Entiendo que ante tanta letra uno pueda esgrimir la excusa del tostón (esto es, mucha letra y poco contenido). Por eso no me extendí más en aquella publicación. Aquí la retomo y expongo la segunda parte.
Segunda parte porque, en la primera, terminé con el comienzo de un motivo para sonreir. Un motivo para olvidarse, por unos instantes, de aquello que aplasta nuestra alma. Terminaba mirando la luna; una luna plena, clara, deslumbrante... Pero hay más. Hay mucho más que la luna. Hay todo un universo, un incierto infinito, donde todo aparece o desaparece y todo está perfectamente conjugado. Donde mueren estrella y nacen otras, donde las galaxias son oásis de increíble belleza, donde todo es inmenso e ínfimo a la par. ¿Es eso posible?
Es posible. Cuando en este mundo nos agobian los pagos, el trabajo, las facturas, los bancos, las deudas... Donde nuestra vida gira en función a papeles rectangulares y trozos de metal circulares; donde nos influye más el rencor que el amor; donde somos hijos de un Dios que hemos hecho menor a costa de atribuírle actos ideados por los hombres. Cuando elevamos nuestra mirada al cielo, creamos o no en algo divino, buscamos evasión. Buscamos salir de esta Tierra. Buscamos paz. Buscamos reencontrarnos con nuestro más oculto y originario génesis. Buscamos el perdón. Buscamos algo que no hallamos aquí. Buscamos... Sin más. Y puede parecer que no, pero encontramos algo que no creeríamos poder encontrar; encontramos una salida. La salida. La salida de nuestros problemas. La salida de nuestra parte menos humana y más eterna. La salida que nos da oxígeno. La salida que nos ilumina. La salida que nos hace sonreir, suspirar o llorar. Es una salida breve, pero eficaz.
Al bajar la vista, hallamos justo aquello que dejamos atrás minutos antes. Lo que nos ahogaba. Lo que nos exaltaba. Lo que nos dolía. Lo que nos hacía sufrir. Y es como si hubiésemos despertado del sueño más bello que jamás hubiésemos tenido. Todo lo que nos atormentaba sigue aquí, no podemos huir de la realidad -aunque hay quienes lo logran, dicen-, sin embargo nos damos cuenta que no todo va a ser igual siempre. Que la vida es una gran ruleta, que lo que hoy es negro mañana puede ser rojo, que lo que hoy es un número sin más premio que la desolación, mañana puede ser un premio a la esperanza.
Aprendamos que la mirada, cuando la bajamos del cielo infinito, no puede ir más allá de donde haya alcanzado antes con nuestra cabeza erguida. Sólo así podremos seguir adelante, no abandonar la esperanza y ser, aunque sea por un poco más, felices dentro de aquello que nos aturde.
Sed felices. Alzad la mirada.
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