miércoles, 16 de abril de 2014

En la noche del Martes Santo:

...y cuando me quité el capirote, respiré.


Ya terminó. Entre la alegría del deber cumplido y la tristeza del deseo acabado. Aún resonaban en mi cabeza tambores inexistentes ya. Cerraba los ojos y solo veía capas rojas y antifaces blancos. Era una procesión perenne que no dejaba de visualizar en mi interior.


El olor a las flores del paso de mi Virgen de la Salud me embargaba. Olor a flores y ceras. 


Un ajetreo inhóspito, desganado, se vivía en las calles cercanas a la plaza. Medias voces y satisfacción contenida entre idas y venidas de la iglesia a la casahermandad. Se repetía a la inversa lo que, un día antes, era motivo de nerviosismo y de inmensa alegría.


La noche del Martes Santo quedaba la desolación que sólo conoce el cofrade. Las túnicas descansando en las sillas, los capirotes apoyados en las mesas con los ojos inertes, guantes sin piel que guarde, pies penitentes en bendita agua fresca y en el pecho un escudo plateado latiendo junto al corazón.


Ahora quedan los momentos, los recuerdos, las experiencias... Ahora eso. Queda el orgullo de salir al día siguiente llevando los signos externos de tu devoción: una insignia, un llavero, la pulsera...  Algo que denote que ayer fue protagonista tu hermandad y formaste parte de esa expectación.


¿O no? ¿No te sientes hoy con esa sensación? ¿No te salta el espíritu cuando oyes a unos y otros contar con emoción ver cómo bajaba Ancha el Cristo de tu pasión, la Virgen de tu amor?


Sentado, mientras mi gente -mis hermanos- reponían fuerzas entre risas y caras cansadas de la emoción, rememoraba el sinvivir de la tarde de aquél Lunes Santo. Otro lunes para la historia. 


Pensaba, mirando las vitrinas vacías, que cuando los pasos volvieran a su lugar, donde quedan resguardados como oro en paño, y se cubran con el manto del "ya está", todo habrá terminado este año, pero de verdad. Entre nostálgico y enfadado porque, qué cierto es, ¡que qué poco dura lo bueno!


"Qué rápido se escapa entre la enredadera de los minutos aquello que tanto esperamos. 


Qué rápido terminan los anhelos. Pero qué regalo tan grande recibimos cuando estos se cumplen superando nuestras expectativas", pensaba.


Levanté mi vista al frente y me levanté. Dirigí mis pasos hacia las escaleras, con el fin de descender hasta donde estaban descansando el resto de quienes hicieron posible el buen fin y mejor hacer en ese Lunes Santo. Y entre las luces de la planta baja y las sombras de la zona en la que yo estaba, unas voces...


"¿Quién jalea de esa forma? ¡Que no son horas, por Dios!"


Y entre los claroscuros se abren mis ojos. Entre dudas, miré a mi alrededor... Una extraña sensación de paz rodeaba el ambiente, una habitación a media luz, con las persianas medio echadas, permitió que pronto mi mente aclarara su falta de lucidez momentánea. Soñé un Lunes Santo que aún no había terminado, soñé que volvía a vestir mi túnica; soñé verte, Señor, en tu caminar lento y alargado, ser presentado por Pilatos en tu barrio. Soñé, Señora, verte mecida por las palabras de Juan y besada por pétalos de amor.


Soñé un Lunes Santo como sólo puede soñarse en la distancia: perfecto el día y yo añorándolo.