miércoles, 8 de abril de 2015

Hablar sin palabras

¿Dónde quedan las palabras cuando no son necesarias?

A veces, una mirada, un gesto, sirve para que enmudezcamos y dejemos hablar a los sentidos.

Es un don. La lectura de un libro que no hace falta abrir por la primera página para entenderlo, porque desde cualquiera se puede comprender. 

Así habla una madre con su hijo. Un perro con su cuidador. Los enamorados.
El abuelo con su nieto... Así hablamos con el mismísimo Dios.

En el silencio de los momentos -nuestros momentos-, cuando todo sobra excepto nuestro pensamiento -esa forma de conversar sin decir nada-, encontramos sentido a muchas cosas, dejando a un lado lo que nos impedía hallarlas en nuestro mundo externo. Ese que nos enloquece, nos envilece, nos adormece, nos convierte en seres ajenos a lo que somos en realidad.

He ahí la imagen. 

Un puente que no necesita unirse con nada físico, que se cruza solo con la emoción de los sentimientos. Sin agarrarse a nada, porque sabes que en el otro extremo están los brazos abiertos de quien te espera, y eres capaz de pisar sin miedo a que se caiga. 

La magia de creer. La confianza ciega. Tan difícil de ceder porque en ello va tu alma.

Aunque ya sabíamos que no era imprescindible hablar para expresarnos, nos perdemos en el esfuerzo de tener que decir y, puede, que tan solo haga falta un pequeño guiño para poder declararlo todo.


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