viernes, 3 de abril de 2015

Madrugá isleña

El momento cumbre de la Semana Santa es la Madrugá. Así, en mayúsculas.

Es la noche que sirve de puente hacia la tragedia del Viernes Santo. La noche donde la Vida va encontrando su horrible final, y al amanecer somos capaces de observar que el Señor parece estar, en verdad, cansado. O puede que lo estemos nosotros, y creamos adivinar su zancada lenta y su espalda más quebrada por el peso de la cruz.

¡A saber!

Es la noche de la Esperanza, del Silencio, del Señor de esta bendita tierra. De recogidas de hermandades de barrios en la intimidad de sus gentes, que las aguardan para darles el calor que nadie mejor que ellos saben darles. Desde Pastora hasta la Casería, parando antes en la Bazán.

Dicen que en San Fernando no existe Madrugá. Pero habiendo vivido otras, con sus magníficas escenas llenas de las leyendas que sus pueblos recrearon haciéndolas grandes, hecho en falta la mía. La que conocí siendo niño y descubrí en mi juventud.

La de las tinieblas que acompañan a Cristo en su expiración. La del crujir de su cruz sobre el sobrio paso. La del vacío de palabras. La del sonido inconfundible del andar cargador. La de la voz queda del capataz. La de las miradas a lo alto, buscando la expresión del último segundo que precede a la muerte.

Verde sobre negro. Dándonos un mensaje solapado:
¡Siempre hay Esperanza!

La espesura que dejó la exhalación del Hijo, la Madre la alivia con la luz de su candelería. Tambores que suenan a luto entre calles oscurecidas.

En San Francisco se concitan las sombras y el recogimiento.

Las dos de la madrugada es el contrapunto. Emoción contenida. Murmullos que se hacen clamor.

¡En La Isla manda Dios!

¿A alguien no le queda claro?

Regidor perpétuo, Fuente de devoción, Manantial de promesas, Pañuelo de los desconsuelos, Refugio de los desesperados.

¡Los siglos no pueden equivocarse!

El gentío clamará a su paso, y las saetas serán los pentagramas que sirvan para que no se pierda el mecío, cuando los metales y la percusión enmudezcan para dejarlas escuchar.

Cirios morados alumbran el camino, hasta que el alba nos descubra porqué a Jesús Nazareno, en La Isla, le dicen El Viejo. Y allá por Calleancha, su silueta se recorte en una perfecta postal de nuestra Semana Santa.

Dolores saldrá a buscarlo, entre la bulla y su llanto, y es en la mañana del Viernes Santo cuando el encuentro es el rito que se reza callando.

Rostros satisfechos de un pueblo que se recoge cumpliendo la tradición. Desperdigada procesión de fieles que se retiran al merecido descanso, renovando su maltrecha energía en La Mallorquina, El Pescaíto, La Italiana, El 44...

Bendita esa costumbre que no se debe perder: la de esa Madrugá isleña tan íntima, tan nuestra.

No es la Madrugá macarena, ni la que va trianeando. No es la del Gran Poder, que desde San Lorenzo los costaleros llevan racheando. No es la de los Gitanos, ni la del Silencio de Monsalves, ni la del Calvario. Es la Madrugá de mi Isla de San Fernando.

¿Quién dijo que mi ciudad no tenía esa noche de transito, ensalmo que la hiciera mágica?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar. Este blog está registrado en Safe Creative®