viernes, 6 de junio de 2014

Suspiros de España




Así, con el runrun de la melodía del famoso pasodoble de Álvarez Alonso y la vocecilla de Estrellita Castro cantando afligida cómo se separaba de España me hallo.

Suspiros de España supuso la banda sonora de la tristeza de un país roto por una guerra de ideologías, que acabó por echar a quien no había muerto por ello. En sus acordes la melancolía, en su letra el penar de los que padecieron un destierro entre obligado y necesario.

Una de las dos Españas que dejó helado a Machado marchaba, mientras que la otra -que también escarchaba el corazón- se revolvía entre miedos, hambrunas y dolores de rabia por los que ya no estaban, de una forma o de otra.

Aquella España marchita quemada por el fuego, no del sol, sino de las bombas y removida por las ráfagas, no de aire, sino de las balas, quedaba abandonada a su propia suerte. Ya no servía ser complaciente agradador de Alemania o Italia; era inútil buscar camaradas de la famélica legión en sus entrañas o fuera de sus fronteras. La España de la posguerra estaba como La Isla que dejó aquella Lola que se fué a los puertos: sola.

Más de medio siglo, toda una vida, y a esta nación le falta un Manolo Escobar  que la anime con un "¡que viva España!". Cuando parecía que este país se unía en penas y glorias (estas últimas, por norma general, deportivas) para capear un temporal de levante que alborotó y arrastró a las arenas que se encontraban inamovibles en un desierto de apatías y conformismos resulta que, de nuevo, los colores y las ideas vuelven a aliarse capciosos para enfrentar a hermanos de patria.

Gritos por un tercer intento de hacer republicano un país que, por imposición y por costumbres, siempre fue monárquico, enseñas tricolor ondeando junto a puños en alto y con discursos que hablan de derrocar, de sufragio... Entre el pueblo se oyen acusaciones sobre si quien defiende según qué modelo de Estado es un subversivo o un patriota. Un país que olvida su pasado se condena a un Alzheimer que terminará con crudeza con una sabiduría serena, que es la que da la experiencia.

España está inmersa en recuerdos puntuales. Revive y se condiciona en aspectos políticos, sociales, incluso coyunturales cuando convergen las circunstancias propicias, según se quiera manejar su propia historia.

Hoy, el pueblo que hasta hace poco luchaba por superar la grave enfermedad del cáncer de la crisis, ha sucumbido al virus del oportunismo del que se vale quienes buscan -qué ironías- estabilizar el país desestabilizando su modelo de Estado. En las redes sociales, en los medios de comunicación, en las tertulias de amigos, en las calles, se enfrentan verbo a verbo las posiciones encontradas entre quienes desean cambiar la oligarquía actual -en la definición de la RAE más genérica posible- por la que impondría la República.

¿Para qué engañarnos? Sea Felipe VI, sea... ¿¡Quién sería Presidente de la República Española!? ¿Rajoy? ¿Lara? ¿Iglesias? Qué dilema... ¿Otras votaciones? ¿Cómo iría eso? En fin... Que sea quien sea el Jefe de Estado, seguiríamos siendo gobernados por unos pocos, aunque lo decidiéramos entre muchos. Lo único que cambia del pastel es la guinda, hoy azul borbón y quieren poner una roja pasion(aria). 

¿Para qué decir lo contrario? Quien suele exigir este referendo no enarbola la rojigualda que, por norma, son los partidarios de proseguir en la dinámica que rige hoy -por lo general, ¿eh?-, sino aquellos otros que dicen que la bandera de tres tonalidades representa la libertad, la igualdad y los derechos, en tanto que la actual recuerda el golpe del dictador Franco. Cosas de la historia sesgada...

Suspiros de España que se confunden con los vientos convulsos de un temporal que ya debía haber pasado y que, sin embargo, aún hacen airear ideas que no unen, sino que segregan. 

Mientras, los jóvenes, hoy como ayer, siguen preparando maletas, contactando con quienes les abrán paso en un idioma diferente al vernáculo. En sus casas quedarán familias entristecidas e indignadas que no piensan en emblemas multicolores, si no en el hijo que se va. 

Seguimos igual que hace más de medio siglo, envolviéndonos en sábanas que no nos quita el frío de la desesperación ante salarios irrisorios, donde el rico se hace poderoso y el pobre mendigo; intentando  sobrellevar una vida digna dentro de un crack económico que se ha llevado, como en el del 27; vidas por delante, hundiendo la prosperidad y anhelando respirar nuevos aires.

Desde este balcón, apoyado en su pretil, mirando al vacío sigo oyendo desde la nada esa musiquita tristona que me hace recordar imágenes de otros tiempos: lágrimas de una España que no se quería  marchar, suspiros de otra España que anhelaba no mirar atrás. Y hoy... Vuelven las banderas para separar.

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