domingo, 30 de agosto de 2015

Errante (a Sevilla)


Pisaba la tierra de don Juan, que a doña Inés ruborizaba. Tentaba los adoquines que poesías de Bécquer declamaban.

Rozaba mi rostro el olor de jazmines en sus plazas. Acariciaba la tersura del silencio en sus calles estrechadas.

Palpaba con mis sentidos aquella ciudad eternizada. Recorría, con sus melodías dominicales, épocas pasadas.


Manoseaba aquel cuerpo con la mirada: sus esquinas, sus murallas, su torre que dicen 'del Oro', su Giralda...

Caminaba por sus venas, de sangre mora y romana. Paseaba por su piel que olía a alhucema y albahaca.

Subía cada cuesta que sus callejones alzaban. Trepaban mis ojos sus paredes que el sol nunca tocaba.

Transitaba al son de la banda sonora de sus campanas que repicaban lejanas. Vagaba buscando sus espadañas.

Tocaban mis emociones los barrios por los que su gente suspiraban, y suspiré yo al sentir cómo los amaban.

Viajó mi ser por Sevilla un domingo de mañana, y jamás andar había sido estrofas ensoñadas.