Algo cambia en el Vaticano. Algo ha entrado por esas puertas que está dejando vacíos muchos argumentos ya descoloridos. Sin perder su esencia de poder de aquello que fue hace siglos -y que hoy sigue siendo, porque las cosas no se pueden negar- en su sillón papal se ha sentado un hombre.
-"¿Es que antes no lo eran?"
¡Claro que lo eran! Pero no todos tuvieron ese amor por lo que tenían encomendado. No todos vieron su posición en aquellos aposentos como una misión de voluntad hacia quienes requerían un líder humilde y con carisma. Algunos creyeron que su ministerio era eso... Un ministerio, pero político.
Hoy, como muchos españoles que no se dicen monárquicos, sino "juancarlistas", puede decirse de muchas personas que no se consideran católicas (porque no lo eran) sino "francisquenses". Su impresionante impronta de cordialidad, coherencia, sencillez, humildad, valor... Que se refleja no solo en sus palabras, sino en sus gestos -los propios, y en aquellos que fueron comunes a otros que ocuparon su destino-.
Su vehemencia medida a la hora de ejercer como siervo de Cristo, no como representante remunerado de un rico potentado, le reporta la autoridad que sólo el humilde puede ofrecer a la hora de hablar, porque las palabras del sencillo son como gomas que borran aquellas del prepotente que caen por su propia vacuidad.
El papa Francisco, el verdadero antipapa que rompe las reglas; aquél que no viene en nombre de Pedro, sino en el de Dios. Aquél que no es Dios, sino Pedro. Aquél que tiene la Palabra por palabra y la madera de un humilde sillón por asiento, como aquellas que el mismo Jesús hacía con sus manos de carpintero.
El hombre que viene a cumplir su función de servir, a cumplir su misión de dar ejemplo, a ofrecerse como ejemplo de sacrificio ante tanta humillación a la que ha de hacer frente la Iglesia por culpa de muchos de sus discípulos -ministros y fieles- que no son sino Judas dentro de los elegidos por el Señor, que incumplen con sus actos, con sus palabras envenenadas de la ponzoña de la misma víbora demoníaca, con sus enjuiciamientos basados en sus propios pareceres -o al haber hecho al entendimiento personal las enseñanzas y doctrinas del nazareno, del mismo Padre-.
En Francisco se presenta la palabra del Cristo, del ungido, del galileo que colmó las colinas para enseñar la nueva Ley.
Francisco toma su obligación, no como un cargo privilegiado, sino como una cruz y, con su ejemplo, insta a muchos cristianos a cumplir con aquella frase del sacrificio: "Toma tu cruz y sígueme".
Los Jesuitas crearon la Masoneria y los Iluminati, ahora tenemos a un Mason sentado en la Sede del Vaticano. Ardera en el Infierno Berglorio por arrastrar atras suyo a un sin numero de inocentes.
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