Básicamente, eso es una hermandad. Una entidad que promueve la santificación a través de la conmemoración de los momentos pasionales de Nuestro Señor -en el caso de las penitenciales-, o a través de las advocaciones letíficas.
Sin embargo, cuando te involucras en sus interioridades, no hablo ya de juntas de gobierno, grupos jóvenes o cualquier otro de colaboradores... ¡Qué va! Hablo de estar inmerso bajo las aguas cofrades; te das cuenta que no todas sus corrientes son, necesariamente, tranquilas o cálidas. Hay corrientes inesperadas que pueden dejarte, además de helado, desorientado debido al golpe de su efecto. Sí... Esa es una realidad que, en algunos casos, los inexperimentados o los osados padecen. Sucumbiendo, no pocas veces, a la desconcertante turbulencia.
El ente cofradiero es, a priori, un básico sistema de directrices, aunque complejo a la hora de ejecutarlas. La sencillez de su función se complica cuando, dentro de las mismas hermandades, algo no encaja. Cuando empiezan a chocar ideas, cuando se enfrentan intereses que promueven más el orgullo del amor propio que el de la fraternidad, cuando se habla de hermandad ensuciando su significado.
Porque esa es otra. Cuando hablamos de cofrades, indefectiblemente se piensa -con lógica- en éstas. Pero si se recapacita, las hermandades propiamente dichas, quedan en un segundo plano -gracias a Dios- y, sin embargo, son las grandes perjudicadas. Porque no somos tal o Pascual, somos de esta o aquella cofradía. ¡Eso es lo que queda!
Pero sin desviarme demasiado, retomo el párrafo anterior al último. ¡Qué fácil es olvidarnos qué hacemos en este mundo cofrade! Qué fácil es caer en la necedad al creernos superiores a alguien -y eso pasa- sólo por ostentar un cargo, por representar un medio con su inefable poder mediático, por ser amigo de uno u otro que tiene cierta representación social...
¡Es que esto es así!
Cuando te saltas las normas ejemplares, aquellas que son la base del ser cofrade. Las mismas que rigen la propia Iglesia, en esas que se basan los estatutos corporativos; te saltas tu razón de ser dentro de este movimiento. Y eso ocurre cuando lo convertimos en política. Cuando se habla de derrocar al hermano mayor, cuando se oculta la intención de querer mejorar tu hermandad presentandote con otro grupo de hermanos, con otras ideas, con otro cariz y creyendo que se puede mejorar, y se crean grupos de asalto cuyo fin es desacreditar a la junta que ostenta, por designación de la globalidad que presentó su voto, la obligación de dirigir la hermandad. Cuando se mina la moral de propios y ajenos a base de dinamitar proyectos, ideas, intenciones, creyendo que ello implica luchar por tu hermandad.
¿¡Luchar por tu hermandad!? ¿Cabe esa palabra en nuestro vocabulario al referirnos a una asociación que aboga por la Palabra del Evangelio?
Reuniones en secreto, rencores que antes no existían y el desencuentro formaliza, miradas que son puñales, palabras que son dardos envenenados que pudren y matan la propia génesis de la hermandad. Rivalidades, zancadillas, desaires, desunión, voces que no se debieran oir entre quienes comulgan con el mismo sentimiento...
Quizás sea eso... El sentimiento.
Quizás sea eso lo que realmente distinga al cofrade del que no lo es. Sentir algo no es luchar por ello. Es vivirlo, transmitirlo, nutrirse, empaparse y empapar. Qué gran diferencia a la hora de entender las cosas... Qué dos formas de verlas... La del ojo por ojo y la de amor fraterno.
¡Que sí! Que no hay nadie perfecto y que todos podemos tropezar alguna vez. Ya lo dijo el nazareno: "Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra".
La política cofrade es un arma peligrosa, confusa y errónea que hace tambalear el origen mismo de nuestra forma de vivir como partícipes de este mundo tan de sensaciones, tan de impresiones y sentimientos como es el de las hermandades, seamos o no integrantes de plena participación directa en ellas o, simplemente, nos hayamos acomodado a otras versiones del que gusta de esta tradición.
La auténtica realidad cofrade nos la ofrece, precisamente, el último que haya entrado a formar parte de esta particular forma de vivir. Su sinceridad, su conocimiento ajustado, su ilusión, su candor, su pasión por disfrutar desde dentro aquello que desde fuera es, para la nueva savia, más espectáculo que otra cosa; su frescura... Lo demás, es meterse en el camino incorrecto que no hace más que dar la razón a aquellos que se despachan despotricando sobre el colectivo en general, cuando no todos los que se sienten cofrades -que es distinto a llamarse como tales-, hacen política de su devoción y no juegan a ser demagogos con aquello que dicen sentir.
(Fotografía de lacasadelcofrade.blogspot.com. Nazareno de la hdad de San Gonzalo, Sevilla)
N.A. La imagen representa la savia nueva que vive con ilusión su papel cofrade, sin demagogias.
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