miércoles, 21 de mayo de 2014

Burrocracia futbolera

Hace días subí a Twitter un comentario sobre mi equipo y lo que me enorgullecía ser cadista. Que sólo la afición ya le valía como acciones al club. Argumentaba sobre la capacidad de convocatoria en la categoría de bronce del fútbol español: inédita.

Comentaba que no le hacía falta ganar la Europa League -como hizo con justicia el Sevilla FC días antes (y esto, quiero concretar, lo digo aquí ahora)- para que el equipo se viese arropado igual que si la hubiesen ganado ellos. ¡Ese o cualquier trofeo!

Mi reflexión se ayudaba de forma gráfica con una imagen explícita que corroboraba lo que decía. Compartí mi satisfacción con otros aficionados -cadistas y de otras devociones futbolísticas- pues en mis palabras no existía acritud alguna, sino alegría por saberme seguidor de un club con esa masa social.

Mi sorpresa llega días después. Salvo un par de comentarios algo críticos, que solvento de forma satisfactoria, me mencionan en esa red social. Quien me apela, inicia una conversación acerca de lo inadecuado de mi reseña no nombrada sobre el equipo sevillista. 

Este simpatizante del club nervionense, incide en que su afición merece el respeto debido, cosa en la que -insisto- nunca falté, ni tan siquiera llegué a referir. El Sevilla FC consigue por méritos propios lo que ha logrado.

En cuanto a fútbol, la importancia que yo doy a este tema es la justa. No soy un fanático, sino un aficionado del Cádiz CF y no me enervo porque a alguien no le guste mi equipo, ¿tendré otras cosas de las que preocuparme que de eso? 

Voy exponiendo con esta persona diversos puntos de vista hasta que me dice que puede que yo no tenga ni puta idea de fútbol (sic), por haberme equivocado en un año, ya que le recordé que hasta el año 2007 -erróneo por mi parte- su club había ido a medio gas desde hacía bastante (comentario hecho como aficionado al fútbol, ni más ni menos, y creo que no dije mentira alguna ni dañé a nadie). Le incidí sobre lo innecesario de la expresión, pero ese punto de inflexión fue el inicio de la realidad del, desde entonces, incómodo debate. 

Argumentándole que el nombrar la Europa League era una mención meritoria hacia su club, capaz de haberla ganado, toma mi comentario como un acto prepotente y narcisista, incluso le parece grosero. Me habla de su orgullo sevillista porque así se lo inculcaron, porque así lo siente y que yo no era nadie por quien se tuviese que sentir satisfecho por haber nombrado a su club. 

Me ningunea en definitiva. 

Por supuesto que yo no comenté mi tuit para glorificar a ningún otro aficionado que no fuese al cadista. Me urge una rectificación y una disculpa por mi parte cuando le increpo que no acepto más insultos. Desde entonces, cualquier tipo de deliberación sobra. No admito estas injerencias. 

Lamentable era observar cómo, mientras comentábamos lo que suponía una conversación particular, retuiteaba algunos de mis textos. ¿Para..? ¿Por..? Quise entender que pretendía avivar la polémica entre sus seguidores, haciéndome pasar por un agitador antisevillista y, ya lo he dicho, las cosas del fútbol, para mí, en sus justas medidas: NO soy anti ningún equipo.

Directamente me acusan de menospreciar a otra afición, insisto, después de una extensa conversación a través de Twitter donde intento exponer esto que aquí escribo.

Mi reflexión.

El fútbol es un deporte de pasiones, sin duda, pero jamás admitiré la falta de respeto ante una opinión personal donde en ningún momento se provoca, ni se menosprecia, ni se falta a nadie. Mi tuit, reitero y explico, alentaba la gran afición del  Cádiz CF. 
Su increíble movilización sin jugarse ningún título, ni europeo -como expuse- ni nacional, como se expresa en la imagen. En ningún caso buscaba comparar aficiones. ¡Qué absurdo! 

Creo que quien se enerva y se molesta con esto, sin más, a pesar incluso de haberle contrastado lo que intentaba exponer en aquél mensaje, está totalmente cegado por el fanatismo.

Sigo defendiendo a mi equipo, el Cádiz CF. Insisto en que su afición es su mayor tesoro y la mejor inversión del club, capaz de congregar a miles de personas en la 2ª división B. Es decir, fuera del fútbol profesional. Eso es digno de mencionarse en el tema deportivo.

Hay aficiones y grandes aficiones y la de mi club está en ese grupo de grandes. Mi equipo no tiene títulos, no es de los considerados importantes por este motivo, si se le considera así es únicamente por ser centenario y por sus devotos discípulos. Sólo por eso.

Gente que toma un comentario personal, sin ninguna clase de mofa, sobre un equipo que ni les va ni les viene y lo eleva a agravio, no hacen afición: crean guerras innecesarias y absurdas. Y ya sabemos qué traen consigo estas contiendas.

Por último, este desagradable hecho logra dos cosas. Primero, que siga adorando el azul y amarillo de mi sentimiento futbolero. Segundo. Reafirma la intolerancia, la incapacidad de asimilar críticas (aunque este no fuera el caso en un principio) y la tremenda burrocracia en la que el mundo del aficionado al fútbol se encuentra inmerso.

Para mí, el fútbol es un deporte donde algunos se hacen muchimillonarios y, como empleados, trabajan por la empresa que les paga, y otros vibramos y descargamos adrenalina con victorias y derrotas y, en definitiva, llevamos el escudo bordado en nuestro interior. Es otra forma de vivir. Otra más dentro de la complejidad -o simplicidad, según se vea- humana. Fuera de esta comprensión de la afición al balompié me sobra todo.

Escribí en este mismo blog una reflexión "CADISTA" sobre lo que representa este sentimiento. Creo que eso, es hacer afición.

(Este es el controvertido tuit)

@ursoniano: Esto lo hace la afición del @CadizCF_SAD. Sin Europa League, ¿eh? http://t.co/5dl0cJNWG2 ¡Grandes! @portalcadista @8cadiz @AbeInfanzon


A la Sevilla ensimismada

Y Sevilla... 

¿Cuántas veces no habremos leído este párrafo último del poema que citaba a toda las capitales andaluzas destacando su encanto esencial y que, sólo con dos palabras, pretendía decirlo todo sobre lo que representa y es la capital hispalense?

Yo, que soy un acogido en esta tierra seca, observo una ciudad ensimismada en el reflejo del espejo en las aguas del río grande que la cruza. Cegada por el esplendor de sus calles universales. Hipnotizada por sus murales centenarios de la antigua Isbylia, que hoy son símbolos de su grandiosidad pasada y le renta beneficios esa majestuosidad.

Así, como Sevilla misma, los propios sevillanos. Enamorados non plus ultra de la tierra que los vió nacer. Orgullosos embajadores de sus raíces. Encantados de saberse poseedores inmateriales de un legado envidiado a veces, admirado siempre. 

Para el sevillano, sin perdón de nada, no hay más allá de sus fronteras. Respetan, preguntan, miran y callan sobre lo exterior, pero no hay más que Sevilla y su sevillanía en sus bocas. Dejan que cada cuál sea vocero de las galas de sus tierras pero, por encima de todo, está lo suyo. 

Sus tradiciones no entienden de añadidos extraños. Sus costumbres es ese nudo gordiano que les une a su naturaleza presumida. Magnificencia y magnitud son las medidas en la tierra donde Fernando III se hizo santo y hundió su rodilla en tierra, en rogativa a María Santísima -"Váleme, Señora"- y creó una devoción, salida de la fe guerrera, en tierras nazarenas.

Sevilla es altanera, narcisista, coqueta, presuntuosa, vanidosa, altiva, suficiente... ¿¡Sigo!? Porque ella lo vale. ¡Y lo sabe! No se puede competir con su Giralda -tvrris fortisima- ni con su inseparable catedral: arte, detalle, ejemplo, gozo, donde queda prendido el de aquí y el de allá. 

No se puede divagar sobre qué rincón de sus calles donjuanescas y cervantinas tienen más embrujo. ¿Plaza de Santa Marta? ¿De doña Elvira? ¿De Santa Cruz? ¿San Lorenzo? ¿Los Terceros?

¿Qué calle? ¿Qué pasaje? ¿Qué esquina? ¿Qué plazuela? ¿Cuál de sus rincones no te podrán enamorar?

Sevilla es Sevilla, sin perdón de nada más. 

Sevilla y el sevillano es madeja e hilo. Es rama y hoja. Flor y pétalo. Cielo y aire. Es la simbiosis perfecta del egocentrismo. Los ingredientes justos para la poción del hechizo enamoradizo que tiene como destinatarios, siempre en primer lugar, a los novios eternos que son los mismos que conforman el encantamiento. 

En esta noble ciudad y muy heroico bastión, todo se engrandece. El embriagador aroma del azahar es su perfume, no sólo un olor; sus aguas son mar, no solo río; Triana es otra ciudad, no un barrio más; los puentes que unen ciudad y ciudad no son sólo hierros y hormigón, son alfombras que se cruzan con fervor. La ciudad no tiene sólo patrona, es mariana por la Gracia de Dios. 

Su Semana Santa no es sólo pasión de siete días. Es imposible resucitar en Santa Marina sin volver la cara, de nuevo, al Salvador y esperar que bajen las palmas de nuevo por el gran tablón. Sevilla tiene himno de Font de Anta. Y el color de su bandera -bacalao pendón- es rojo de encarnación.

La urbe huele a santa, se quiera o no, que hasta La Maestranza -la torera y la del rejón- tiene a sus espaldas un Baratillo de devoción.

Ser sevillano es una religión. Con una liturgia reservada, y de comunión de pavías, ensaladillas y adobados de freidor y un ora pro nobis frente a la Cruz del Campo, con su correspondiente persignación antes del libar en el cáliz su dorado líquido enriquecedor.

Así, Sevilla, con su propio universo sin salir de los límites de su propia demarcación, brilla con luz propia reconociéndose su fulgor en cada acto que se hace en ella, en cada visita que realices, en cada rincón dieciochesco que visten sus barrios añejos. 

Sevilla es el tipismo, lo rancio, lo clásico.

De sevillanas maneras, sevillanía, ojana, guasa sevillana... Que pretenciosa ostentación, dejando al entendimiento tan excelsa dimensión.

Sevilla, madre y maestra. Sevilla embrujo. Sevilla, teatro de la emoción. Y lo es tanto, tanto que la Madre Macarena del Señor, saldrá a repartir Esperanza hasta la misma Plazaespaña, convirtiendo aquél museo exterior en su barrio de San Gil donde su gente la coronó.

Qué razón aquél poema. Y Sevilla...