viernes, 16 de mayo de 2014

CADISTA

Dejo aparcado el tema de los imbéciles que utilizan la afición al fútbol como excusa para organizar guerrillas y batallas campales. A un lado las diatribas sobre si un equipo está en una u otra categoría, o ha ganado más o menos trofeos. Me centro en el sentimiento. 

Hay quien puede creer que la pasión futbolera en grado religión es una devoción genuina del país de la Pampa y, aunque allí se vive de forma tan extraordinaria, ni mucho menos es exclusividad gaucha. 

En España hay grandes equipos y grandes aficiones. Aficiones como la bética que, por localización y colores, es la que convoca al ánimo andaluz en general. La sevillista, especialmente volcados por hacer andalucismo más allá de sus propias fronteras. La vallecana, entusiasmo de un barrio obrero. Luego las de los grandes clubes, siempre pensando en lo suyo y en Europa.

Es fácil ser aficionado de un equipo importante porque, sí o sí, te darán alegrías y alguna decepción. O se las repartirán, depende del hartazgo o hambre de sus directivas. Sin embargo, las aficiones de los humildes, esas sí tienen mérito, porque ya no se hablaría de hambre o hartazgo, sino de fatigas -y no precisamente por grandes comilonas, en todo caso por no tener más que para bocadillos de chopped-.

Y de todas, qué vamos hacerle -cada uno tendrá su predilección-, está la parroquia cadista. La afición que no pasa desapercibida, la que es capaz de llenar gradas y gradas de campos ajenos, la que viste de amarillos los sillones azules de Carranza y copan en millares un estadio de primera en la 2ªB.

Una ciudad que se desvive con su equipo. Que lo critica, que lo apalea, que le reprocha; pero, asimismo, lo aupa, lo lleva, lo siente, no se avergüenza ni de resultados, ni de categorías, ni de comparativas de palmarés con otras entidades, ni envidia éxitos ajenos. 

Los cadistas lo llevan a gala. Lucen orgullosos su triángulo azul y amarillo. Se sienten el Hércules de su escudo, aguantando estoicos cuantas pruebas quieran mandarles los dioses del Olimpo balompédico. Lo sufren, lo viven, forma parte de su ser como gaditanos. Da igual que no te guste el deporte rey: eres cadista por tradición, por ese sentimiento sobre la patria chica cuando estas alejado de ese trozo de cielo pegado al mar. 

Dices que eres del Cadi como si eso fuera la mayor condecoración que pudieras vestir. No te asusta ir mostrando tus colores de sol y mar, aunque vivas en ciudades ajenas rodeado de seguidores de otros equipos que, incluso, te llevan dos divisiones de ventaja.  

Sabes que tu equipo no es el mejor del mundo, que no juega en grandes competiciones, que no tiene vitolas de campeón por mucho que su himno diga; eres el eterno simpático de cualquier conversación futbolística, sólo por ser del Cádiz

No te acompleja nada de eso. Es tu sello, tu marca. Imprime tu caracter deportivo. Indica tu pasión y tu amor por una ciudad. 

Es tu otro DNI: soy cadista.

Otros equipos se llenan de justa gloria a raíz de títulos, el tuyo alcanza su esplendor sólo por su afición. No tiene más. Podrán decir que tanto encumbramiento hay que acallarlo ante los logros de otros, que no somos más especiales que cualquier otra afición, que también dejamos al club en los malos momentos... ¿Lo dejamos? 

Lo miramos de soslayo y decimos con la boca pequeña que hasta aquí llegamos. Pero no puedes evitar leer los resultados los lunes siguientes a cada encuentro, poner la radio un domingo o un sábado y buscar el partido de tu equipo; sonreir y alegrarte cuando sabes que ganó. Eres cadista.

Dejemos al otro lado a los gestores. Son empresarios. Ven al club como un negocio. El cadismo no se entiende así. Es un credo. Tiene salmos que se rezaron en el templo de los ladrillos coloraos por febrero, y hoy es su padrenuestro particular. 

No somos la mejor afición del mundo, por supuesto, simplemente somos cadistas. ¿¡Pa qué más!?





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