domingo, 16 de marzo de 2014

Derecho a abortar



Es el gran derecho que piden, exigen y anhelan los defensores de esta práctica, y de quienes promueven las ideas de universalidad para todo, en contra de las ataduras sociales y que incurren en el otro derecho de la libertad individual.


Yo no voy entrar a discutir sobre mi parecer al respecto. Porque para medir este tema existen muchas varas, cada cual con una longitud diferente y que, en cada caso a favor o en contra, no son más que posiciones encontradas.


Estamos en la era de los derechos, donde se lucha por mantener los adquiridos y conseguir los deseados; todos nos levantamos en armas cuando consideramos que alguno se vulnera o se nos quiere dar gato por liebre al tratarlos. Estamos en la era de la libertad con más ancho campo que hayamos tenido en años (aunque yo opino que solo fuimos libres cuando dependíamos de nosotros mismos para sobrevivir, y de eso hace miles de años). Vivimos la sociedad desde la crítica a todo aquello que suponga normas, sujeciones, limitaciones, restricciones... Porque queremos pasar por este mundo disfrutando de nuestra capacidad de decidir, elegir y dirigir nuestra vida. Es, en definitiva, la necesidad de darle rienda suelta a lo más puro de nosotros: nuestro espíritu. Aquello que no se puede domar, no se puede encerrar, no se puede gobernar... Porque el espíritu no responde a nada que no sea ser libre.


Dentro de esta vorágine de libertades en un mundo sujeto -sujeto porque, a pesar de nuestra alma independiente, las condiciones de convivencia están impuestas, para bien o para mal-, una motivación para los grandes amantes del no a las obligaciones de las costumbres es pelear contra todo aquél movimiento o pensamiento contrario, siendo que el reconocimiento y victoria en sus batallas genera la sensación de haber avanzado en algo.


Traigo esta fotografía, a pie del escrito. Comentaba en otro sitio que es una imagen triste, no por lo que pide, sino por lo que ofrece. Se exige el derecho a no cargar con otras vidas, vidas no deseadas, vidas que das con la tuya misma, vidas que no se anhelan, vidas que no se reclaman, vidas que no se quieren defender. Se exige poder no dejar a la naturaleza seguir su camino.


¿Porqué se pide esto? Hay quienes lo consideran una atrocidad, otros una elección que hace bueno el slogan de quien pare (la mujer) decide (por otra vida). Los motivos, cualquiera de ellos son argumentos, no excusas. La cosa está en dirimir si el argumento tiene suficiente peso. 


Abortar por una agresión a la mayor intimidad natural del ser humano, abortar por no desear una carga en un momento determinado de nuestra vida, abortar porque no tener medios para sostener y dar sustento a una nueva boca, abortar porque se tuvo un desliz, abortar porque no se está preparado para sobrellevar la responsabilidad de ser padres, abortar porque no es momento de tener un hijo, abortar porque quiero. En todo caso prima el pronombre oculto (yo) y todo lo demás sobra. 


¿Quién es nadie para decidir sobre algo tan elemental como es el derecho natural a concebir? ¿Cómo puede juzgarse a una mujer por no querer seguir el curso biológico trazado para esto? ¿Qué exposición hay, justificada, para que terceros opinen y traten sobre el porqué otra persona no deba proseguir con un embarazo? ¿Qué derecho natural, universal, hay que, desde el mismo momento del agarre de la nueva vida, estime que estamos capacitados para destruirla? 


No soy quien, porque no me he tenido que ver nunca en la tesitura de tener que optar por sesgar una vida nonata, sea cual fuere el motivo, para señalar a nadie por esa causa. No soy quien para criticar a nadie por eso, porque cada vida es un universo distinto y, si no lo conoces, puedes perderte en él. No tengo argumentos de peso que refrende ninguna postura, porque lo considero un tema tan difícil que agradezco mi suerte de no tener que pasar por ello, no por ser hombre -que también-, sino porque en mi casa no caben dudas al respecto.


Felicito a los valientes -ellos y ellas- que se echan la manta a la cabeza en momentos de dificultad y luchan por conseguir dinero para mantener al nuevo ser, en vez de para irse a otro país a consumar el aborto. Felicito a quienes se atreven a ser padres (que ya comerán huevos). Felicito a quienes no dejan de buscar aquello que les falta en sus vidas para cumplir el sueño de perpetuar, una generación más, sus vidas. Felicito a las madres que buscan solas el pan de cada día para dárselo al hijo que ellas, sin mayor auxilio de nadie, son capaces de mantener. Porque todas estas personas tienen en común una ilusión, tengan los problemas que tengan. Y esa ilusión se hace regalo cuando te sonríe y te abraza.


No soy quien para oponerme a las libertades, derechos y opciones de nadie, pero que nadie se oponga a que yo, igualmente, piense como quiera



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