miércoles, 19 de marzo de 2014

Tras las brumas de Sevilla

En Sevilla corretea la niebla entre las esquinas de sus rincones. La Giralda se regodea coqueta, poniéndose el manto húmedo sobre sus esbeltos hombros. El río, silente, pausado, solo sobresaltado por algún pez juguetón y el tenue oleaje de las barcazas. 


El azahar perfuma con doble intensidad al haberse bañado en un rocío inesperado ayer noche. El cielo azul, tiznado de negro golondrinaje, de blanco palomar, aún se despereza esperando el momento de asomar su alegre colorido entre las brumas que lo arropan.


Desde los puentes que hermanan Sevilla con Triana, Triana con Sevilla, se adivinan dos mundos ocultos: Santa Ana asoma a un lado, al otro la madre ciudad. Y se besan entre aguas, y las manos de San Telmo a Chapina tienen "enlazás".


Cantan pájaros alegres, que la espesura no asustan, trinan con fuerza en un parque de ensueños, donde se han detenido los tiempos, entre coches de caballos y jardines eternos.


En las calles de la urbe, en el mismo centro -y el centro de Sevilla es Sevilla entero- se huele a lo que se huele, a tamiz de vela de una iglesia, a incienso, a claveles, a nardos a lirios... Y sus calles se visten de carteles: "Se hacen capirotes para nazarenos".


Y las nieblas se disipan, y el cian del cielo se asoma, y la vida llega a la tierra en forma de rayo que hace colores donde antes habían grises, y el río se torna esmeralda, y la Giralda se quita las galas nebulosas que arropaban su hombros morunos, y en los puentes entre dos mundos -Triana, Sevilla; Sevilla, Triana- ya no se adivina, se asombra el propio y el ajeno de un paisaje que hechiza al solo contemplarlo. 


Y Sevilla se despierta al son de un "Buenos días", que repiten sus gentes por los barrios añejos que rezuman sevillanía; que ya salió Lorenzo, y se hizo hueco entre neblinas y,  ahora sí, despierta Sevilla con trazos de pintura de Murillo o de Velázquez, y se hace esta tierra un pedazo de cielo donde exiliarse.