del equipo -un tal Pedro Nosequé-, no tiene nada clara la táctica que debe seguir, tan solo grita: "¡Vamos, vamos!". Pero es que ni uno de los jugadores de su equipo -los socialistas- saben qué hacer. Despejan lo que llega como pueden, y se dan palmaditas en las espaldas animándose porque "han hecho lo único que podían".

El encuentro es tosco, aburrido, predecible. El público es un poema. Unos gritan desaforados, acordándose de la santa madre de todos los que campean sobre el terreno, bastante degradado, del estadio (el "Reino de España"). Están iracundos. Desean que los de rojo hagan ya algo. Desesperan ante tanta nadería. Al tradicional y cansino cántico de "¡Adelante compañeros/as!", se une un efusivo "¡Podemos!". Pero los jugadores se ponen más tensos aún, esa afición parece dura y, a sabiendas de lo parco de sus aptitudes y actitudes para conseguir algún punto en el partido, como para contentar, se dedican más a dar palos de ciego (entradas, patadas, empujones, enfrentamientos verbales...) con los adversarios, que intentar rehacer el maltrecho combinado para conseguir algún fruto.

En las gradas, el apoyo al equipo azul es cosas de escasos incondicionales, mientras el resto -seguidores de toda la vida- desencantado de tan pobre juego de aquellos que tenían la vitola de favoritos, se limita a contemplar el descafeinado envite. 

Y así sigue la apática competición. Deseando todos que el árbitro -el tiempo- dé el pitido final y haga que todos regresen a los vestuarios a pensar sobre lo pobre de su juego, lo escatológico de sus decisiones, lo inestable de sus planteamientos, lo equivocado que estaban creyendo que la hinchada sería fiel por el simple hecho de tener carné, o tenerle muchas ganas a los contrarios.

En los banquillos quedan reservas de cierta calidad, parece ser. Nuevas ideas. Ganas de demostrar que merecen estar entre los titulares, dando de sí lo que entienden beneficia a quienes han puesto la confianza en sus grupos. Poco tienen que ver con estos matracas que cobran por tener en vilo y cabreados al personal. Ya veremos...

En no mucho podremos ejercer de "Mister", y decidir a quién le damos el finiquito, a quien renovamos el contrato y qué nuevos fichajes queremos. Lo único que deseo es que no nos dejemos influenciar por lo que dicen que harán, sino por lo que a día de hoy han ido demostrando. 

Pero mientras...