Es mi YO más profundo, o lo más profundo de mi YO, da igual que igual da.
No puedo evitar, sobre todo en estas fechas, que a mi cabeza acudan reflexiones sobre lo que se aproxima, sobre las hermandades, sobre su entorno. Será ese gusanillo que me pica y escuece más por pillarme lejos. Que no siempre la distancia es el olvido.
Hoy me encuentro con una noticia y con una publicación que han noticiado.
La primera, la presentación por parte del ayuntamiento de la idea, esbozo, sugerencia, planteamiento -como se quiera- de la creación de un museo o casa del cofrade. La segunda, la fotografía de una persona -en apariencia indigente- tirada en la Plazaiglesia, frente a la parroquia de San Pedro y San Pablo.
De una, la primera, aún no tengo noticias de la opinión del pueblo; de la segunda, sí. De la segunda ya dicen pestes sobre los "sepulcros blanqueados" que son los que salían de aquel sacro recinto. De cómo nadie auxiliaba a un hombre que, según dicen, no podía mantenerse por sí mismo.
Quien esto comentaba -a través de post en una página de contenido cañailla-, indicaba que estuvo observando como nadie ayudaba a esta persona -la duda me corroe. ¿Un experimento de campo? ¿Observación bajo los condicionantes externos? ¿No implicación, momentánea, para no contaminar los resultados? Interesante...-. Finalmente, ante la desidia de los transeúntes que, viendo la escena, se mostraban distantes a darle solución, los observadores decidieron intervenir (previa fotografía del desafortunado hombre, tumbado boca abajo, y de fondo la Iglesia Mayor: todo un alarde de prensa amarilla, sensacionalismo a marchas forzadas).
Tras la inclusión del post y la consecuente y elocuente imagen, comentarios que hacían prever por dónde irían el resto. Comentarios desbocados, con el prejuicio como bandera, palabrería fácil que inundaba de empobrecimiento a la sociedad isleña en general y al cofrade (como cristiano) en particular. La ociosidad del desconocimiento y la gratuidad del insulto, representado en la figura de quien salía de aquél templo y -a pesar de estar al otro extremo- no prestó su ayuda.
Mientras, por el paseo propio de aquella plaza, pasaban más personas -a las que también se las nombran en los comentarios citados-, pero los malos, salvo una excepción hecha a la totalidad de la ciudadanía, eran los que salían de la parroquial de San Pedro y San Pablo. Posteriormente, las citas se disipan entre quienes conocen al hombre y se abandona -de momento- el tema de la hipocresía del cristiano.
Golpes de pecho de quien, argumenta, ayudó a este hombre; loas de algún familiar por la buena obra y, siempre, las ideas perdidas entre el desconocimiento de lo que hablaba y lo que, según la protagonista -la samaritana- se debiera hacer, por parte de quien corresponda, con el dinero destinado a promocionar, vestir y engalanar nuestra Semana Santa.
Sinceramente, mi reconocimiento por su piedad, y mi sorpresa por ese estudio de campo llevado a cabo -eso lo dice ella, quedarse mirando viendo como nadie socorría al hombre-.
Y, llegadas las fechas, los cofrades lo mismo servimos para dar un pregón que para que nos pongan de vuelta y media, lo llevamos en la etiqueta: usar y tirar. Como una jeringuilla desechable, una servilleta de papel, un juguete comprado en una tienda de "todo a euro"...
Baratijas de cofrades.
De pechos deslumbrantes por el plateado de un escudo colgado del cuello, de miradas que asoman con altivez al prójimo, de oídos necios a palabras ensordecidas, de alabanzas a un Dios que permite injusticias, de arrodillamientos ante ídolos de madera, adoradores del oro y las piedras preciosas. Baratijas de cristianos, despreocupados de la caridad, del compromiso humano...
Banca de sí misma, las hermandades malgastan el dinero público con la connivencia del ayuntamiento, en montajes de carrera oficial, en arreglo de acerados y carreteras, en limpieza de fachadas, en cortes de calles que trastocan a toda la ciudad.
Baratijas de la Iglesia poderosa, que aún tiene la desfachatez de existir con sus riquezas, acogiendo corazones impíos que están más vacíos que llenos de humanidad.
¡Cofrades! Eso sois. ¡Baratijas!
Que nadie hable bien de ti, de tus obras sociales, de tus bolsas de caridad, de tus aportaciones a Cáritas, al "Pan nuestro" -el comedor social-.
Que nadie considere tus ayudas a quienes te buscan en las casas de hermandad porque no puede pagar luz, agua o gas. Porque no tienen trabajo y acuden a tu casa con la esperanza de que les puedas socorrer ¡Como sea! Con una ayuda en viandas, en metálico o refiriéndolo a alguna empresa que necesite mano de obra.
Que nadie tenga en cuenta el trabajo que das a los artesanos del metal, del hilo y la seda, del dibujo y de las ceras; el aliento que le das a músicos, a comercios de siempre que musitan un alivio en su muerte agónica, a pequeños vendedores de quioscos ambulantes, a bares y restaurantes, a hoteles y hostales que sólo respiran en verano...
Que nadie piense que con tu fervor por lo que haces de forma altruista, basándote sólo en tu amor y en tu devoción, revives toda una ciudad, dándole frescor cuando todos se quejan de lo muerta que está, de lo podrido que huele en los días del año.
- "¿Y el museo cofrade?"
-"Ah, perdón. Es que el cofrade, durante todo el año, piensa en cómo sacar adelante su hermandad para poder atender su bolsa de caridad, salir a buscar alimentos para entregarlos a los necesitados que esta crisis nos ha "regalado". Estamos sacando tiempo para engrandecer la fiesta de los sentidos que, durante una semana, convierte una tierra yerma en un prado, donde el incienso y el tamiz del humo cirial, son el reclamo para que nos vengan a visitar y respiren autónomos y empleados. Buscamos momentos, cuando tenemos un hueco para nosotros mismos en nuestro hogar, para darle lustre a la feria con el montaje y trabajo en las casetas. Echamos horas montando nacimientos en la navidad para crear el ambiente oportuno que nos recuerde aquellos años que, siendo niños, nos gustaban tanto paladear en vísperas de Reyes..."
- "¿Qué me preguntaste? ¡Ah, sí..! El museo cofrade... Bueno, eso, Dios dirá. Esas son ideas, de momento; palabras que se quedan en baratijas. De momento solo pensamos en cómo hacer para poder sacar adelante tantos frentes sin descuidar a nadie"
Quede dicho... El museo... Dios dirá.
(En la imagen inferior, la fotografía del hombre desahuciado y no socorrido. -Autora Gema López-. En la superior, miembros de la hdad del Ecce Homo entregando víveres a Cáritas parroquial -imagen de la citada hdad-)
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