sábado, 6 de diciembre de 2014

La ciudad amortajada (a San Fernando)

De cuando en cuando regreso a mi tierra, junto a mi familia, para disfrutar de esa bocanada de aire de la patria chica que tanto llevo en mis recuerdos.

Intento siempre estar al tanto de lo que se cuece en sus mentideros, no alejarme de sus introítos, porque para mí es importante no desprenderme de lo que sucede en ese rinconcito que es el centro de su propio mundo. Me gusta saber que aún formo parte de él de alguna forma.


Vaya por delante que nunca he sido un derrotista de mi tierra. Siempre he abanderado la idea del trabajo en común de aquellos que nos sentimos en la obligación de cambiarle la cara a esa Isla entristecida y amorfa que hoy se nos presenta, como a modo de engendro de circo, que lo mismo vale para mofarse que para asustar.


Os expongo sin demora. Era domingo, treinta de noviembre. Siete de la tarde. Regreso junto a mis padres, mi esposa, mis hijos, mi hermana y una amiga de tomar un café en un local en el San Fernando Plaza. Me dirijo por Almirante Faustino Ruiz dirección Real. Desde hace años, cuando decidieron que las luces amarillas beneficiaba en nosequé al paseante isleño, las noches de La Isla  me recuerdan a esas escenas de la ciudad de Gotham, ¿la recuerda alguno? 

- ¡Sí hombre! ¡La de Batman! Que parece que vivan en Groenlandia, con más horas de luna que de sol.


Pues si esa es la imagen que tenía de cuando La Isla tenía vida -que la tuvo-, la que presenta hoy es de película polaca de esas que pretenden ser un entuerto filósofo-psicológico que no llega a comprender nadie. Y, grosso modo, eso es en lo que se ha transformado San Fernandoen un complejo espectáculo, con una trama más complicada aún y un desenlace incierto.


Departía con mi padre, mientras paseábamos por esa acera exacerbada en la que se ha difuminado lo que fue una vía bien delimitada, acerca de lo que queda por hacer en esta parcela de esteros que ha de helarme el corazón -que diría Machado-. Comentábamos cómo las cosas no se hacen todo lo bien que se debiera y qué grandes y graves atrasos provoca ello en el marchito y paupérrimo lanzamiento turístico y comercial de esta zona, tan necesitada de respirar inversiones nuevas.

Argumentábanos causas y me fijaba qué oscuridad sesgaba aquella inmensa planicie de losas grises, colocadas con tan poca gracia que hasta ellas mismas se levantaban para huir de aquél funesto intento de revitalizar la ciudad. La arteria principal de una población que roza las cien mil almas era un dibujo a carboncillo. Sombras y contornos. 


Bombillas que brillaban -qué ironía- por su ausencia en horribles farolas-catenarias que venían a pertrechar un crimen estético al que, al parecer, ningún interesado creador de tal obra le sugirieron que aquello fuese un atentado a la coherencia arquitectónica.


Pensaba cómo en otras ciudades colgaban adornos que anunciaban las fiestas que quedan por llegar, pero no aquí. Daba la horripilante impresión de estar caminando en una ciudad amortajada.Triste. Sin esperanzas.


El pueblo que más ahorra en energía eléctrica pública debe ser el mío, sin duda. 

Ya lo dije. No me va ir despotricando sobre aquello que me duele, porque eso es como ir soltando pestes sobre tu madre. Y como se quiere a una madre, así quiero yo a mi Isla. Por eso me apena comprobar que su apagón no es solo lumínico, ofreciendo una visión desalentadora, en un inconsolable desorden donde han hecho más daño los años de demora que otra cosa. Por las redes se difunden a decenas las fotografías que muestran, en detalle y desesperación, la agonía de un estado deplorable que ha infectado la sangre misma que da vida a aquello: los isleños.


Este sociedad que tanto discrepa e increpa hasta la saciedad, lo hace por derecho propio. Porque le lastima lo que ve y lo que aún no han podido atisbar. Hablan unos de elecciones, y de lo poquito que les queda a los ahora gobernantes, pero me preocuparía también por los que esperan ávidos las cabezas cortadas en las urnas para lanzarse buitreando a por el sillón consistorial. No solo es importante el cambio, sino qué aportan en beneficios, ideas y realidades esas alternativas.

A día de hoy me quedo con ese último paseo por mi San Fernando, envuelto en las penumbras obligadas por los ciegos que no ven, al parecer, la imperiosa falta que hace de darle color a pesar del tránsito de la noche. Y recordar que, en breve, están aquí los turrones y que, de momento, esa tradición no escrita de alegrar las calles con los mil colores de las bolas, papanoéles, Reyes, arbolitos y otras figuras que nos evocan que hay que salir a disfrutar también de nuestra tierra por Navidad, parece ser, no se va a cumplir.


(Imágenes tomadas de YO SOY CAÑAILLA, EL OJO CRÍTICO, DIARIO DE CÁDIZ, ISLA VIVA)