viernes, 18 de abril de 2014

La Semana Santa de Sevilla: la ciudad sitiada


El artículo que enlazo -eso sí es un artículo- lo expone perfectamente. Antonio Burgos describe lo que muchos nos hemos encontrado estos días en las calles. En Sevilla me refiero. 


Aquí, donde por menos de un pito -incluso de carnaval- se forma una bulla, la Semana Santa se ha convertido en una auténtica calle de la Amargura -todas las calles-. La Semana Santa sevillana no se ha engrandecido ya por sí misma y los tesoros, lo de la fe y los tangibles, que nos presenta como parte de una cultura que ha hecho de algo tan íntimo un modus vivendi; la Semana Santa sevillana sufre de gigantismo y, hasta donde sé, eso es una enfermedad.


Muchos son los que alquilan pisos o dedican algún día para conocerla, para disfrutarla, para sorprenderse... Muchos dejan sus propias devociones con un "el año que viene Dios dirá" y viajan hacia esta tierra de advocaciones universales, donde se hacen realidad aquellas imágenes sólo reconocidas a través de publicaciones, medios de comunicación o, simplemente, de oídas.


¡Qué maravilla Sevilla en Semana Santa! 


Verdad. Es espléndida. Y, por lo menos, como los musulmanes con La Meca, debiera visitarse en estas fechas una vez en la vida. Pero el volumen humano que esta ciudad, ensanchada a golpe de necesidad de espacios, adquiere en estos días es alarmante. Lo de las sillas del chino -como dice el gran Burgos- es preocupante, la falta de respeto ante tanto empujón, ante tanta zancadilla -promovida por la dejadez del que le importa un pepino aquél que tiene que pasar allá, por donde los de los "palcos a 6 euros" tienen apostada su propia Campana-; ante tanto niñaterío y "adulterío" (con acento en la i), de mochileo  e iPad en alto haciendo fotos que, previo al paso de los Titulares de cualquier hermandad, forman un corrillo como si estuviesen esperando recoger la entrada a un concierto veraniego, con sus risotadas, sus cantes y sus palmeros (visto in situ en la esquina de Placentines ante el discurrir de la hermandad de Los Negritos).


La Semana Santa de Sevilla, siempre lo he dicho, es particularmente sevillana. Por mucho que se exporte turística y culturalmente, esta celebración en Sevilla es por y para quien la ha mamado desde chico. Del que no se extasía, ni babea con las maravillas con las que aquí engalanan estos días santos. El de aquí lo bebe porque es su agua y no le incomoda una bulla, y sabe dónde guardar silencio, y sabe cómo vestir cada día, y sabe dónde irse a ver lo que quiere. 


Al cofrade sevillano no le interesa que su Semana Santa se engorde a base de visitantes ociosos que vienen a pasar unos días y a agolparse en sus calles, restándole la solemnidad que cada sitio y hermandad requieren. Le gustan los que vienen a enamorarse de lo que él está enamorado. Esa es la gran diferencia entre el cofrade sevillano y cualquier otro cofrade, por cierto.


Para quien no lo haya leído, os lo engarzo aquí abajo. El artículo de Antonio Burgos. 


http://www.antonioburgos.com/abc/2014/04/re041814.html

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