Desde internet -sobre todo internet- el campo es vasto y las voces se alzan en detrimento de castas, vasallajes e imposiciones que les suenan a medievo. Insisten en la necesidad de acabar con la institución real como representante del pueblo; anhelan y solicitan la posibilidad de cambiar por sufragio universal un rey por un presidente. Nada de derechos adquiridos por consanguineidad. La III República, dicen, es un hecho.
Mientras, España vive con naturalidad, casi como si no fuese un hecho histórico, el traspaso de poderes de padre a hijo. D. Juan Carlos I, abdicado, otorga de sus propias manos la regencia a don Felipe VI. Y el juancarlismo también cesa, no de corazón pero sí como una forma de ser afín a la figura política del Borbón que devolvió la estabilidad y la seguridad nacional a su país.
D. Felipe VI encarna el cambio necesario que la Casa Real venía reclamando. El nuevo rey empieza con detalles que no hacen más que dejar claro lo que és: el hombre que lleva cuarenta y seis años preparándose para reinar en España. Gestos a su madre, a sus hijas y un saludo desde el corazón hablan de su sensibilidad, y en su discurso no olvida las penurias por la que pasa el país. Habla de ciudadanos, de servir al pueblo, de renovación. No oigo nada de súbditos, ni de pleitesía a Su Majestad, ni de intentar mejorar. Argumenta con exclamaciones, exhortando; nada de verbos condicionales en su discurso.
Las calles no rebosan de público. Hay quienes hablan de fracaso por la poca asistencia. Incluso rien al creer que esto es un espaldarazo al reinado. De verdad... No creo que nadie sea tan memo como para creer eso. Ha primado la seguridad. Se ha evitado el increpar desde el rencor -lo siento, pienso, porque así me lo han demostrado, que el republicano español es un personaje lleno de taras ideológicas desfasadas y provistas de grandes dosis de recelos-.
La falacia de la república española, ese cuervo ávido de cadáveres. Los carroñeros políticos de la izquierda rancia -sirven las acepciones que el DRAE contempla- alimenta de razones ideológicas sometidas a parte de un pueblo que solo oye y ve lo que quiere, sin atender a la verdad histórica, esa misma que muchos de su mismo pensamiento sí padecieron hasta que la Constitución refrendó que todos tenían derecho a expresarse en sus ideas, respetando la de los demás.
El nombramiento del nuevo rey ha sido medido, sin grandes alardes, carente de simbología religiosa alguna, una ceremonia sin más casas reales que la española y mientras en su discurso hablaba de unidad y de un Estado donde cabemos todos, en Twitter, Facebook y allá donde se reunían contra el acto del entronamiento, se gritaba, se leía sobre diferencias, odios y una vez más los colores aquellos de esa bandera que dicen elevar con orgullo y representa el nuevo orden. Ese que dice respetar libertades y no pone zancadillas a cualquier forma de pensar o creer.
Felipe VI, rey de España, ha hablado de unir. Su escudo quita los símbolos juancarlistas y aumenta el que representa a todo el país por encima del propio toisón. Se quiera o no, el monarca ha estado a la altura de lo que promete ser: un gran gobernante. Y eso no lo discute nadie en Europa, ni tan siquiera Estados Unidos ha permanecido en silencio y ha sido su Presidente quien le insta a seguir estrechando lazos.
No. No me importa decir que apoyo un modelo de Estado que nos ha dado paz y estabilidad durante casi cuarenta años. Confío en la gestión mediática de la Casa Real y, respetando a quienes consideran necesaria una república, lo siento... No me fio de quienes dicen defender ese nuevo modelo que han querido legitimar por un referendo imposible, y no me fío porque son incapaces de crear unidad pero sí discrepancias. La izquierda política ha engañado con maestría a sus partidarios ¿saben éstos por qué en cuarenta años estos partidos, que han aprovechado la abdicación para reclamar otra forma de gobierno, no han solicitado legalmente hacerlo? Y no... No es porque nadie les pusieran un cuchillo en el cuello, sino porque nadie reniega de la mano que les dió de comer.
La izquierda de este país, reitero y no me cansaré, aún tiene las premisas del año 36 y, qué quieres, un discurso anclado conlleva un pensamiento anclado. Cuando dejen de hablar de sus castas toas, empezarán a pensar en España y no en ideologías edulcoradas.
Os dejo una reflexión... Impresionante
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