jueves, 15 de mayo de 2014

El amor se equivocó (XII)

Arreciaba el frío. Las dos mujeres estaban detenidas ante la gran cruz de la entrada. 

Ana parecía ausente. Durante un momento sus ojos parecían estar visualizando alguna escena familiar. Se restregó la cara con sus manos, como queriendo despejarse de aquél lapsus.

En realidad, la presencia de Sandra aquella noche la perturbó. En ningún momento pensaba compartir con nadie aquellos instantes de devoción particular y, mucho menos, con una mujer.

¡Una mujer! 

Jamás se planteó esa opción, ni tan siquiera como mera curiosidad. Además, aquella chica era mucho más que una amiga para ella. Pero no hasta aquella situación. 

Ana alzó la mirada, oculta tras sus manos, y esbozó en sus labios un fruncido. Pretendía retomar la conversación. No dejarse ganar la mano por aquella cría que, aunque quejumbrosa, no podía negar que no apartó la boca de la suya en aquella extraña concurrencia de hechos.

La alameda se tornó oscura. Las luces de las farolas ofrecían una claridad tenebrosa. A lo lejos pasaban perros tirando de sus dueños. Ya no habían paseantes, sino corredores que eran en las sombras gacelas que aparecían y se esfumaban con suma velocidad. Junto a aquella enorme cruz conmemorativa, con la noche aposentada, la escena era trágica, mientras se dirimían en un enamoradizo desconcierto.

Ana asió la muñeca de su amiga y posteriormente su mano, y la indujo a que se adelantase hacia la salida del recinto.

La mano de Sandra, al principio confiada, fue desgranándose de los dedos de su compañera. Se deshizo sin grandes inconvenientes de aquél guante de seda que Ana tenía por mano. 

Dejaron atrás aquél paraje idílico que la oscuridad transformó en tétrico.

- "¡Sandra! ¡Por favor! Dejémonos de juegos..."- Arguyó Ana.

- "Al venir hacia aquí vi una cafetería..."- Exhortó en clara alusión a la que se hallaba a escasos metros de aquél sitio de encuentro.

Sandra detuvo su paso. 

- " Podríamos sentarnos y tomar algo mientras hablamos. ¿Bien?"- Ana retomó la iniciativa.

Sandra asintió de forma muy leve con la cabeza.

En tanto que se rehizo la paz que faltaba desde casi que se encontraron, caminaban juntas hacia aquella cafetería. No había salido como esperaban el primer intento. Ni la una ni la otra habían sabido cómo mantener sus posturas. Quizás la reunión se precipitó demasiado, quizás ambas fueron con una idea errónea sobre como enfocarla.

En menos de dos horas, Sandra estaba deshaciendo el camino que le condujo hasta la Alameda de las Cruces. El de ida fue un recorrido amable y curioso a la par, el de vuelta se antojaba inquieto.

Miró al frente y de nuevo ese cartel entre lo irónico y lo clásico. Esta vez encendidas las luces de la calle, también el local se animaba a luchar contra la oscuridad impuesta por la naturaleza. 

En un llamativo color verdoso, se anunciaba de nuevo: Il Diavolo.




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