martes, 19 de mayo de 2015

Memorias de aquella Isla: La homosexualidad de mi pueblo ®

Dicen que Cádiz es la tierra de la gracia por derecho de autor. El rincón de España donde las penas se cantan y el humor se destila en cada poro de sus piedras ostioneras. También dicen las lenguas aviesas que, junto con su bahía, concentra un gran número de homosexuales.

Dicen tanto por ahí...

Pero no es menos cierto -importándome una chirla las estadísticas y otras envidias- que sin ser ley en esta tierra, donde la sal no es solo una sazón, sino un don de sus gentes, de la que están llenas aquellos cuyo ser sexual genético no terminó de convencer al psicológico.
No es una norma, como decía, sin embargo, el mariquita (dicho con el mayor respeto) es una persona que declama el arte de la originalidad.

Sí, sí... ¡Declama! Poesía socarrona de la vida, a lo Lope de Vega.

Por aquello de que el gay toma como suyo, por convicción, una forma de rol femenino, éstos siempre han sido grandes autores del arte dramático, y no hay quien les discuta la facilidad para hacer de la batalla de la vida una filigrana: su arma.

Una poderosa y peligrosa arma, donde ironía, sarcasmo y autodeterminación se funden. Eso que vendría a llamarse la mala leche del maricón (este término lo escuché a un compañero que lleva a gala serlo, y yo lo reproduzco con el honor de ser su amigo).

Recuerdo de mi niñez a un hombre de reconocida homosexualidad y - sin tener porqué casar una cosa con otra, por supuesto- reprobable moralidad, que se solía pasear desde el cine Almirante de izquierda a derecha de la callerreal; buscaba a las salidas de los colegios a los niños, y con malas artes les sobaba la bajaespalda. Nosotros le decíamos El Tortuga, por unos rasgos físicos que lo condenaban con justicia a ese mote, amén de la particularidad de su paso, que era como ver andar un costalero por Campana: despacito y arrastrando los pies.

En la viña del Señor también salen cardos. Y cardillos...

Sin embargo, será porque en este pueblo nunca ha faltado la gente con ange, en mi memoria queda la oronda figura de un pastoreño de esos de los de toda la vida, tras un mostrador de madera pintada en blanco y un azul celestón ya desvaído, con una cristalera donde se mostraban el pan de Cundi, las teleras, el Viena... Era Manolo.

¿Qué vecino de aquél castizo enclave no le conocía? Como Chema en Barrio Sésamo, Manolo era el panadero por antonomasia.

Con su calva, condecorada por una laureada de pelusilla -restos arqueológicos de la pelambrera que una vez dijo tener-, permanecía eternamente sentado en una desvencijada silla de madera y, ora sí, ora también, acompañado de la inseparable fotocopia humana de Rosario, su hermana, que se ponía a hacer punto en una de aquellas mecedoras -cuyo asiento y respaldar parecían celdas de un panal-, mientras él leía aquellas revistas de sociedad, que hoy dicen del corazón, en la resumida (por pequeña) estancia.

Manolo era de los que te despachaban con solvencia cuando las horas ya hacían mella. Esto es: rápido para que no le incordiaras mucho. Y si se trataba de un mocoso, eso era como una gastroenteritis en pleno rendimiento: cuando menos te dabas cuenta, ya te había largado (perdón por lo escatológico).

Se diría que Manolo entraba en la categoría del mariquita malage, pero entrañable.

Cuando mi madre me mandaba a por el preciado diamante que salía amasando el trigo, me decía de forma tajante: "Ve an'cá Manolo, el maricón, y tráete dos bollos y un tercio". Y allá que iba el prenda, con cinco duros, a por el prieto manjar y el espumoso néctar.

¿Recuerdan que antes de los botellines se pedían quintos y tercios?

Para mí, Manolo era como de la familia. Esquina frente a esquina a la de mis abuelos, allá en Mariana de Pineda donde otrora, en el mismo lugar, estuvo la peluquería del Maestro Lobo -cuya sobrina, con los años, sería mi madre-, aquella tiendecilla de techos como tablero de ajedrez, que incluso le hacía juego con el suelo, tenía un personaje como dueño que, en momentos donde le tocabas la moral -sobre todo si eras un niño, insisto, y te llevabas media hora para decidirte por una chuchería- se echaba sobre el mostrador, y con una voz como de flauta travesera te decía:

"
Mira, cohone, que'sto no es el ayuntamiento, y yo no'stoy to'l día rascándome el co...".

En fin... Seguro que son capaces de terminar la frase sin más aportación de mi parte.

En la Bazán -otro barrio para mí muy especial (¡Sí: Barrio!)- mi padre, a principios de los ochenta, tuvo una sala de fiestas de cierto renombre entre el mundo folclórico andaluz. Aquél lugar, "El tanguillo" -nombre más gaditano no podía ser-, estuvo emplazado en la misma carretera, pasados unos metros el mítico bar Santo Domingo, dirección a La Carraca.

En sus tiempos de auge, iba a amenizar las noches, por ejemplo, artistas de la talla del famoso músico Felipe Campuzano, conocidos nombres del flamenco y figuras de la copla -desconocidas entonces- que hacían allí sus primeros pinitos.

Quedó en mi recuerdo una anécdota, tras escuchar una convesación entre mis padres, de una actuación donde La Petróleo (¿no saben quién es? Indaguen, indaguen...) acompañada del citado pianista,  revolucionó, con su poquísima vergüenza y esa gracia natural, al personal que visitaba aquella noche el local.

Sin saber cómo, ante la sorpresa de los propietarios, observaron que allí no se cabía. Se concitaron en aquél local más homosexuales (y muchos clientes que no lo eran) que en cualquier cabalgata reivindicativa el Día del Orgullo Gay.
Al terminar la actuación, los dos socios de la sala de fiestas, fueron a felicitar a la protagonista de tal locura, y preguntarle si sabía cómo había ocurrido que tal avalancha se diese con tanta impredicibilidad, a lo que La Petróleo contestó: "Es que los maricones nos comunicamos por telepatía".

¡Toma!

Siempre se ha considerado que el mariquita tiene dos grandes devociones: su madre y la Santísima Virgen. Ésto entra dentro de la intimidad de cada uno, pero la creencia popular es caprichosa y reviste de sotana hasta al que no es sacerdote (esto es, que el hábito no siempre hace al monje). Sin embargo, haciendo buena la consideración, viene a mi memoria un hecho que viví un Miércoles Santo de hace años.

Era la primera vez que la Hermandad del Gran Poder (no salgo del barrio bazanero) pasaba por el nuevo puente de la variante y, por fin, el discurrir de la corporación penitencial no parecía una de aquellas películas en blanco y negro de principios de siglo, donde daba la impresión que todos iban corriendo al procesionar por tal lugar.

Ubicarse lo más cerca de la trasera de las andas era la mayor ambición que, a la salida, tenían aquellos que acompañaban al Nazareno de la Bazán. Entre ellos -la mayoría mujeres- iba un vecino del lugar, conocido por sus evidentes muestras por hacer notar que él no estaba contento con sus haberes físicos. Empero, no lo lograba del todo.

Para que se hagan una idea... ¿Conocen a Conchita Würst? Pues lo mismo, pero a la isleña.

Aquél miércoles hacía un gran levante, y el citado fiel se había hecho una permanente y tintado sus cabellos casi en el mismo color de la túnica del Cristo. Apareció con un jersey ceñido -que pretendía hacer justicia a la condición sexual con la que se identificaba-, regalando a la vista un exhuberante busto. Asimismo vestía unos pantalones vaqueros, igual de ajustados, que a la altura de la taleguilla dejaba claro que aunque la mona se vista de seda... Y que, desde luego, aquella sombra que recorría los maxilares de su cara no era debida a enfermedad dermatológica alguna y que en el DNI constaba el nombre de Francisco.

Como quiera que el vendaval que azotaba La Isla aquella calurosa tarde de primavera tuvo a la hora del comienzo de la Estación penitencial su mayor intensidad, el susodicho y llamativo penitente tomó la determinación de que lo invertido en el salón de belleza, desde luego, no iba a ser el viento quien lo echase a perder. Así que, como si esperase a un Miura a portagayola, se hincó de rodillas en el suelo y comenzó así su particular y espartana salida procesional, considerando que así se expondría menos al viento.

Hubo un titular de La Cuestión -si no yerro-, donde salía una foto con él arrodillado y que expresaba, al pie de la misma, algo sobre el fervor del barrio. Si supieran que el fervoroso arrodillado pretendía cumplir su promesa del antes muerta que sencilla.

No he hecho justicia con la realidad a la que me refería en el enunciado. Y pido disculpas. Me he detenido en el anecdotario más que en el reflejo profesional de muchos isleños que vivieron una etapa aún confusa por su homosexualidad. Pero he querido mostrar ese lado ingenioso y amable de, al menos, dos de los protagonistas.

En San Fernando, fueron mayoría los ciudadanos que convivieron sin importar qué condición sexual tenían sus vecinos de siempre, pero está claro que no para todos fue igual.

Son historias de aquella Isla. De sus gentes, sus particularidades, sus genialidades. También tienen su rincón en nuestra memoria. En el tintero de mi mente quedan muchos, como estos personajes nuestros, que merecerían que alguien se fijáse en ellos porque, como otros conocidos isleños de a pie, conforman con su personalidad tan especial, un retrato social de mi querido pueblo.


Imágenes de Leonor
Montañés, fotos antiguas de San
Fernando y otros autores.

8 comentarios:

  1. dejate de rollo ,la que tiene fama de haber mas maricones es en cadiz capital,que para lo malo siempre os acordai de la bahia o de la provincia,pero a la hora de lo bueno solo es la capital,venga ya

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  2. Gracias por este artículo que rememora una parte de nuestros recuerdos, de la Isla de nuestra infancia.

    Porque en San Fernando como en Cádiz, España o el resto del mundo se ha visto y se ve de todo.

    Un fuerte abrazo Juan Antonio.

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    1. Muchas gracias, hermano. Sabes lo difícil que es escribir, y sobre todo sobre algo tan personal como los recuerdos.

      Un abrazo

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  3. Esos adjetivos calificativos que has usado, que incorrectos como comentarios suenan hoy en día, menos mal que en algo hemos avanzado.
    De tu artículo, del que pienso, que has intentado tratarlo con sensibilidad, nada que añadir, solamente que son memorias personales, curiosas por lo histórico como por la enorme moraleja que contienen.
    Al menos, eso es lo que yo pienso.
    Un cordial saludo.

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    1. Gracias por comentar, Manuel.

      Efectivamente, muchas expresiones suenan groseras, sin embargo forman parte de nuesto vocabulario y del propio diccionario de la RAE. Hemos avanzado algo, a Dios gracias, como bien dice.

      Estas #MemoriasdeaquellaIsla son eso... Recuerdos prsonales, como ya cité en la primera entrada, pero que, sin duda, tiene un denominador común: La Isla.

      Reitero mi gratitud por detenerse a leer estas memoria.

      Un saludo cordial

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  4. Esos adjetivos calificativos que has usado, que incorrectos como comentarios suenan hoy en día, menos mal que en algo hemos avanzado.
    De tu artículo, del que pienso, que has intentado tratarlo con sensibilidad, nada que añadir, solamente que son memorias personales, curiosas por lo histórico como por la enorme moraleja que contienen.
    Al menos, eso es lo que yo pienso.
    Un cordial saludo.

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