Hace tiempo que buscaba hacer un homenaje a lo que hace años ya homenajeaba, haciendo costumbre de una reunión improvisada.
Se hizo tradición aprovechada lo que una vez fue un momento de parada, buscando la paz entre tanta algarada.
Entre cajas y libros de santos y santas, entre imágenes sacras que en la sacristía esperaban, se fraguaba la historia de una liturgia privilegiada.
Entre lectura y lectura de lo que a cada cuál aquejaba, día tras día la comunión se animaba, unos con más fieles, otros solo sus primeros devotos quedaban.
Acompañaban a esos días, de celebración esperada, lo que en la mesa del Señor en cada misa no faltaba: un pan de masa blanda. Pan de masa blanda, de dulce aromatizada, que confundía los olores de aquella breve estancia.
Idas y venidas a un convento más allá de la esquina que Colón y Rosario lindaban, hacia donde muchos parroquianos procesionaban recogiendo de las manos, con devoción artesana, lo que creaba para el pueblo: gloria bendita en hornadas.
Aquél convento que La Isla adoraba, se dejaba querer en fechas de fiesta santa, siendo en cuaresma lugar de inexcusable peregrinada, buscando una corona de canela y clavo trenzada.
De aquella casa bendita, de aquél convento que embelesaba, de su cocina venerada, de quien su pan amasaba y Quini se llamaba, entraban a la sacristía nombrada aquellas glorias horneadas.
Como quiera que aquellas reuniones, con dulces santificadas, acompañados de perfumes a ceremonias sagradas, se creó lo que el tiempo dio por historia bienaventurada.
En nuestra alma cofrade, en aquella trastienda "sacristizada", aquellas conversaciones, como homilías sin ser oficiadas, crearon un quinario por quien aquél pan enhornaba.
(Fotografía de la web "cosasdecomé.es")
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