Que la luna de tus ojos, del verde del mar sombreada, no verán los míos mientras en tu palio te alzan.
Que no veré tus sienes coronadas por las ráfagas de la plata, que no veré en tu pecho las siete rosas pasionarias, que en tus manos de seda no colgaran pañuelos... Que colgará mi alma.
No podré ir el lunes, como siempre, a ponerme a tus pies ante el altar de tus andas, ni pedirte por nada, ni oler las flores que hacen de tu palio estancia perfumada.
Titubearán mis lágrimas a la hora del Ángelus; se estremecerán al no encontrar tu mirada.
Dudarán mis pies que caminan por tu plaza, dudarán mis oídos al no oír las campanas que dialogan entre vientos que se cuelan por la espadaña.
Alzaré mi cabeza, buscaré sin hallar nada, que ese lunes no busco si no es Tu mirada y mi penitencia será no poder encontrarla.
Pensaré en las filas, aquellas en las que yo estaba, en esos momentos en los que sólo pensaba, en recuerdos de niño orgulloso con su capa.
Recordaré el sol andante, con reflejos dorados, deslumbrando Marconi "alante". ¡Y marchas de emperadores tocando a puro arte!
Veré Al de la humilde figura, veré al Hombre hecho Dios asomarse entre las calles ¡y en los balcones chiquillos que quieren a Él arrimarse!
¡Ecce Homo! ¡He ahí tu barrio! Entre casas encaladas, entre olores a pucheros y a tierra recién regada; entre plazas del Castillo y de las Vacas, entre calle Ancha por la mañana y por la tarde ¡más calle Ancha! Entre san Miguel de artistas y Bonifaz, donde la gubia se hizo cuna de la Madre esperada.
Y del sueño despertaba un Lunes Santo en la mañana, pensando que aquél milagro que quería no llegaba.
Y mi penitencia empezaba a horas tan tempranas. Sin la túnica planchada, sin mi capa colgada, con mi venera apoyada en un cuadro donde asomaba una Virgen, con ojos como la luna, reflejada en un mar de color verde esmeralda.
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