miércoles, 30 de abril de 2014

El amor se equivocó (IV)

La cafetería no estaba demasiado concurrida. A esas horas -eran ya algo más de las cinco y media-, aún no estaba en pleno rendimiento. Sólo algún bohemio, que debido a las características decorativas del local -simulando el Antico Caffé Grecco de la capital del Lazio-, atraía muchas almas que embarcaban, ficticiamente, en un viaje a la Roma romántica. 

En realidad aquél negocio no casaba con el entorno, más funcional que estético, pero la idea de romper con la estática y monótona visión de la zona, y plantear una visión clásica, casi antigua, en un residencial donde sus habitantes tenían un poder adquisitivo considerable, fue motivo suficiente para que el propietario -Giovanni- se arriesgara a invertir su capital.

- "España tiene cierta aquiesencia italiana"- Esa era su creencia y, en cierto modo, su baza. Su única baza.

Sandra, apurado ya su café, se quedó mirando como aquellos hombres no ocultaban su afecto, pero sin llegar a escandalizar a nadie por sus muestras de cariño. Sonrisas, miradas cómplices y caricias entre sus manos, era el compendio de aquella escena. Lo que en el caso que se diera entre un hombre y una mujer era lo habitual, en esta ocasión  era distinto. 

Para la observadora, los sentimientos no debían tener frontera alguna. Era algo tan  personal y humano que, ¿quién podía poner límites a lo que sólo le corresponde al corazón decidir? Lo que se produjo ante sí le hizo reflexionar.

Iba a encontrarse con alguien, una amistad desde el instituto, con quien jamás hubiese pensado mantener ningún atisbo de relación que no fuese esa cordialidad fraguada hace años. Y, desde hacía unos días, por un simple beso, sólo por un acercamiento distinto por primera vez en 12 años que se conocían, todo quedó trastocado en su interior.

Santi -hasta hacía poco, su pareja-, era la otra parte implicada. Entró de forma inconsciente en ese juego de dos aunque, en realidad, jamás podría ser sólo de dos. Él era, con mucha probabilidad, el jugador que más sufriría los golpes en aquella partida. No era un hombre fuerte en cuanto a resolver reveses en el campo de las relaciones. Ninguna relación, de ningún tipo.

Santiago Durán, un joven de gran proyección en aquello que más le entusiasmaba -la programación informática-, era bastante apocado. No planteaba graves conflictos en su convivencia con Sandra, y prefería dar su brazo a torcer antes que dislocar aquella unión. Sandra era para él, una diosa a la que adorar y no quería faltar a la devoción que sentía. Detallista, amable, sin un mal gesto ni un pensamiento fuera de lugar cuando, entre compañeros del trabajo, se hablaban de bajos instintos hacia las mujeres.

A pesar de todo, sabía que Sandra no le correspondía como él deseaba. Aquella chica que conoció en una parada de autobús mientras diluviaba, y al que él ofreció su paraguas ante la indefensión de no poder guarecerse de ésta, lo veía como un amigo. Era consciente. No le importaba. ¿Qué misterio esconde el amor verdadero que no recelas de no ser correspondido?

De repente, el elegante hombre de la esquina del mostrador se encontraba ante ella. Visto a tan corta distancia, además de las sensaciones que ya le causó, otra le asaltó. Un perfume que no reconocía. Suave pero penetrante. De esos que quedan en el lugar a pesar de los minutos. 

De cerca se correspondía a uno de esos galanes de cine americano de los años 40-50. Llamativo, perfecto... 

- "¡Rock Hudson!"- Se sorprendió a sí misma cuando encontró el parecido perfecto para ese hombre. 

Una espléndida sonrisa la saludó.

- "Buona sera, signorina"-. Y una corriente sacudió el cuerpo de la desconcertada cliente, que aún sostenía entre sus dedos la pequeña taza vacía. Su voz era contundente, pero en absoluto chillona. Tranquila, y con el acento italiano coregrafiando el baile de sus  palabras, el tono logró que la sorprendida muchacha se quedara enmudecida.

- "Me he fijado que la vostra tazza è vuota. Scusa... Vacía, quise decir. Le apetece otro?"- solventó con presteza. 

La chica negó con la cabeza. No quería abusar de aquella droga soliviantadora. Entró a hacer tiempo en aquella cafetería y se encontró con un nudo menos en su enmarañado ovillo sentimental, o un nudo más. En tan corto espacio de tiempo, apenas quince minutos, había podido ver claridad ante ciertas sombras que la cubrían y, ciertas nubes empezaron a disiparse en un horizonte que adivinaba cuando miraba hacia atrás.

Volvió a mirar el enorme reloj de la pared -las cinco y cuarenta-. Quizás se confió demasiado y ese encuentro que contempló -¿será la casualidad una realidad o el destino caprichoso?- le absorbió más tiempo del previsto. 

Dejó dos monedas sobre el mostrador de madera, y asintió levantando las cejas, como aceptando el precio del cortado servido. El cortés propietario llamó a uno de sus camareros, y le solicitó que recogiese el servicio que se utilizó. La chica y el apuesto hombre se sonrieron. Sólo un "buenas tardes" salió de la boca de la joven, mientras él agachaba la cabeza en agradecimiento y despedida.

Salió y retomó el camino hacia el parque donde se citó, ya no quedaba lejos. La tarde empezaba a notar el acecho de la anochecida y el sol ya no alumbraba como antes. 

                              (Continuará)


1 comentario:

  1. Juan muy interesante, me gusta como manejas la técnica y la trama. Se nota que Eres un profesional..Te agradeceria que entraras en el blog de esta aficionada y la comentaras.
    http://maduixesixocolat.blogspot.com/2014/04/la-jinetera.html

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