viernes, 30 de mayo de 2014

DE PROFUNDIS



Estando tan cerca de Pentecostés aún somos no pocos los "jartibles" que se giran cuando escuchamos un tambor por la calle; que nos entretenemos en ojear vídeos de la pasada magnífica Semana Santa, como esperando reencontrarnos con los sentimientos de aquellos momentos.


Por las calles aún resisten cortejos procesionales de devociones letíficas que calman el escozor de una semana de pasión que se queda corta y, entre marchas y perfumes de incensario del mes de María se alivian las sensaciones. Es así... No se puede negar lo básico que es el cofrade en ocasiones.


Es como el resorte de aquellas imitaciones de máquinas de fotografías que se vendían en los kioscos. Un click y salía disparado el muñequito del interior de aquella cámara.


Esta mañana, de forma inesperada me encuentro con unas imágenes de mi Cristo de clámide púrpura. Desde el interior de su templo se produce el inicio del Todo para los cofrades. 


Dejémoslo claro... La salida procesional es, para muchos, Alfa y Omega, porque es ahí donde se conjugan las sensaciones más íntimas. Funciona aquella idea que se pierde en las centurias de llevar la Iglesia a la calle.


Pero vuelvo a la impresión que me causa esa escena. Desde el coro, se graba aquello que sólo tienen la dicha de disfrutar unos pocos. Fuera, en la plaza, suena una marcha. El sol y las sombras de la parroquia se conjuran para tejer una cortina invisible, pero inefable. No se ve qué pasa dentro.


La multitud oye con expectación. Se ha hecho costumbre en tan poco tiempo que, previa a la salida, suene una composición como a modo de salutación. Son las vísperas que preceden a la celebración de la Eucaristía, donde se nos entrega a Cristo, Cuerpo y Sangre.


Mientras, dentro de aquél rectángulo sagrado una vivencia que se basa en el inicio de todo un camino de penitencia, un rosario de creyentes; cada uno una cuenta y cada cuenta un Misterio -doloroso o gozoso-. 


Las notas invaden el sagrado recinto y se levanta el paso. Tranquilo, a pulso, sin "¡al cielo con el romano!". Solo se oyen latidos emocionados -la percusión del alma-. El paso gira al compás buscando encuadrar el dintel de la puerta.


Sólo eso. Nada más.


De profundis clamavi ad te, Domine. Desde el abismo te llamo, Señor.


Porque esa es la evocación que aquél paisaje me rememoraba. Fuera, el gentío ávido de ver un año más como la Semana Santa nacía en su barrio otro Lunes Santo; dentro la contemplación, la emoción y la oración más íntima, como si esa fuera la última vez que fuésemos a contemplar ese instante.


Suena la agrupación, el paso se cuadra, tres golpes de martillo, una voz que manda... 


Aquí empieza todo, ¿quién dice que acaba?


(Vídeo de Pepi García Valmaseda)


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