miércoles, 4 de junio de 2014

Dos Españas aún

Qué país más triste este. Qué país más mentecato, cerrado, ciego, ensordecido por comentarios que se alzan en voces de una mayoría que no es la totalidad, sino parte.

Donde otros vieron en sus errores, en sus barbaries, en sus fratricidios, un ejemplo a no seguir y, sin olvidar, a ser el punto de inflexión donde pasar una página, un capítulo entero, y mirar hacia un futuro diferente con la dolorosa lección aprendida... En España seguimos usando gestos, palabras y símbolos de un pasado que se antoja demasiado reciente y sin visos de pasar esa hoja recubierta del ocre con el que los años suelen ajar.

Tras ocho décadas desde aquél terrible enfrentamiento a muerte entre hermanos, continuamos ejerciendo de fachas y rojos, seguimos ondeando dos banderas, abrazamos las creencias impuestas sobre las ideologías convirtiéndolas en románticas concepciones que no hacen más que darnos una visión edulcorada de sus realidades. Se habla de revolución como si este país no necesitase mejor un consenso, una estabilidad en su visión como unidad política. 

Y, a todo esto, la respuesta del otro pensamiento dividida, a la par, en quienes anhelan una paz real y los que responden con el mismo tono rancio

Triste es que este mensaje no lo entiendan a quienes va dirigido, que insisten en ese rencor a su propio paisano por mor de unos colores con el recuerdo de una contienda civil siempre presente. A pesar de todo se incide en rememorar la historia que se fraguó en divergencias y en recelos, en resucitar muertos, en levantar muros, en cavar barricadas, en disparar fictícia pero gravemente con el odio en la mirada, con la rabia en las palabras... No dejamos que aquellos que perecieron en una guerra inútil descansen, los hacemos luchar eternamente. En los pueblos abandonados donde persiste la huella de la incoherencia aún se respira el dolor y la tragedia. 

Todavía se eleva a los altares ideológicos las figuras de aquellos que abogaron por la sangre en lugar de la palabra y lo justificamos.

Hoy, como hace tres cuartos de siglo, seguimos viviendo en dos Españas. Seguimos inmersos en un debate innecesario que ya debiera haber concluído. ¿No fue aquella lucha encarnizada motivo de escarnio? ¿No aprendimos la lección? ¡No! Como siempre los puntos de vista quedan sesgados por un posicionamiento social.

 Idealizamos al malo y al bueno. ¿No hubieron santos entre los defesores del gobierno republicano? ¿No hubieron demonios entre los sublevados? ¿Quién defendió la libertad? ¿El que decidía matar curas y humillar a religiosas e incendiar iglesias? ¿¡Eso es apoyar un sistema abierto y plural!? ¿Quién decía ser un buen español e iba a misa diaria? ¿El que practicaba la venganza contra su vecino por ser contrario a su ideal?

 Y de esto hace más de tres cuarto de siglo... Lamentable.

Lo siento. La verdad es cruda. Y hoy día aún hay mucho correligionario quemaiglesias y matacuras. Mucho puño en alto dispuesto a destinarlo al resentimiento. Mucha propaganda y proclama que habla de libertad, de derechos a decidir, a expresarse de forma abierta, de ser creyente o no... Pero eso se queda en demagogias, porque en realidad se piensa en ganar la guerra. Y otros que piensan que se la pueden ganar. 

Aún estamos de esta forma. 

Si muchos aprendieran de la historia en vez de usarla a su antojo seríamos un país digno, pero parece que la dignidad solo se adquiere cuando morimos.

Os dejo un ejemplo de arrepentimiento, amor y sentido común:

"PAZ, PIEDAD, PERDÓN"

Epitafio de don Manuel Azaña (Presidente de la II República Española)





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