¿A quién no le gustaría hacerse con el mando del tiempo? Un simple botón, y poder rebobinar la cinta de los años, retomándola en aquellas escenas llenas de felicidad, de satisfacciones, de momentos que quedaron grabados en nuestra mente y no pueden borrarse.
¿Cuántas veces no nos habremos arrepentido de aquello que no dijimos o que hablamos de más? ¿Cuántas no nos hemos refugiado en nuestras lágrimas ocultas al resto del mundo; o en nuestra particular cueva, retirados de todo y de todos, lamiéndonos heridas que saben a un amargo recuerdo?
Agachas la cabeza y de inmediato, como si fuese un acto reflejo, la levantas alzando más aún la mirada al cielo, como buscando la forma de pedir perdón.
Pero duele. Duele el tiempo cuando pasa y te das cuenta de tantas ocasiones perdidas, equivocadas, abandonadas que has tenido ante ti. El tiempo, dicen, es el juez de la vida, ese que te condena o te libera según tus actos.
El tiempo. Cruel, implacable, justo, sincero... Imposible de comprar. Un boomerang que retorna con la misma fuerza que se lanzó. ¡Cuidado!
Quién tuviera en su mano ese mando, y poder dejar en un eterno "Pause" los momentos que brillaron tanto que alumbraron esas partes de nuestra personal historia. Repetir un millón de veces esos fotogramas que permanecen en la filmoteca de nuestra memoria. Reír a carcajadas, sonreír entre emocionadas lágrimas, llorar tan solo al reencontrarte con los que ya se marcharon. Revivir historias inventadas en el arrullo de la infancia, oír de nuevo las voces olvidadas de quienes una vez lo fueron todo para nosotros.
Quién poseyera ese dominio. Pero únicamente contamos con el inconsistente control -y relativo- de nuestra capacidad para rememorar, tan viciado por las innumerables vivencias almacenadas que, a modo de piezas de un puzzle, se revuelven para ponernos difícil las cosas.
Un minuto, un momento, para tener ese control en mis manos y volver atrás en ese agujero del espacio que ya transcurrió. No pido más. Retomar abrazos que nunca se dieron, "te quieros" que se callaron porque mandó más el orgullo que el corazón, besos que quedaron presos en la cárcel encarnada de los labios por culpa de algún recelo, un miedo, una estupidez; volver a mirar aquellos ojos que gritaban que te echaban de menos, sentir aquellas manos que suplicaban una caricia, esbozar una mueca cómplice con quien compartías secretos.
¿Acaso es mucho lo que quiero? Acaso...
Quizás no comprendemos que la vida es eso: tiempo. Que cada segundo que transcurra no volverá a suceder, que habrán otros pero no ese, y que esos que aún quedan podemos ganarlos o perderlos según los aprovechemos.
¿Dónde vas entonces, orgulloso? ¿Dónde tú, egoísta? ¿Y tú, vanidoso? ¿Y ese quejumbroso?
Quizás sea más fácil decirlo, pero el tiempo también te da lo que es; regalándote, sin darte cuenta, aquello que mata tras de sí y que, por ciego, no ves que aún transcurre ante ti. Todos quisiéramos tener ese poder sobre el tiempo para retornar, hacer o deshacer aquello que fue, pero eso escapa a nuestras posibilidades, y mientras suspiramos anhelando un imposible, la película sigue pasando y llegará un día donde deseemos volver a echar de menos este mismo momento.
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