jueves, 16 de abril de 2015

Memorias de aquella Isla: Un paseo hasta la Plaza. ®

Ayer miraba por Facebook una de esas páginas, que son alivio para el recuerdo de muchos nostálgicos de esta Isla de San Fernando.
Comentaba con algunos miembros, rememoraba con sus comentarios y, de forma traicionera, me asomaba una sonrisa de esas que solo salen cuando te falta algo y tus conexiones sinápticas, y la memoria selectiva, parece recuperarlas en una especie de ensoñación.
Sin duda, fue solo eso: Un sueño.
¡Pero bendito sueño! ¡Qué gran aliado es nuestro cerebro! ¡Y qué puñetero!
Recorría -en ese viaje recuperado, sin haberlo buscado- la callerreal, con sus amplios acerados y su bullicio mañanero. De calles entorpecidas por los coches que se encadenaban en una tremenda pitada, allá entre los cruces de la Plazarrey y el edificio de Correos; iba con mi habitual ensimismamiento a buscar a mi padre, que me aguardaba en el bar Torreplaza, frente al mercado (que como repetir palabras en un escrito se ve como una incorrección, pues...). ¡Pero me da igual! ¡Yo nunca he ído al mercado, sino a la plaza!
En el camino, tropezones y disculpes con la muchedumbre que vestía de color aquellas losetas grises, que decían iban a cambiar por otras más monas con dibujitos (Para entortarme más todavía).
Eran los años en que el servicio de transporte público constaba de hasta ¡cinco líneas! Rara era la vez que veía uno de aquellos chulos vacíos -que era como en mi pueblo se denominaban a los autobuses urbanos-. Y eso que eran incomodísimos y crujían como la puerta de la Iglesia del Carmen cuando la abrían por la mañana. Después vinieron aquellos otros autobuses, cuadrados y feos como la pieza de un Tente, cuyo mayor atractivo, además de no crujir y que los asientos (de un horrible naranja), parecían confortables y más amplios -cuyo plástico te hacían chorrear los muslos en aquellos pegajosos veranos-, era el cartelito que se encendía, para aviso del conductor, y que rezaba "Parada solicitada".
Por el camino muchas tiendas, de esas de toda la vida; el quiosco frente a la calle Cervantes, con mil chucherías donde entretener la vista. Algún banco donde sentarse a esperar... A pagar impuestos -con los años veríamos muchos bancos y algunas tiendas, y desde entonces, en mi ciudad, solo se hablaba de crisis-.
Bares que se llenaban con lepantos y petates marineros, condecorados con los nombres de los pelones de la Compañía, el de la novia (o las conquistas), y el año de la promoción.
Cuando en las cintas de aquellas marciales gorras cambiaron C.I.M. Cádiz por C.I.M. San Fernando, creímos que por fin esta tierra, tan agarrada por su historia más reciente a la defensa del país, tendría alguna consideración por parte de las Administraciones regionales y nacionales.

Y así fue...

En la N-IV, según venías de Jerez, y en la A-4 pasando Las Cabezas de San Juan, el citado Jerez y El Puerto de Santa María, ya se veían -sean los gobernantes loados- señalizaciones que indicaban donde estaba San Fernando. Ya no hacían falta mapas donde, con una lupa, podías distinguir ese puntito negro, puesto a modo de salpicadura, y esa letra en Arial (tamaño 4) que entre un marcado en negrita y en mayúsculas (como corresponde a toda capital) CÁDIZ, y un Arial (tamaño 8) con un "Chiclana de la Frontera", se leía: San Fernando, perdido entre el coloreado azul que indicaba "Parque Natural de la Bahía de Cádiz".
Ya existíamos para el viajero de carreteras más allá del Tiro Janer, y del restaurante, a pie del Puente Zuazo, "El Inesperado" (que yo creo que el nombre venía dado porque nadie se hacía la idea de encontrarse otra ciudad después de Puerto Real y antes de Cádiz).
Bueno. Esto son divagaciones exosinápticas.
Pero en mis recuerdos, sí están muy vivas aquellas escenas de la Plaza llena, del olor de aquellas cafeterías -desde El 44 hasta el Pomar, de babor a estribor de aquella lonja- con sus mesas atestadas, con su papelón de churros y sus cafés como inmejorables y preciados manjares. El sube y baja por las escalinatas consistoriales -cuando el Ayuntamiento funcionaba-, para visitar el mínimo museo municipal. La calle de las tres avenidas, que era incansablemente transitada por gran cantidad de isleños, hasta el mismo Callejón Nuevo.
Sigue, enmarañada entre mis pensamientos, la vitalidad de una ciudad que nunca pensó en verse desierta, sin estarlo. Y aquí solo he hecho memoria, por mor de una sola imagen: la de un sitio concreto visto, por esas casualidades, en las redes. Un cuadro que ya se colorea del ocre ajado.
Aquí empiezan mis Memorias de aquella Isla.

2 comentarios:

  1. Esto "pinta" bien. Procurare seguirlo cada día.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias. Semanalmente iré subiendo nuevas cosillas. Un saludo.

    ResponderEliminar

Gracias por comentar. Este blog está registrado en Safe Creative®