Te voy a decir cuándo me gustas.
Que lástima, romana, mora y cristiana que hayan hecho de ti templo de la soberbia provinciana.
Envidia hecha piedra y piedra hecha vanidad. Porque eres, Sevilla, para adular y yerran los que se creen que tras de ti, ni hablar.
Me enamoraron tus calles vacías de galas en las mañanas que te despiertas sin pintar. Esas donde eres la verdadera mujer a la que cantar.
Me embaucaron tus silencios. Me sobornaron el alma los ecos de las tristes tramas de tu poeta universal. Me atraparon tus siluetas de eternidad.
Me elevaron los cantos de las aves que al caminarte endulzan. Me perdieron los sentidos al conjugar los verbos sentir y amar al pasear.
Me embriagó tu solemnidad cuando hay que saber estar. Me aturdió tu devoción más allá del altar. Me cautivó... ¡Ay, Señor del Gran Poder! Tu 'mirá'.
Así me gustas. Libre del disfraz del pueblo que manosea tu esencia. Limpia de esa farseta de sevillanía, lupanar de fatuidad.
Madre, maestra, cuna, espejo, reflejo, manual. Todo eso eres. Pero lo que a mí me prendó, Sevilla, fue conocerte sin maquillar.