En la también gaditana hermandad de la Palma, se produce un revuelo ante el palio de la Virgen de las Penas.
Esto mismo, las quejas me refiero, aunque con menos activismo físico, ocurrió también en San Fernando cuando hermandades como Misericordia, Perdón, Columna, Medinaceli, Gran Poder o Santo Entierro cambiaron sus formas tradicionales -cuadrillas incluídas- y pretendieron introducir algún aire nuevo a sus formas de andar los pasos en La Isla, incluso se trajeron bandas -como aquella de cornetas de La Rinconada- que sirviera para acoplar la cadencia. El grito en el cielo, almohadas en alto y una salve de disparos verbales: "¡En La Isla, costaleros no!".
El capilleo ultra isleño -soportado por el de la carga- se hacía eco a diestro y siniestro de su contienda contra los invasores sevillanizados de las costumbres de más allá de la frontera de la AP4 (como los afrancesados que querían traer novedades a la España absorbida en sí misma del XIX). Incluso, ¿porqué no decirlo? la siempre observada hermandad de los Afligidos no optó por cambiar más de lo que, en sí, es todo un alarde de buen hacer traído de aquella frontera que empieza en Las Cabezas de San Juan, después de muchos cotilleos de barra que argumentaban probables cambios bajo los palos de su único paso.
Tras una época convulsa en pareceres, prácticamente todas las juntas de gobierno que iniciaron estos cambios o bien fueron cayendo o bien no soportaron presiones propias y ajenas, dando por finalizada su apertura a innovaciones foráneas para sus hermandades, manteniendo en algunos casos sólo algunos detalles como recuerdo de aquello que se intentó y que, con el tiempo, se volvió a acoplar sin problemas al estilo propio de la ciudad.
Y esto fue así. Y ya no hablemos de la hermandad de la Divina Pastora. Un grupo conjuntado de hermanos que no han basado su saber hacer en incorporar costaleros, sino que con su labor callada, y sin poner una voz más alta que otra en el panorama cofrade isleño, hacieron resurgir una corporación y una devoción bicentenaria a golpe de trabajo. ¿Su premio? Ver como cada 15 de agosto su barrio se echa a la calle para ver a Su Reina, cómo su parroquia se queda pequeña en sus actos litúrgicos.
Sin desviarme.
Gracias a estos actos de reivindicación tradicionalistas, convertimos el ser cofrade en algo totalmente distinto y alejado de lo que, según los estatutos, debieran ser las hermandades. ¿Dónde se hablaban en éstos de formas de portar pasos? Puede que en algunas, como Rosario o Servitas, estuviesen dererminadas las formas. Hoy, seguramente, no pocas cofradías hayan plasmado este punto en particular en su régimen interno, sobre todo las que poséen cuadrillas de hermanos cargadores propias.
Mientras hay cofrades y, en general, semanasanteros (que gustan de esta celebración) que mantienen su particular lucha por seguir enmarcados en el ámbito local, considerando nociva para la salud costumbrista los viajes de otros tantos que visitan, por ejemplo, tierras hispalenses para ver cosas diferentes. Quizás a los primeros no les faltan razón. A veces, los exploradores al imbuírse en otros terrenos sólo conocidos por referencias, se dejan embaucar por cantos de sirenas y pierden la noción de la realidad a la que deben regresar.
En todo caso, no todo lo que se importa de otras tierras es incompatible con aquello que pervive en la nuestra. Puede compatibilizarse, agregarse, adaptarse, sin perderse la esencia de aquello que es intrínseco en nuestras raíces. Al igual que, por ejemplo, en Sevilla se adaptan composiciones musicales de otras localidades fuera de su provincia para que su ritmo al andar los pasos se acompasen con las citadas obras. Puede que no sea un ejemplo consistente, pero creo que queda clara la intención: todo se puede convalidar.
Y mientras, en tanto que los cofrades nos debatimos en estos menesteres de cultura localista, y una parte del pueblo creyente comparte y participa de ese debate en acciones más propias de la turbamulta judía o árabe ultraortodoxa, a base de improperios y gestos totalmente fuera de contexto -como quien escupió al Cristo Despojado de la hermandad salesiana de Cádiz-, o como quien zancadilleó a uno de los cargadores (¡qué inconsciencia, Dios mío!) que portaba esa misma talla bendita. ¿Qué pensaban estos ciegos, estos talibanes semanasanteros? Quizás ni tan siquiera les guste la Semana Santa; algo tan efímero como siete días no lo vive todo el mundo igual, sobre todo sino participa durante todo el año de la vida en una hermandad.
Golpes a un capataz, gritos de "¡Esto es Cádiz!" ante el paso de la dolorosa viñera de La Palma, como si estuviesen en una final del Falla... ¿A qué hemos llegado?
Mientras, aquellos que nos tienen recelo, aquellos que incesantemente nos cuestionan, aquellos que indefectiblemente nos critican, aquellos que sólo ven en nosotros adoradores de un palomadera... Se mofan, nos ultrajan con fotografías que sólo muestran un momento preciso, faltando a la verdad de la realidad, nos hunden en auténticas aguas fecales sosteniendo una verdad basada en aquello que ven, sin más.
Pero lo más penoso es que somos los cofrades los que les ofrecemos carnaza con nuestras inquinas, nuestras peleas, nuestras incongruencias sobre lo que decimos sentir, nuestras desavenencias que, incluso, llegamos a hacer públicas a través de medios de comunicación oficiales u oficiosos pero que, en todo caso, exportan esas penurias que aquilatamos. No porque estos medios vivan de ello, sino porque el ego cofrade es tan grande que tenemos que dar a conocer aquello que nos contradice, aunque sea dicho por nuestro propio hermano. ¿Es falso?
Quienes nos critican hacen que la herida se pudra, valiéndose de venenos que salen de nuestras propias bodegas en forma de vinagres. Y esas críticas se extienden a través de las redes, a través de comentarios de otros afines que punzan más aún y sacan pus. ¡Más infección! Y esa es la visión que se genera, y esa bola de comentarios y pensamientos negativos sobre el cofrade (sobre el católico) aumenta.
Pero no passsa nada -que diría Antonio Burgos-. Nosotros, los del gremio del cirio, de la cargadera, del costal... Sigamos con nuestras discusiones a viva voz y viva red. Que corran tintas reales y virtuales de encontronazos entre formas de vivir la Semana Santa y las cofradías alejadas de la realidad de estas, ya se encargarán otros de hablar por nosotros sobre qué sentido real tiene esta conmemoración.
En tanto, en bocas y manos ajenas, dejemos y demos cabida a cuantos quieran despotricar sobre los cofrades, da igual que sean cofrades de ley o cofrades talibanes, el saco es el mismo para todos.
Aquí comparto el post de la Web Cofrade "La Manigueta" de donde expongo mi reflexión
(Fotografía recogida del Rincón del costal montillano)
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