sábado, 3 de mayo de 2014

El amor se equivocó (VI)

-"¿Sandra?"- espetó una voz femenina desde el auricular del teléfono.

La muchacha pensó que lo mejor hubiese sido dejarlo sonar, pero un reflejo natural hizo que conectara con aquella llamada.

Suspiró, como para darse tiempo a rehacerse y encontrar un tono de voz apropiado y respondió.

- "Sara... ¿Qué sucede?"- interrogó con expectación.

Sara y Sandra se conocían desde hacía un par de años cuando la primera entró en su círculo de amigos de forma casual, de la mano de una amistad en común.

- "¿Sabes algo de Ana? Llevo intentando dar con ella desde esta mañana, pero no lo consigo."

Sandra tragó saliva y se concedió un par de segundos para responder. En realidad no tenía porqué faltar a la verdad, pero algo dentro de ella le urgía a que no fuese sincera.

- "No, Sara. Hablé esta mañana con ella, me dijo que estaba ocupada con un encargo de última hora que le habían propuesto en la oficina" - Mintió... Y su ya dislocado corazón bombeaba a tal velocidad que sintió la necesidad de sentarse.

- "Bien. No sabía nada. Pues no le insistiré más. Cuando Ana está con sus proyectos no existe para nadie"- Un alivio sopló su espíritu aquietado. Se inclinó y ocultó su cara entre las palmas de sus blancas y finas manos. 

-"Qué locura..."- dijo en voz inaudible, mientras negaba con su cabeza sin apartar las manos de su rostro. 

Haberle ocultado la verdad a Sara fue una reacción nada habitual. Ni a Sara ni a nadie. Sandra tenía por norma no mentir por defecto. Consideraba que era no ser fiel a sí misma. 

-"Si no me gusta que me engañen, no puedo engañar."- Era el karma: Haz con el mundo lo que quieras que el mundo haga contigo. Y, de repente, no se sintió bien consigo. No vibraba en comunión con el universo.

Mientras ocupaba su mente con aquél castigo más allá de lo físico, ante ella una sombra ocultó la claridad que aún había en el banco donde se sentó. De forma inconsciente, recordó aquella escena de Apocalypto donde un eclipse solar hacía temblar de miedo a toda una civilización, y el sacrificio de sangre al dios Sol era el único recurso para liberarse de la oscuridad eterna. Un dios enfadado. Un dios que castigaba a su pueblo cuando no hacían lo que debían.

Decidió bajar sus manos, mientras de su frente el leve reflejo de un sudor agónico serpenteaba señalando una tensión que la hacía padecer. 

Al alzar los ojos, cegada por la luz de aquella tarde que languidecía poco a poco, la sorprendió una silueta esbelta y bien definida: su eclipse.


                            (Continuará)






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