jueves, 30 de abril de 2015

Memorias de aquella Isla: Una especie extinguida. ®

Hay una especie extinguida de esta Isla mía. De rapada cabeza y, dependiendo si era verano o invierno, el plumaje que soportaban era blanco o azul.

Familia de los Insula calvitium, solían salir en bandada desbocada y ansiosa búsqueda de alguna presa con la que saciar su hambre, sobre todo, los fines de semana.

No sé si en otro sitio se les llamaría igual, pero en La Isla, a esta fauna -no necesariamente autóctona- se les conocía por el vulgo de pelones (la traducción de Insula calvitium sería Pelones isleño)

¡Sí! Hablo de la flor y nata de cada nido que -porque España así lo demandaba- acababa emigrando a esta tierra de soles y sales durante, ya por último, nueve meses: aquellos soldados de reemplazo. (¡Y vaya nombre feo ese de reemplazo, que suena a juguete roto, juguete puesto).

La condición militar de San Fernando, regaló a la ciudad la imagen melancólica de muchos barbilampiños muchachos venidos de otros lugares -más desorientados que un topo a campo descubierto-, con sus maletas y bolsas de viajes buscando sus destinos en el Cuartel de Instrucción, el Tercio de Armada, la Capitanía General de la Zona Marítima del Estrecho... Esa escena pintoresca que Alfredo Landa supo calcar con fidelidad, con su cara de panoli de pueblo de la España profunda, en "Cateto a babo" (lo de panoli ya lo djaba entrever el titulo de la película).

Yo vivía donde aún lo hacen mis padres, en la calle Escaño; justo frente a la cancela verde que daba acceso a la trasera del edificio ora Capitanía ora Comandancia, y desde la atalaya inmejorable del único bloque de viviendas que existía entonces allí, observaba el contínuo trajín de camiones y lepantos. Y, al atardecer, me asomaba a contemplar el solemne momento del arriado de la bandera.

La impronta de aquél patriótico acto, estaba llena de toda la pompa: Un suboficial de testigo, un soldado honrado con el deber de recoger la enseña nacional que debe defender con su vida. Mientras la rojigualda avanza con lentitud hacia los brazos del mando, el sol, en su ocaso, acompaña su descenso. El himno suena leve y sus compases parecen querer alargarse, dándole tintes de pontifical al suceso. Cuando la tela llega a las manos del suboficial, se la ofrece al entregado soldado que la dobla con gran mimo hasta hacerla triangular. Punto seguido, el cabo le da al botón de STOP de la radio que tenía una cinta de casette con la Marcha Granadera grabada; el pelón agarra la bandera bajo su axila, mientras se enciende un cigarro, y ambos se marchan.

¡Como en Buckingham Palace, vamos!

Anécdotas aparte, todo era tan, tan marcial, que hasta los bolígrafos -serigrafiados en blanco con un Armada Española- también lucían el mismo color que aquellos muros de un gris sargento de los de antes.

Eran los años donde las calles se vestían de las galas de los domingos y ver a un militar no era nada extraño; teníamos un turismo familiar los días de jurabandera que, fíjense lo que les digo, aquello era una eficaz promoción para la ciudad que nunca se aprovechó.

Eso sí. Los negocios de comercio y bebercio se extendían de acuartelamiento a acuartelamiento, y hacían su agosto en cada salida de la tropa. Recuerdos de mesas llenas de jovialidad exacerbada y risotadas en La Marina (por el Paseo de Joly Velasco), La Maestranza, Casa Facio, El Naca, La Bodeguita, La Coracha (en la calle Las Cortes), Casa NanaiPapillón, Élite.. Aquella esquina antológica en la calle Mayorazga, triunvirato de la bocatería isleña, con El Quijote y su inseparable Sancho y Popeye

El Gloria Bendita y Quetzal, en San Nicolás. Los Gallegos, La Alhondiga (junto a la Plaza), Las Palmeras, La Montañesa... Lugares de parada obligada muchos de ellos, donde ponían en rompan filas los estómagos mientras intentaban acoplar en sus adentros el submarino Peral hecho bocadillo, o aquellos platos bien surtidos.

Por entonces, en mi pueblo, aquella marinería era el compendio del aquí te pillo, aquí te mato porque, al parecer, un uniforme era un imán, y ellos -aguilillas siempre dispuestos a morir con las botas puestas- lo sabían.

San Fernando, cuando se creía algo importante por su romance con las Fuerzas Armadas, contaba con dos bandas de música: la del C.I.M y la de Infantería de Marina. Era habitual escucharlos interpretar en algún concierto veraniego, en el Corpus, tras la Virgen del Carmen, acompañando al Santo Entierro -escuadras de gastadores incluídas- o, en el caso de la del Cuartel de Instrucción, poniendo las notas tras algún palio en Semana Santa. Aunque, sobre lo último, reconozco que no siempre era lo más acertado, pues abusaban mucho de las cornetas, y ver andar a la Virgen de la Salud mientras les tocaban el titotitotito en Do-Re, era como escuchar a nuestra particular María Jiménez (seguro que la conocen) sin el playback. No sé si me entienden.

En mi tierra, el soldado formaba parte del paisaje, y éste no se entendía sin aquél. Era inevitable nombrar San Fernando y no vincularlo a la mili. Sin embargo, en su silueta de ayer y hoy, a la ciudad le falta el recuerdo perenne, y no solo evocador en las palabras, de una parte de ella que ya no existe como tal; aquella que rinda homenaje a un trozo indiscutible de su historia y que, como aquellas salinas, son solo vestigios.

A veces, aquella memoria de La Isla se me antoja quebradiza pues, a pesar de la defensa porque el CETOF permanezca en su ubicación dentro de nuestras esteradas fronteras, también hubo una parte del pueblo que, hace unos años, quería que los militares se fueran. 

En fin... Ya sabemos lo que pasó. Ahora, el pelón isleño es una especie extinta que merece la pena no olvidar.


Fotografías en

Yo hice la mili en
San Fernando

4 comentarios:

  1. ¡Toda una oda al pelón isleño, Juan Antonio!
    ¡Genial!, además.

    ResponderEliminar
  2. Que buenos recuerdos de todo áquello, no lo valoramos hasta que lo perdimos, como todo en la vida!!!! Precioso y nostálgico escrito, enhorabuena!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias. Sin duda, lo más gratificante es saber que soy capaz de llegar a quienes me honráis al leerlo.

      Eliminar

Gracias por comentar. Este blog está registrado en Safe Creative®